Qué haremos sin agua
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir
El día del Juicio Final viene, dice mi suegra, y los investigadores de vena ambiental, y los reportes climáticos, y las agencias gubernamentales que monitorean los cuerpos de agua. Incluso los noticiarios lo repiten como un mantra apocalíptico de verdad absoluta. Es tangible, los datos ahí están. Hace poco estaba en la ciudad de Querétaro, que de por sí es parte de una zona árida, y que ha tenido un crecimiento urbano-industrial importante. Es una ciudad bella, cosmopolita, repleta de negocios y luminarias. Y, además, carece de agua. No hay planes de desarrollo que piensen en el tiempo que vendrá, en las herramientas o procesos o decisiones que se deben tomar en cuenta, o eso parece. Aunque es sintomático. Y lógico. Predecible, una intuición apenas soportada por la evidencia más abundante. Es decir, no se requiere de una bola de cristal para comprender algunas de esas dinámicas. El agua se termina, y lo sabemos. O no se termina, porque también lo sabemos, sino que más bien se relocaliza, cambia su potabilidad, su distribución tempoespacial. Creo que es más técnico de valorar, más tangible de resentir. El asunto es que no había agua, cambios en la red de agua pública, y el consecuente protocolo del desastre que eso implicó.
En este caso la burocracia es un pequeño adelanto del drama de las guerras futuras, dicen, por el recurso valiosísimo del agua. Nos preocupa más la guerra que la disponibilidad del agua, ese tipo de especie somos. Los platos se acumulan en el fregadero, así como la ropa, los pisos no se han lavado, y la ducha se mantiene quieta; esto último puede dar alivio a muchos, y quizá tranquilidad emocional. Pero es lo instantáneo, lo trivial. Sufrimos carencias en la comodidad, en la idea de lo que es vivir bien, inmediatamente, en la seguridad de la casa. Especies morirán, cambiará la geología de regiones enteras, y ciclos de larguísima duración se verán modificados. Claro, moriremos en el medio de esos particulares dramas, si alguien pregunta. Otros dicen que es soberbia, que no tenemos mucho que ver, que son ciclos planetarios, cadenas de procesos muy superiores a nosotros mismos. No lo sé, también parece razonable. Se ha instaurado la extraña cerrazón de que lo que creemos es lo correcto, matamos al método científico, a Descartes y a Santo Tomas. Lo que importa es el discurso, no el problema.
Contemplo los trastes en la tarja. A eso estamos reducidos, a esperar. Esa es la libertad que tenemos, o que elegimos. Pienso en la guerra, en reclamar los recursos por necesidad propia, y, por tanto, en la guerra. Parece natural, es comprensible, e incluso, justificable. Ganará el más violento o el más listo, me descubro darwinista, porque nuestro gran secreto es el pulgar oponible que nos permitió inventar herramientas, y mal usar éstas como armas. Tal vez los pandas sean mejores creaturas que nosotros, o tal vez les ganamos el espacio. Cualquier cosa puede ser un arma, incluso las ideas, los pensamientos, la atención a los detalles mínimos. El agua no llega, nada se puede hacer, más que esperar que el denso aparato gubernamental termine de hacer sus labores, o el destino, o dios, o la guerra y sus facciones caprichosas. Los trastes permanecen inmutables, no cambian, no resienten su estado evidente. Cada año hace más calor, pero las fugas continúan en los espacios públicos; cada año se hacen miles de reportes basados en modelos de última generación alimentados por Big data y sensores remotos, aunque las políticas públicas no parecen in a su ritmo, o no les importa, porque están acopiando las herramientas acopiadas para la lucha tribal. No lo sé.
Qué podremos hacer, dicen, que es evidente. Hay que reforestar, hay que distribuir a la población, hay que ser eficientes, hay que destruir la economía, hay que investigar en las cuencas, etc. Cada quien menciona sus personales predilecciones discursivas, nadie hace mucho más que eso. Quienes han hecho algo lo hacen como puede, pequeña escala, con sus recursos, o lo hace a mayor escala sin saber lo que hacen. Esas especies son incorrectas, dicen los especialistas, eso no es viable dicen los contadores, eso no es importante dicen los políticos. Pienso en las armas, en las herramientas de la verdad. Pero eso también tiene un nombre, y es malo, al parecer, porque es inhumano, y la gente te señala por extremista. Así que aquí estamos, sin agua, fluyendo poco a poco a pensar en la guerra. Cuando sea el momento sabremos qué ocurrió, una vez pasado. Mientras, nos sentamos a esperar. No hay agua, o hay poca, o está mal distribuida, o la acapara el narco, o los políticos, o las empresas, o todo es una conspiración del Estado para controlarnos, o es el deseo de dios. Y los platos no se han lavado, me molestan, y son tristes a su manera, y un monumento de nuestro paso por el mundo, y nada importante, intangible, intrascendente. El día del Juicio Final viene, en eso estamos casi de acuerdo, salvo en los detalles del lado correcto de la balanza