A PULSO DE TINTA
LA BREVEDAD DE LOS SOLILOQUIOS
GABRIEL AVILÉS
Son más de las tres de la madrugada, el insomnio, mi acompañante por más de cuatro décadas, ante éste, me desnudo, quitándome la investidura del hombre arrogante que no reconoce su angustia frente a otros y se resiste a mostrar al chiquillo temeroso escondido entre muecas por el devalúo de su autoestima.
Ningún Valium calma la ansiedad, espíritus inmundos revelan vestigios de abandono y la gangrena de mis ancestros, poesía entre espasmos de autodestrucción, caminando sobre vidrios en compañía de larvas cuya visión paraliza el crujir de la hojarasca ante la brevedad de estos soliloquios.
Las manecillas del reloj duermen al ras de la vigilia mientras el espejo muestra la desnudez de un hombre redimido por el resentimiento, tembloroso por ser paria, acusando a la lírica de su esquizofrenia, de la miseria acicalada en sus huesos por descender de un Caín cuyo fruto se perdió en la cuántica de los asesinos en serie.
Veo imágenes de leprosos y vírgenes falsificando el amor, sin pensarlo, les prendo fuego, el quebranto aperla el lastre de años. Mi hemofilia se adhiere al cosmos, el poema percibe este cáliz, desciende a mi corazón, entra sin titubeos mientras en mis labios las palabras se funden con el púrpura y azul eléctrico que pervierten la quilla de un desahuciado tan parecido al que escribe su insulsa tristeza en una taza de café cuando el amanecer se tiñe de escarlata.