Editorial

Poesía para la amistad – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Poesía para la amistad

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

El arte poético es una búsqueda incompleta, y tal vez fútil, por la verdad, sumergir las manos con cierta fe en la tierra para encontrar un pedazo del alma, darle sentido a la acumulación de vivencias a lo largo de la vida, escapar de la demencia de permanecer en la permanente hostilidad de la realidad. Por otra parte, es un acto hedonista de la virtud, el goce egoísta de la inteligencia, de los donde de la palabra. Pero es también un parteaguas para establecer la comunicación con los otros, con los demás. La poesía que se escribe tiene una función privada que satisface los gustos y necesidades personales, pero el acto de publicarla y de leerla construye un canal de comunicación que se abre al exterior. La comunidad es un puente instantáneo que aflora en el momento que la poesía se ejerce, más allá de su esencia o el reconocimiento de su origen. La poesía es entonces una rara manera de partir de lo interior a la universalidad.

Y en ese camino uno va abriendo la brecha para encontrar a sus semejantes, con distintas heridas o muescas en las manos, qué también algo han de estar buscando, alguna dolencia tendrá. He podido conocer a muchas personas de gran valía, de principios morales, de concepciones estéticas, de una pasión incuestionable que dicta sus acciones y que abona a su trabajo creativo. A la enorme mayoría apenas los conozco, pero hay alguno otros a los que más he podido dedicar unas palabras, cruzar alguna opinión, o cuando menos un saludo. Esas mujeres de imperturbable dignidad, esos hombres generosos de la palabra me han enseñado tanto en breves interacciones, y se han convertido en referentes de mi propia marcha por la senda. También están aquellos otros que reverberan desde distancias insalvables y que sólo quedan registrados entre las hojas de los libros o videos que llegan hasta nosotros. Todos ellos son grandes maestros, pero también los considero mis amigos.

Hay quienes ejercen la actividad de manera furtiva, otros la acopian generosamente antes de desbordar por los canales, y muchos tantos la van puliendo a fuerza de vivir sus propias existencias. A través de su trabajo llegan fibras de sus aprendizajes, que, como la resolana, nutren sin quemar, porque esas batallas personalísimas se suceden en el drama cotidiano, en la exigencia de cada día, para terminar inscritos en la inmutabilidad de la tinta, en la corona de ceros y unos de la virtualidad. Hay a quienes tengo el placer de haber cruzado más que un saludo, sabiendo un poco de sus motivos en la tierra, a otros sólo los conozco mediante la expresión de sus obras. Pero no hay diferencia, porque no que encuentro en ellos es esa vena vitalista de la poesía, del goce por comunicar, y por transmutar dentro de la piel ajena.

Si algo me ha traído la poesía, y en general la literatura, es el haber podido conocer a otras criaturas semejantes, hasta sentir mi aliento en el suyo, como quien respira frente a un espejo. Pero no hay animadversión, porque las estrías en el metal se lograr a fuerza de golpearlo contra las rocas, y depende de cada uno en qué vereda ha de estar metido. Editores, amantes de la divulgación, periodistas, chismosos profesionales, amas de casa, hombres de técnica, humildes campesinos, orgullosos oficinistas, la lista es vasta, y me complace. En cada encuentro al que he acudido, en cada texto que le leído, en las ociosas interacciones en redes sociales, una parte de mi realidad se ilumina por esa llama lejana. La poesía me ha traído desde costas distantes hasta lo desconocido, que termino reconociendo, y maravillándome.

Decía Borges qué él se enorgullecía más de lo que había leído que de lo escrito, y sólo faltaría indicar que también causa una entera satisfacción a quienes se van cruzando en esas ocasiones, a veces por largo tiempo, a veces con la fugacidad de la chispa, siempre atentos a la maravilla de descubrir esas pasiones distantes. La literatura me ha permitido conocer a gente ordinaria que hace cosas que superan la cotidianidad, y que una vez que se arropan por lo que están produciendo descubren su elemental naturaleza. Particularmente la poesía me ha hecho conocer a individuos que andan por el mundo como yo, y que, aunque quizá no de manera tan profunda, son personas por las que tengo un genuino aprecio. Además de que reconozco el profundo valor que imprimen a mi propio quehacer, que se ve inflamado por esas conversaciones, por la mística del café compartido, de cada instante donde aflora esa búsqueda común de paraísos particulares. Porque el que crea no está realmente solo, sino que se abre paso en las distancias para encontrar a otros miembros de su propia tribu.

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