Crónicas del Olvido
EL SECUESTRO DE DIOS
Alberto Hernández
I
Dios pasó a ser una propiedad privada. Dios tiene dueño, ha sido secuestrado.
Los más disímiles regímenes tienen su dios, en nombre del cual gobiernan y hasta anuncian la eternidad de sus asuntos. En las monarquías se trataba de una donación graciosa de un ser supremo que vigilaba la felicidad de los gobernantes. Con la llegada de la democracia Dios se diversificó. Adquirió nombres y denominaciones y hasta cambió de traje.
El choque civilizatorio entre el cristianismo y el islamismo trajo consigo estos temblores. Uno, ora por Javé. Otro, se flagela en nombre de Alá. Jesús y Mahoma compiten en popularidad entre los aplausos del fanatismo, mientras la baba de los gobernantes se muestra como un trofeo.
Dios ha sido secuestrado por el poder político. Cada quien carga su profeta en el bolsillo. Lleva un relicario, una cadenita y hasta se dicen colocados en el gobierno por la gracia de Dios, como rezaban las monedas de la España de Franco.
Dios forma parte de los aciertos y errores de los regímenes del mundo. Hasta los viejos gobiernos ateos tienen su dios y lo exhiben propaganda entre los creyentes que, finalmente, terminan viendo con miedo a los primeros: saben que el poder radica en la tierra y no en el cielo, pero cuando les toca morir ven a Dios en la mirada del que se queda vivo.
II
Como parte de una propiedad, Dios privilegia según la cultura. La Occidental es tan flexible que perdona cuantas veces se peque. La Oriental árabe castiga. Y sabe hacerlo. De las asiáticas, nipona y china, la contemplación es suficiente para los pícaros y pasivos, para los que comen de la mano de la naturaleza, serpiente o cordero. Pero aún así gobiernan y matan en nombre de un algo que creen los sostiene en el poder.
“El fundamentalismo religioso le da el poder a ambas partes de abusar del concepto de Dios, sagrado para todas las religiones, y han convertido a Dios en su rehén, siguiendo sus respectivas concepciones fanáticas”, ha dicho el novelista alemán, Premio Nobel 1999, Günter Grass. De esta manera Dios es un instrumento de muerte y desolación, de confrontación. ¿A quién pagarle recompensa para rescatarlo?
Muchos gobernantes envían a sus connacionales a morir en nombre de Dios. Pero en realidad mueren en nombre del gobernante que los envía a la guerra. El mártir, el soldado desconocido, muere feliz porque le ha sido prometido el paraíso y muchas mujeres en el harén celestial. A otros, una medalla para la familia y la bandera nacional doblada marcialmente. Un héroe para una tumba más.
Dios secuestrado, rehén de los abusos, de las promesas que se quedan en el micrófono, en los largos discursos, en la burla a los gobernados.
III
Dios mercancía. Dios dádiva. Dios lástima. Dios patria. Dios medallita o Cristo que se extravía en el bolsillo mientras los creyentes esperan el milagro que nunca llega.
A la par de que George W. Bush invocaba a Jehová, Hussein hacía lo propio con Alá, y a su lado, entre los despojos de los Apocalipsis personales, los aliados se persignan ante la mirada estática de un Cristo agónico, convertido en fetiche, en fantasma de mentiras y miseria.
El fanatismo cumple su cometido en la población. “Desnudos y hambrientos seguiremos con la revolución y nuestro líder”, nos suena a algo parecido dicho en nuestro país.
Dios convertido en dirigente político, en militante de izquierda y en sacerdote de derecha. Dios consumido por la retórica: “Dios cree en la revolución”, y entonces el opio de los pueblos llaga la boca de Karl Marx. “Dios está con el proceso”, gritó un mudo.
Vivimos tiempos de extrema religiosidad, pero Dios es sólo una palabra, un destello verbal, un recado pernicioso. La muerte, el castigo, el sudor de los ángeles procurado por Dios.
Así que Él no tiene salida. Está preso en la boca del poder. Secuestrado entre discursos cuya agresividad magnifica su poder. El fundamentalismo tiene razón en el pensamiento de quienes hacen de Dios parte de sus crímenes.
En nuestro país hemos sufrido estas novedades. Dios –según el mismo poder rojo- está más cerca de Miraflores que de los pobres. Tamaña injusticia, Señor.