Editorial

Crónicas del Olvido – EL CENTRAL, de Reinaldo Arenas

Crónicas del Olvido

EL CENTRAL, de Reinaldo Arenas

Alberto Hernández

1.-

Tres estaciones nos leen este libro. Tres espacios humanos donde la esclavitud entona sus triunfos. Las voces que aquí hablan así lo dicen. La voz que se oye, la de Reinaldo Arenas, descubre el dolor, la carne viva de quienes sufrieron -los indios, han sufrido, los negros siguen sufriendo, el pueblo mestizo- la esclavitud desde la existencia de Cuba, desde la llegada de los españoles e inclusive desde un poco antes, por ser isla, por ser habitante de un mar donde una comunidad practicó en los suyos la tortura, la esclavitud y la servidumbre, la carnicería, hasta este hoy donde aún la tierra de Martí es campo de oprimidos. Tierra donde el odio de un poder se cimbró contra una población que no termina de salir del laberinto.

En esta lectura estamos involucrados. En este largo poema de Arenas estamos todos, los del pasado y los del presente, los cortadores de caña de hace varios siglos y los que aún la cortan en este que sigue siendo una ventosa en la piel de los habitantes de Cuba.

Son tres estaciones del dolor, en distintos tonos, pero a la larga la misma llaga en los ojos, en el pellejo de una humanidad que no tiene o no ha tenido escapatoria hasta ahora, gracias al poder de quienes se ensañan contra una población desvalida, desmoralizada, esclavizada, violada, burlada, convertida en zombies que recorren calles y barriadas de la destruida capital y toda la provincia con la mirada extraviada.

Por supuesto, los siempre defensores de la inmoralidad saldrán con sus bártulos emocionales a defender lo indefendible. Saldrán con sus faltriqueras encucarachadas a decir que Cuba es un país de derecho, consagrada a defender la soberanía y felicidad de su ciudadanía. Saldrán los enfermos, turistas de siempre de playas y libracos ideológicos. O de mampostería utópica.

Pero Arenas dice otra cosa. Reinaldo Arenas, quien sufrió las consecuencias de su rebeldía, pasó por eso y lo cuenta desde el sufrimiento del otro o de los otros. Y lo hace desde los tiempos que ha sido Cuba, que ha sido una isla en la que la democracia ha sido un fantasma, un duende pasajero.

2.-

El pasado y el presente, tiempos que se tocan, se hermanan en crímenes y abusos, hacen de este libro de Arenas un documento testimonial. La poesía desemboca en la denuncia, en las verdades que los mismos historiadores ocultan y los políticos de malos oficios justifican muchas veces.

Poemas largos, poema respiración entrecortada, como el dolor, como los latigazos, como los mordiscos de las bestias en la carne magra de los esclavos del coloniaje español. Como las dentelladas de los regímenes que sometieron a esa isa hasta el hoy cuando los dientes afilados de los hermanos Castro continúan abatiendo a los ciudadanos de esa tierra anclada en el Caribe. Arenas canta, suelta la lengua, su acento recorre el horario de la vida y la muerte. Su poesía, tan narrativa como sus novelas y cuentos, es otro inventario de los crímenes cometidos en nombre de una tal revolución que siempre ha sido un engaño, un asesinato en masa.

Un solo poema vertido en ahogos, recuperaciones del aliento para continuar el crudo relato de toda la historia de Cuba, concentrada en los huesos rotos y en los músculos heridos de quienes terminan destrozados por las balas, el hambre y los tiburones.

La dedicatoria dice: “A mi querido R, que me regaló 87 hojas en blanco”, para escribir el poema que hoy anunciamos a quienes no lo conocen: “El Central” (Editorial Seix Barral/ Biblioteca Breve, Barcelona, España, 1981). Y en ella ya nos lo dice todo: la miseria comienza en esa declaración, en esa falta de superficie donde escribir, aunque las paredes también hablan, porque Cuba es todo un poema de muerte y sacrificios.

Los gritos de Reinaldo Arenas comienzan con “Manos esclavas”, y así dicen:

“Manos esclavas lustran la esfera/ donde, a veces, suele detenerse la mirada/ de un rey…”,

la cronología se asienta en el sustantivo rey…la historia no deja de estar aquí como relatora de lo que ocurrió en toda América, en aquella tierra cuyo nombre estaba oculto en las travesías de los que iban de isla en isla pregonando su superioridad: “Ana karina rote” (“Sólo nosotros somos gente”), voz caribe que sembraba el terror entre ellos mismos. Y llegó Europa y comenzó otro terror.

3.-

Una extensa oración cristiana. Un clamor en medio de la naturaleza hirviente, mientras “la humedad del tiempo” hacía su trabajo. “Las buenas conciencias”, el padre Bartolomé de las Casas, los defensores de los aborígenes, y la llegada de los negros para aliviar la carga de los esmirriados primeros habitantes de estos terronales. Y la muerte, tan protagonista, tan dada a nombrarse en los charcos de sangren, en las hilachas de las heridas provocadas por los látigos. Y el poema en prosa, el que anida la oración y termina en estas líneas:

“Hoy mismo promulgo la Ley del Servicio Militar Obligatorio para todo adolescente mayor de 15 años y derogo cuantas disposiciones, leyes, artículos, encíclicas, constituciones, códigos, reglas, preceptos, ordenanzas, estatutos, edictos cartas magnas y cédulas se opongan a la misma. Firmo y ordeno que se ejecute. Dada en el Palacio de la Revolución el 3 de abril de 1964, Año de la Economía. La Habana, Cuba, territorio libre de América”.

El texto, por supuesto, firmado por quien llevó a esa tierra al otro martirio, el mismo. Ese texto es parte del poema de Arenas. De modo que Castro es la continuación de la muerte, de la permanente muerte de esa isla.

Habla de los indios, habla de la indiada el poema. Los presenta como un homenaje, como la realidad que fueron y de la que nada quedó.

Y los negros, la gran mercancía: “…un negocio redondo no se hace con sólo 8 negros”, quienes debían ser el movimiento de los trapiches, y quien se alzaba le tocaba cacería:

“Echa a correr el negro/ más la jauría de las perseguidoras/ conducidas por negreros de avanzada/ diligente lo apresa y la rubia cabeza/ cabeza del muchacho se estrella contra/ la selva legendaria”. / Negro / no hay sociedades secretas/ no hay sociedades mágicas/ no hay ritos/ no hay sociedades que te salven. // Tu color te condena”.

Barcos van y vienen. Cargan y descargan. Guanches y peninsulares son la crema del mercadeo de negros. La noche de los negros también es título para el mordisco, para la gusanera en los tobillos, en la lengua, en los ojos. La virgen, los santos, los milagros que no existen para ellos. La oración, la larga oración del lamento y el quebranto. Y el futuro: esclavo, lacerante el látigo sobre la piel morena mientras el central produce el papelón, el azúcar, la melaza que viajará en los mismos barcos de retorno, esta vez a la metrópolis.

El tráfico de hombres y mujeres, el clítoris y el pene, el látigo y la salmuera en las heridas, el poema del ardor.

Y llegar a expresar:

“Hablar de la historia

es hablar de nuestra propia mierda

almacenada en distintas letrinas

-Manos esclavas conducen los camiones por el terraplén

polvoriento…”,

y el cierre, que es nuevo comienzo, la alteración de la historia en la boca mugrienta del caudillo rojo. La patria es sólo un nombre, “Pero/ te seguimos buscando, patria, / en las traiciones del recién llegado/ y en las mentiras del primer cronista”. Mensaje a los europeos que convirtieron en utopía “la tierra incógnita” y a los barbudos que terminaron de redondear la muerte.

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