Crónicas del Olvido
LA CIUDAD INCANDESCENTE, de Alejandro Padrón
Alberto Hernández
1.-
Camino por Cumaná a través de la novela “La ciudad incandescente” (Ediciones Actual de la Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela, 2011) envuelto por el clima de una urbe marina. Y conmigo, la voz de Alejandro Padrón en sus personajes, en un narrador de cuya biografía se desprende la memoria de su tiempo, del que vivió en la Primogénita del continente, en la ciudad de José Antonio Ramos Sucre, en la de Andrés Eloy Blanco, en la ciudad donde se respiraron en la calle –como en todo el país- los últimos meses de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Protagonista de esta novela, Cumaná, una ciudad yodada, viva, ardiente, movida por la fuerza de sus jóvenes, los que enfrentaron los rigores de la dictadura: a los esbirros de la Seguridad Nacional, pero también a algunos miembros de la Iglesia Católica que apoyaban al déspota.
Alejandro Padrón relata con voz de adolescente, con la frescura de quienes actúan en sus páginas. Dos voces narrativas (la historia colectiva y la individual a través de un diario inédito, grabado en un personaje como sustancia psíquica, como pensamiento iterativo) sostienen esta novela que podría ser tomaba como un libro de “historia”, como una herramienta testimonial, como una autobiografía. Novela que retoma el episodio de un período que duró ocho años martirizando a todo un pueblo.
Cumaná contiene los dolores, las protestas, las esperanzas de libertad desde el Liceo “Antonio José de Sucre”, el “Sucre”, como aún lo llaman allá en ese pedazo del Oriente venezolano. Y desde las aulas, los jóvenes estudiantes, algunos profesores, el director del plantel, tío de uno de los protagonistas, enfrentan a los de los colegios católicos, influidos por un obispo pederasta cómplice de Miraflores, quien con sus curas a diario hostiga a los muchachos rebeldes que pelean contra los abusos de la policía del régimen.
2.-
La historia está dividida en seis capítulos que hacen alusión a las condiciones climáticas o naturales en una suerte de juego metafórico que conduce al lector a fijar una analogía entre los personajes y las acciones que éstos ejecutan. Incandescentes, fogosos, tormentosos, ardientes, llenos de luz y ganas de alcanzar el día más preciado, el de la libertad.
Cumaná es un escenario donde el cielo y la tierra se encuentran. Ciudad de mucha luz, ciudad salina, ciudad por debajo del nivel del mar, ciudad por donde sale el sol. El lugar por donde nace el día en nuestro país.
El lector podrá ser también parte de esos cambios desde la incandescencia, las tormentas y lluvias torrenciales, la ardentía en plena calle y en los calabozos, los coloridos atardeceres, los grises de las oscuridades y la intensidad de los amaneceres: el decorado de los eventos de quienes luchan contra una dictadura. La poesía de Alejandro Padrón se abre como un abanico desde el inicio de cada uno de estos capítulos, que a su vez contienen subtítulos en los que el lector encontrará más señales que lo conducen a entablar un diálogo con la naturaleza de la ciudad y el carácter de quienes la habitan y sacuden.
El país se mueve en las calles. Aquella ciudad hirviente irrumpe para enfrentar el crimen, la tortura y las cárceles mantenidas por los esbirros del militar. Y son los jóvenes, los liceístas de la capital del Estado Sucre quienes alborotan el avispero libertario. Se enfrentan a los soplones (sapos, en el argot criollo), a los chulos, a los curas gobierneros, a los profesores que colaboran con el régimen, a los periodistas que adulan. Ellos representan lo que habría de ser después el cuerpo vivo de la democracia a través de los partidos AD, Copei, URD y el PCV, que después se dividieron al entrar en calor las libertades públicas.
El nudo que subvierte el orden establecido por los déspotas tuvo que ver con un joven que se burló de la hostia, puesto que la recibió durante una misa en la catedral de la ciudad y luego la guardó húmeda de saliva en una caja de fósforo, y mostró su osadía en la calle, lo que provocó una reacción violenta por parte de la iglesia de Cumaná representada por un obispo de dudosa reputación teologal y sexual. Detuvieron al joven mientras el país conspiraba en diciembre del 57 y enero del 58 hasta dar al traste con quienes durante ocho años manejaron los hilos del poder nacional.
La anécdota se adapta a una época que hoy parece anacrónica, pero todo símbolo tiene el espacio que le toca en el tiempo. La hostia, por ejemplo, representaba un incordio para quienes se decían militantes del comunismo, y la iglesia se decía delicada en su tratamiento.
Datos curiosos nos ofrece el autor como citas a pie de página. Personajes referenciales como Gabriel García Márquez, quien al caer el dictador publicó en la revista “Momento” una nota en la que favorecía la conducta de la Iglesia, cuando sólo Monseñor Arias Blanco, entre otros, fue capaz de alzar la voz contra Pérez Jiménez. Igual, el narrador destapa la olla de prelados que se prosternaron ante el dictador así como el novelista Ramón Díaz Sánchez, en cartas en las que lo felicitaban por haber “ganado” las elecciones que le robó a Jóvito Villalba.
3.-
Al margen de esta historia donde anécdotas generales se unen a las menudas para construir una novela en la que la realidad sostiene la imaginación del lector que vivió esa época, se trata de un libro que se lee de un tirón por la agilidad narrativa de Padrón. Una poética que fascina hasta la última página.
Se trata de un trabajo donde los lazos familiares se estrechan más en procura del alcance de una salida democrática en un país donde imperaban el abuso y la persecución política, como sucede ahora en este reflejo de hoy en una Venezuela manipulada y mutilada por manos entreguistas a potencias extranjeras cuya reputación política está en entredicho.