Henry Chinaski
y mi relación con el realismo sucio
Mariel Turrent (Malix Editores)
A Través de la Pluma
Hace un par de meses, mientras caminaba por la Quinta Avenida a la altura de Central Park me topé con unos puestos de libros, viejos y nuevos, de esos que ponen en las calles y que son mi fascinación. En ese momento iba acompañada y aunque no pude resistir la tentación de aminorar mi paso, apenas me dio tiempo de respirar el perfume del papel impreso y admirar velozmente sus creativas portadas, antes de que tuviera que emprender una carrerita para alcanzar el paso de mi acompañante, quien ni siquiera había reparado en ellos. A pesar de haber sido un momento fugaz, entre tantos títulos uno se había hecho notar. Me había cerrado el ojo y me obligó a regresar al otro día para llevármelo junto con otros que también me enamoraron. Ese libro es Post Office, de Charles Bukowski.
En su libro La Ciega, Carlos Torres habla con erudición de la literatura y sus protagonistas. Entre ellos uno de sus favoritos es precisamente Bukowski. A pesar de admirar a mi maestro por la forma en la que plasma sus conocimientos y de haber tenido siempre la inquietud de leer a este representante del realismo sucio, no me había llegado el momento. Tanto había escuchado de Bukowski como uno de los autores más influyentes de dicho movimiento literario, que entré al mundo del Post Office con el prejuicio de que me iba a asquear. Sin embargo, para mi sorpresa, su personaje, Henry Chinaski —alter ego del autor— no solo me ha resultado simpático sino entrañable. Su vulgaridad y simpleza lo convierten en un auténtico ser humano, que a pesar de estar atrapado en los amargos brazos de sus tres vicios —las mujeres, el alcohol y las carreras de caballos—, y que parece navegar en la superficialidad, completamente alejado de sus sentimientos, de pronto me sorprende con gestos de caridad, y amor conmovedores.
La historia podría ser sórdida. Tal vez lo es. Pero al estar inmersa en la atmósfera de la ciudad de Los Ángeles, por alguna razón y a pesar del minimalismo de sus descripciones, me pareció llena de luz y colores americanos. Un paisaje donde el vacío de la sociedad que retrata, se topa con la precisión del lenguaje y nos lleva, en la cadencia y el ritmo propios de este personaje —a su manera— carismático, a navegar con la corriente y fluir, como él, en brazos de cada una de sus conquistas sin mayores pretensiones que las de saciar sus instintos más básicos.
Así que aquí les va, cierro estas líneas reproduciendo este texto, que escribió el mismo Bukowski para prologar la novela Pregúntale al polvo de John Fante y que Carlos Torres utiliza a su vez en su libro La Ciega, para describir su primer encuentro con la literatura del Bukowski. A ver si se les antoja conocer de primera mano, a Henry Chinaski o leer más sobre estos autores en La Ciega*.
“…cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a la mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He ahí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia.”
*La Ciega, de Carlos Torres, está a la venta en malixeditores.com