Erika Mizunaga
Conversaciones del Taller Malix
Tema 1: La diferencia entre una mujer y un hombre
Parte 12 La necesidad de un manual
De un portazo cerró la puerta, me pidió que no lo siguiera. Hacía poco más de un año que nos habíamos casado y, las desavenencias que hubo cuando éramos novios, iban incrementándose día a día.
Me quedé parada en medio del pasillo pensando qué hacer, ¿Por qué se negaba a que hablásemos? ¿Por qué esta necesidad de refugiarse y huir de mí y del problema? Habíamos estado platicando durante más de veinte minutos y, como siempre, ante cualquier situación que le comentaba sobre mi trabajo, él tenía toda una plétora de consejos: “No, lo que tienes que hacer es esto” o “¿Por qué no le contestaste a tu jefa…?”. ¿Cómo hacerle entender que yo no estaba buscando consejos? Sabía exactamente cómo iba a conducirme, solo pedía ser escuchada, y claro, cuando se lo dije, se ofendió.
— No, no le voy a contestar así, ¿cómo crees?
—¿Por qué no?, ¿acaso le tienes miedo? —refutó.
—¡No es miedo! —exploté—, es simple sentido común, además solo escúchame, deja de decirme qué hacer —arremetí.
—¿Para qué me haces perder el tiempo entonces, si no vas a hacer lo que te digo? —vociferó
—Porque no te estoy contando esto en busca de que me digas qué hacer, solo escucha, ¡carajo!
Y claro, después del “carajo” se alejó cerrando la puerta tras de sí.
Me senté, traté de calmarme y tomé un libro. Una hora después, salió de la habitación, abrió el refri y tomó una cerveza.
Yo no me había podido concentrar en la lectura, un sinnúmero de pensamientos atiborraba mi cerebro, me sentía sola y sobre todo no apreciada. Hacía unos días que habíamos cumplido un año de casados. Yo celebré nuestro primer aniversario leyendo en casa con una copa de vino y él, jugando golf hasta muy tarde, cuando se lo comenté solo dijo: “No me recordaste”. Ahora era mi culpa pues no le había recordado. Tampoco hubo un detalle (flores, cena…) que me hiciesen sentir que esta fecha también era importante para él. En su cabeza un regalo caro cubría todas las celebraciones pasadas y futuras y, al final, no era eso lo que me importaba, sino que yo sintiese que él sentía lo mismo que yo.
Con la cerveza en la mano me preguntó:
—¿Qué tienes?
— Nada —contesté. Cómo explicar el cúmulo de sentimientos que pasaban por mi cabeza a una persona que solo entendía negro y blanco y que una infinidad de grises le eran imperceptibles.
—Bien, saldré un rato —espetó.
Meses después una amiga me habló de un libro, ella lo llamó “manual”: “Si, explicó, así como necesitas leer las instrucciones de uso del microondas, los hombres requieren su propio manual, lee esto de John Gray”.
Lo leí y comprendí por qué mi esposo necesitaba alejarse de los problemas en lugar de conversarlos. Por qué, cada que le comentaba algo del trabajo, se veía en la gran necesidad de dar cientos de recomendaciones y por qué las palabras como “nada”, tenían un significado diferente para él. Lo que nunca he entendido, habiendo pasado ya tantos años juntos, es si esta incapacidad de hacerme sentir amada es también una diferencia entre hombres y mujeres o, solo quizá, una diferencia entre este hombre y esta mujer.