RADIOGRAFÍAS
Aserciones de Milan Kundera
NORMA SALAZAR
Milan Kundera ha partido a otro plano más noble. Nació en Moravia de la extinta Checoslovaquia el 1 de abril de 1929, pero, desde el año 1975 se exilió a Paris, Francia hasta su última exhalación del 11 julio de 2023. El gran escritor de cuentos cortos, novelista, ensayista y dramaturgo rara veces aceptaba hablar con los medios de comunicación prefería salvaguardarse de ellos a causa del régimen comunista de Checoslovaquia que prohibió sus libros; obras literarias más relevantes fueron Žert (La broma), 1967, Nenesitelná lehkost bytí (La insoportable levedad del ser), 1984, Nesmrtelnost (La inmortalidad), 1988 entre otras magnificas obras.
Alguna ocasión Kundera afirmó que la novela lo custodió asiduamente con fidelidad. El hombre desde el brote de la edad Moderna se ha adueñado la “pasión por conocer” como lo acentuó el filósofo alemán Edmund Husserl consideró la esencia de la espiritualidad moderna, y que escudriñó la vida del hombre para que mantuviera el mundo de la vida bajo una luminiscencia eterna y se resguardara del olvido del ser. Kundera sustentó que la novela real por la libertad de la utopía, el poder de instituir un tiempo y un espacio experimental era capaz de amparar a los individuos en medio de un tiempo de “paradojas terminales” en el que el hombre se vía como dueño de la naturaleza, cosificado por las nuevas tecnologías y que era un dueño de una aldea global apacible, pero, terminaría refutando un hombre no puede encontrar un espacio de libertad en un mundo roto por las guerras mundiales y homogeneizado por los estándares en donde no cabe el individuo.
Estas paradojas están encuadradas en el tiempo contemporáneo que Kundera caviló no como historia sino tal continuidad de los descubrimientos del mundo confuso de la novela más que los del mundo de las ciencias y de la tecnología.
Déjeme ser enfática, en su narrativa Kundera realiza una conjunción de un contrario sentido del tiempo que sólo es historia por su intervalo de legado cultural no por su magnificación, unidos a la expiración de Dios una cabida profanadora de la literatura actual rota como la historia, su cultura. A través de la vida hará una médula en la exégesis del mundo por la mímesis del arte y de la narrativa con éstas sus premisas que tanto le atañían.
A ello ha coadyuvado la (des)divinización que es un fenómeno en los tiempos modernos; la muerte de Dios no significa que todos sean ateos, sino que ha dejado de ser el núcleo del mundo por lo tanto Kundera apuntó, se puede profanar sin que eso signifique blasfemar. La profanación es pues, la traslación de lo sagrado fuera del templo y lo externo de la religión. En la mesura en que la risa se dispersa invisible en el aire de la novela es un sacrilegio, lo infame de todo.
Sigue inscribiendo cómo el espectro de la tetralogía del alemán Thomas Mann, José y sus hermanos en la que promovía temas sagrados con un tono humorístico fue acogido con unánime respeto, prueba de que la profanación ya no era reflexionada como una injuria, sino era parte de las costumbres. En los tiempos nuevos la increencia desistía de ser dudosa y sediciosa, por su lado, la fe perdía su convicción; catecúmena o intransigente antes del impacto estalinista redimió un papel categórico en esta prosperidad al pretender tildar la reminiscencia cristiana, desistió bien a todos los creyentes o no creyentes, blasfemos o devotos, pertenecientes a la misma cultura arraigada en el retrospectivo cristianismo, sin el cual no sería lobreguez sin fondo, seres juiciosos sin vocabulario, apátridas espirituales.
Otro distintivo substancial es el tiempo que vemos en su literatura de Kundera, decisivo en la cultura de las desemejantes épocas como se lee en su libro La Lenteur (La lentitud), 1995 hace una metáfora de estas disímiles mundologías del éxtasis ejercido por sus tiempos, las magnitudes, el espacio enmarca 2 siglos muy incomparables: el siglo XVIII y la época actual, pero encajan en la narración amorosa que se vive en ambas épocas, residirá impresa por el leitmotiv aquella vivencia del tiempo íntimo de cada siglo: de nosotros por los medios de comunicación (la velocidad y los diversos medios de comunicación), hará que la fogosidad por el presente (el éxtasis) sea una continuación de iconografías que del exterior se proyectan a nuestro interior que nos hacen vivir falazmente, un frustrante santiamén amoroso en donde la evocación y el olvido retozan con el individuo narrando la conmoción que acontece irreparablemente en efímera.
Sin embargo, el relato amoroso del XVIII y el encuentro también es aparente por una trama anticipadamente urdida, los movimientos ralentizados por los personajes, los espacios apartados por la lentitud de los transportes travesean un papel que prensa un ritmo irreparablemente lento que fortalece el regocijo del éxtasis, lo agranda en la memoria hasta forjar de ello la base de una narración Les liaisons dangereuses del francés Pierre Choderlos de Laclos, que Kundera nos trasmite con este libro es natural, su interpretación del tiempo a partir de observador de una realidad poetizada en el relato como metáfora de aquel tiempo.
La narración es la custodia del testamento histórico cultural de Europa y de sus traslaciones en la literatura hispanoamericana. Es la narrativa del hoy, cada presente estatificado por diligencia de la palabra que puede irradiar la claridad inaprehensible del tiempo, cada uno de los tempos que marcan el ritmo de la historia interna de un corpus cultural. La historia de un género o forma de representación estética no viene de fuera de la historia, sino del sentido que la asocia a lo largo de su tiempo interno, de su historia.
Reitero amable lector, la Historia de la Humanidad y la Historia de la Novela son disímiles muy distantes. La primera concierne al hombre se ha impuesto a él como una pujanza forastera sobre la que no tiene intervención alguna, la historia de la novela (de la pintura, de la música, la literatura, la fotografía) germinó de la autonomía del hombre de sus creaciones absolutamente propias con sus deliberaciones.
Este tiempo interior que aglutina es el que da sentido y hace a los escritores sentirse intrínsecamente de suyos por la creación más que por la caracterización como un género. Concebir las grandes obras sólo nace dentro de la historia de su arte y participando de ésta historia. En el interior de cada periodo histórico es donde se puede captar lo que es nuevo lo que es monótono, lo que es develamiento lo que es reproducción, dicho de otra forma, en lo entrañable de la historia es donde una obra puede vivir como valiosa que puede desentrañar y apreciarse. La herencia del raciocinio la connivencia de la realidad por la ciénaga del tiempo la encontramos por la narrativa que puede alumbrar una anécdota por la estética del enfoque conexo, la puya y la risa extática que nos extinga de la moralidad nos aturda el juicio en un inmortal presente de hilaridad que se refrenda. La rehechura del juego jocoso en la lectura individual, la interrupción del juicio y el eterno vigente nos transportan a la cultura del niño de Friedich Nietzsche y al estado de inocencia del que expresa Charles Baudelaire en su estudio sobre lo risible del que hemos pactado. La novela como arte no atañe al individuo sino al tiempo que lo ensambla con la grafía narrativa de la vida; es el enclave para dilucidar la vida por la cultura de la mímesis en el arte. De ahí que no deba desertar ese testamento modificando la herencia cultural: la relatividad del tiempo por la adherencia de un presente inmortal, la risa y el olvido extático que son cuestionamientos osados se difunden hacia el futuro como en un baile cuyo ritmo lo marca el azar y su leitmotiv ha sido, es y será, la risa. Son palabras pulcras que plasman la postura existencial del hombre de hoy ante la representación del mundo que apasiona. Nos parecen por ello, las más apropiadas para concluir este ensayo en donde nuestra finalidad no podía ser otra que la de ahondar en el sentido de una mímesis cuya esencia hoy es inquirir nietzscheanamente al futuro.
Termino ávidos lectores “¿No es el límite el verdadero protagonista del espacio, como el presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo? Yo no represento, pregunto” Eduardo Chillida