Editorial

Oh, capitán – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Oh, capitán

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

“¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha terminado,

la nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio,

próximo está el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo entero que te aclama,

siguiendo con sus miradas la poderosa nave, la audaz y soberbia nave;”

Walt Witman

Me estoy volviendo viejo, y con ello el cansancio de los años se vuelve un peso arrebatado e insoportable. El mundo me parece más chico, la vida más simple, y la memoria tan pesada. Al baúl de los recuerdos lo secunda el de las promesas rotas, y justo allí, yace este vestigio de despedidas. No quiero establecer una misiva patética ni adelantada a lo evidente, tan seguro de que las preguntas ya son inadecuadas y que no hay respuestas que vengan a reponer los cristales rotos en la sala, o de que los pájaros de veranos apesadumbrados vuelvan sus plumajes a un estero distinto. Queda la fantasía de esa última charla no dada, lo que se pospuso por que había tiempo de sobra, y tal vez una desgastada nostalgia a lo que se prometía. Pero las monedas se extravían en los viajes y los boletos se decoloran, y a veces no hay sitios para regresar con seguridad de ningún sitio. Ítaca está en llamas, pero es un polvorín de huesos tatemados que prometieron una pira que nunca llegaremos a atestiguar.

Escribo como si las palabras significaran algo, casi como si fueran a ser leídas por quien las corresponde. Mas es un ejercicio de la vanidad o la desesperación, seguro de que dar de golpes contra el muro no basta, o de que hay un arpegio maltratado al final de cada calle. Sólo hay eso, la calle roída por el sol y el muro. No guardo rencor por el pasado, no profeso esperanzas vanas. Estamos en paz, con esa quietud de la tarde que se agota en sí misma sin apenas darse cuenta. Echar un vistazo de refilón en el espejo para ocultar la luz, y seguir adelante hasta desfallecer. El trago es amargo, pero llena un hueco en el estómago que viene de un sitio tan indecible, insonoro, estático. Tus motivos serán suficientes para ser un hecho, y que nada más se cuestione. La larga fila de voces que llaman de vuelta se abren paso a sus rutinas, y siempre habrá un plato en la mesa para quienes llegan a ella. La familia siempre crece.

Los cimientos se han cimbrado, resisten. Allí están los rostros marcados por una férrea guadaña, en sus convicciones y sus éxitos, arropando la nostalgia bajo el gabán mientras permanecen dándole forma al porvenir. Ni siquiera el silencio puede derrumbar esa casa, porque nunca hubo sitio para ello, y el luto es un trago que se pasa con un caballo de tequila y una cerveza fría. El mundo es así, no se discute. Ahora que el polvo se asienta pienso en esa mexicanidad tan perfecta de Comala, donde lo que es convive con lo que ya no fue, y entre ambos una pugna para saber dónde estamos nosotros. Porque la tierra ruge con el hervor de los rayos del sol y se dobla desde las entrañas una vez que la sombra se apersona en los ojos. También nosotros somos espectros, con una búsqueda propia, que a veces coincide en el tiempo y en el espacio. No menos gélido, aunque tampoco es para tanto.

Colocaré una fotografía adicional en el altar, y seguiré de frente, otra vez. Porque somos anticuarios de reflejos doblados sobre el rostro, de delicadas rosas de sangre que a veces llegan a estallar en una corona mineral, y otras veces se acurrucan sobre sí mismas como una delicada gema de sal. Afuera el galope de las ciudades arrebatará los pensamientos cotidianos a cada uno de nosotros, las cuentas interminables, las largas filas del trámite agobiante, y más de un placer genuino que arrulle el alma. Eso no significa que el olvido sea cruel o necesario, sino una manera de rendir testimonio de las horas vividas y las risas que se compartieron en el momento adecuado, en el perfecto. No busco redención en la retórica, así como tampoco descargar una venganza espumosa de la lengua en la trifulca. Son sólo palabras amontonadas unas en otras porque se requiere colocarlas en algún sitio, tan alejadas o cercanas como la casualidad lo requiera. Un respiro de tierra removida y de rostros quietos, satisfechos de haber coincidido en un suspiro.

Ahora que el mundo es más pequeño hay menos sitios para esconderse, al igual que hay menos sombras que nos acechen. Un cambio que sucede a otro, y extender los dedos hasta llegar al rostro. Pensar que pudo haber planes perfectos, pero que el tiempo fue insuficiente. O quedarse con la mejor de las sonrisas antes de que cerrar los ojos a otro sueño más allá de la dura tierra de cada mañana. Los caminos son paralelos, aunque nunca son el mismo, he aprendido. Así que no tengo reproches ni consuelos que legar a nadie. En la siguiente vida, o la próxima, coincidiremos de nuevo por casualidad, y tal vez tengamos tiempo de una charla más, Ángel.

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