Crónicas del Olvido
VIAJE SIN RETORNO POR UN OBJETO MÁGICO
Alberto Hernández
Foto: Aníbal Camejo
1.-
El “Ángel de la creación” es una muñeca de plástico alada. Reposa como Atlas sobre la redondez de un planeta que es un plato gigante para servir paella. Un pepinillo ha sido atrapado por los tobillos del juguete cuyo rostro permanece ensangrentado, como si lo acabaran de parir o de asesinar, porque también el crimen es creativo.
Mario Abreu se marcó las venas con el napalm de Vietnam, con la pólvora de las escaramuzas de estas pequeñas repúblicas aún no inventadas, con las bayonetas caladas de todas las batallas perdidas de los esperanzados. Así vería este objeto tan mágico como la vara de Moisés aquel niño que armaba con latas de sardinas los estantes de la bodega de Turmero.
El altar de “El hijo de Mandrake” es el mismo que viera Mario en algún velorio de angelito en los pueblos de la costa. O en el mismo Turmero. En aquellos tiempos acostumbraban a adornar a los muerticos con mucho maquillaje, con frutas, hojas de palma, comida y cirios de colores. Hubo una costumbre de hervirlos para que durara más el evento fúnebre. El hijo de Mandrake es un busto, cabeza de muñeca, cuyo esternón se muestra airoso. Las costillas semejan alitas, como para salir volando y dejarle el pelero a los admiradores de un héroe que no termina de definir su identidad. Rodeado de otros objetos, adquiere la notoriedad de un “algo” sometido al escarnio público de la historia o de la nada.
2.-
A veces la mirada es muy verbal. Los ojos hablan, dicen lo que la boca calla. “Recuerdo de Hiroshima” –el mismo muñeco de plástico, esta vez quemado- recibe los rayos de la bomba a través de unos ganchos de ropa, inocentes ganchos de ropa, que se encajan en el sol. Los ojos blancos de la víctima simbolizan la ceguera del mundo, la cerrazón y el genocidio, la muerte y la insensatez. En un “Recuadro”, un mampulorio: un niño amputado, mocho también del alma que no termina de subir al cielo. Las flores, totalmente inútiles, sólo ocupan un espacio. ¿Dirán algo?
Más adelante, un arreglo floral. Una silla de mimbre, un inmenso ramo de pétalos. Su nombre: “Las flores del mal”. Allí está el poema de Baudelaire, la sensación de que la maldad está contenida en la abusiva presencia de las flores. Mario Abreu también fue poeta. Con los surrealistas, con los simbolistas anduvo un rato. Y fue tan disidente como cualquier otro. Y conspirador. Hasta terrorista verbal.
Digamos de “El ángel”, él mismo desolado, cubierto de sombras, de hojas, de la savia de la selva. O de “La ventana al infinito”: un péndulo, un guilindajo de amuletos, un reloj seguramente detenido, una mirada hacia ninguna parte. Y “La eterna bondad del subconsciente” en la máscara de un diablo que aún danza bajo la lluvia de San Juan. Cucharas y ganchos de ropa para protegerlo de las maldiciones de los otros diablos. Aquí, más allá de la metáfora, hurgan los surrealistas, muy hondo. Hasta llegar al objeto mágico del ego: “Yo Mario, el saltaplaneta”: bogante por el río de Heráclito hasta arribar a algún astro abandonado, dejado por aquel principito siempre niño.
3.-
“La caja mágica” aún suena en el rincón de la sangre. Un cuerpo estirado, atornillado, atado, encucharado, sofocado por el barroquismo de un Lam, de un manierista que entra y sale acompañado de un “Violinista mágico”: la forma de un torso, costillas, esternón, secador de pelo. Y así, “Un pie en el abanico”: un tinajero que se convierte –suerte de Duchamp- en un tinglado con zapatilla en la cúpula. La imaginación se desborda y crea otro país.
Al dejar la bodeguita de Turmero se siente –en la ventana que da a alguna plaza desierta- la presencia de un “Totem vertebrado”, y una voz que dice: “Tú, Gran Mago, Mario Abreu/ serás siempre el pajarraco que viene del porvenir de una nube/ la perla oculta en la sonrisa del Emir/ la guitarra que toca el lobo de la noche/ el gato de la mirada de susurro/ el oro azul que sube hacia el techo de la reina de la arena enamorada/ el violín en el ajuar del arlequín/ el ring desligaron/ la muñeca de pierna escarlata que baila siempre para ti en el gong/ del barco pirata/ el señor de la floresta azul/ el pez de colores que abraza la Esfinge”…como escribió el otro loco, el otro mago, Caupolicán Ovalles.