Editorial

El Nombre Es Destino – A Través de la Pluma

El Nombre Es Destino

Miguel Miranda (Malix Editores)

A Través de la Pluma

 

Un día de agosto de hace muchísimo tiempo (como treinta años), estaba en el aula de la universidad al inicio de algún semestre y mientras sucedían las presentaciones del nuevo curso noté algo que me marcó generacionalmente: por cada dos Mónicas, había una Claudia.  Hoy, por el contrario, predominan las Jenifer, los Brayan, las Alexia, y los Camilo. El tiempo y el ambiente marca tendencia en cuanto a los nombres que irremediablemente, dictaminan los padres de la criatura que cuando crece se ve en el dilema de llamarse, por ejemplo, Hunter.

Miles de anécdotas habrá en el tema de los nombres y los bautizos, como el caso de la tía de mi amigo Juan B, a quien cariñosa y familiarmente le llamaron Coné hasta el último día de su vida. Durante el bautizo, cuando el cura preguntó a su padre cómo iba a llamarse la criatura, éste respondió “Ugenia”, a lo cual el sacerdote argumentó un lacónico “¡Con é!”. La rebatinga duró varios minutos, hasta que algún invitado un poco harto de la discusión y visiblemente adelantado a la fiesta en cuestiones etílicas, espetó “¡Póngale Coné!” y la discusión quedó zanjada.

Plauto (254-184 a.C.), el comediógrafo latino, decía: «El nombre es un signo, un presagio, un anuncio, un símbolo, una profecía… El nombre ya lo dice todo… Lo que no tiene nombre no existe… El nombre es la clave».  Por eso, para los romanos el nombre es destino: nomen est omen. Pensaban que el nombre determinaba en gran medida la vida de quien lo llevaba;  generalmente usaban tres: praenomen (prenombre), nomen (nombre) y cognomen (apodo o diferenciador) son los llamados tria nomina, como por ejemplo: Cayo Julio César.  

A través de los años, los occidentales (y propiamente los latinos) hemos heredado la forma de nombrar a nuestros hijos; actualmente la asignación de los nombres depende de muchos factores: la herencia del padre, el abuelo o la familia en sí, notable en el caso de los primogénitos. Muchas veces el destino del primogénito se ve alterado por la figura paterna, sobre todo si el padre es una figura triunfadora y hereda esa responsabilidad al hijo a partir de su nombre. Tradicionalmente, familias enteras han sido nombradas por el día del nacimiento u onomástico, el día en que según el santoral católico es la festividad del santo: líbrenos Señor de nacer el día de San Pascasio o Santa Hermelinda. Y la manera más común, de moda hoy en día, ser nombrado como la estrella de cine, de música o de fútbol, e inclusive por la ocurrencia del momento.

Hay casos de niños registrados como Cristianos, Mesis, Barbies, Disneys y hasta Merrycrismas. Sin contar genialidades como Aniv de la Rev o Usnavy. Nombres que han orillado a algunas legislaciones a prohibirlos no tanto por su rareza u originalidad, pero sí por ser generadores de burlas y escarnio a sus dueños. El nombre muchas veces puede ser destino, pero cuantas Soledades conocemos que están llenas de amigos y felicidad,  o mujeres de nombre Olvido, que son acertivas puntuales y triunfadoras.

Afirmar que el nombre es destino sólo es válido en la pluma de un escritor, quien con todo derecho e intención, tiene en sus manos el destino del personaje, como Ulyses, como Víctor Plaza, como Tánger Soto o como Pedro Páramo. El escritor es el único que puede bautizar a sus personajes con la autoridad total de su destino, salvo en ocasiones donde el personaje se le revuelve en un palmo de terreno al escritor, como Augusto Pérez (el personaje) quien en la novela Niebla (Nivola, 1914), visita a Miguel de Unamuno (el escritor) para reclamarle su destino. Después de una serie de incidentes, el personaje va a casa del escritor y Unamuno le recuerda que él es un ente de ficción y si persiste en reclamar, podría matarlo. A lo dicho, Augusto Pérez le voltea la tortilla y le dice a don Miguel que probablemente también sea un personaje creado por otro, y morirá y nadie lo recordará, mientras que Augusto volverá a vivir mientras alguien lea su historia. En ese momento el personaje se ha adueñado de su propio destino.

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