Editorial

Literatura infantil y juvenil II, lo infantil – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Literatura infantil y juvenil II, lo infantil

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

Anteriormente divagábamos sobre si la juventud se podría limitar a un tipo de literatura autorizada, ideal o legalmente correcta; sea lo que eso signifique. Por su parte, la literatura infantil merece su propia apreciación. Por literatura infantil entendemos muchas obras ilustradas, cuentos y poemas escritos de manera breve, simple, y la mayoría de las veces con una orientación de fábula que refuerce los aprendizajes morales y de valores de los pequeños del hogar. O algo así. Y hay obras que son de una belleza explícita, y otras tantas que no. A juicio personal, a veces no comparto el canon sobre lo que infantil es, quizá porque se mete en el mismo saco a niños muy pequeños junto con otros que ya están en un proceso de desarrollo mental y de sus habilidades complejas. También hablo desde la valiente ignorancia, dado que es más lo que desconozco sobre el material infantil que lo que puedo imaginar. Sin embargo, muchas veces he sentido que se subestima o minimiza la capacidad de los niños de entender o de valorar obras de mayor complejidad, tanto lingüística como estética. No se trata de pedirles que diserten sobre una técnica pictórica, o que encuentren los filamentos del alma en un cuento de un perrito parlanchín, pero algunas veces queda en la conciencia esa idea de que se pudo ser menos condescendiente con los infantes al hablarles de cualquier tema. Quizá soy yo, nomás.

Pero la reflexión me parece oportuna. Qué tanto podemos dar a los niños esperando que sean ellos mismos quienes identifiquen o interpreten el material que está en sus manos, a su tiempo, en distintas escalas, fluyendo con sus capacidades. En lugar de dar por sentado que, dada una edad, corresponde un número de palabras, una tipografía escabrosa, o un lenguaje mutilado. Pienso que hay más de condescendencia en esos planteamientos que de curiosidad, que hay más que una mística retórica de la imposición de una moralidad que el juego de descubrir lo que hay en el horizonte. Claro, hay que tener prudencia, dado que al hablar de niños se tiene que poner esa delgada capa por encima de lo que sí puede ser impropio, como la violencia, las doctrinas y la pornografía. Eso no queda en absoluta duda a nadie, espero. Lo que sí es necesario es comenzar a cuestionar si los límites que elegimos, las obras que adquirimos, los cuentos que leemos se cargan de una estrategia, de una ética específica, o son más bien los miedos, odios o incapacidades heredados a los pequeños de la casa.

Se cual sea la posición, no hay respuestas completamente correctas o incorrectas, categóricas, incuestionables. La literatura infantil debe ser asimilable, palatable dirían algunos expertos, pero eso no impide que sea compleja, que se descubran nuevas aristas en lecturas posteriores, o que invite a la abstracción temprana por parte de los niños. Sólo quizá no se le permita ser aburrida, dado que sería el mayor de los fracasos de sus objetivos, de sus últimos fines. Qué tan complejo debe ser un libro destinado a los niños, es difícil saberlo, ya que hay muchos libros infantiles con enormes cargas filosóficas o existenciales. Y por supuesto, también existen muchas otras obras que son ridículamente simples, y no por ello pecan en su disfrute, en su consumo. Tiempo para distintas experiencias, así como dietas de distinta profundidad, deben existir. La conciencia de ese tipo de materiales, los que se eligen de manera consciente, es algo que recae en los padres, en los tutores, en quienes obsequian un pequeño libro para generar en el futuro lector un sentimiento, un aprendizaje, un nuevo horizonte. Tampoco es que se tenga que obligar a los infantes a sobresalir de la media a temprana edad, casi presionándolos para que den destellos de una inteligencia deseada. Todo sigue el curso natural del tiempo.

Naturalmente, nada de esto demerita a gran parte de los libros que están en las tiendas, que se intercambian o que se imprimen desde una oficina administrativa de alguna autoridad. Como cualquier otro producto en el mercado, la disposición de la oferta nada tiene que ver con la calidad ni con el valor agregado que genera su consumo. Es una elección individual, una transacción placentera dentro de los límites comerciales que podría significar, y se le asignan valor de acuerdo con los idearios políticos, a la institucionalidad socio normativa o incluso el hedonismo del comprador. La espinita queda allí puesta, y es en todo caso, parte del complejo proceso de elegir los materiales que ponemos a disposición de los niños en el hogar. No por amanecer más temprano se cría mejores ciudadanos. Aunque no estaría de más que quienes dedican su vida a la literatura infantil se cuestionen algunos de sus sesgos, especialmente aquellos que pareciera que consideran a los niños discapacitados de la racionalidad.

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