Crónicas del Olvido
“HOMENAJE A LA ESTRELLA”, DE ELISA LERNER
Alberto Hernández
1.-
Esta segunda edición le corresponde a El Taller Blanco, Colección Comarca Mínima, publicada en Bogotá, Colombia, 2019. Un empeño hermoso en el que están comprometidos venezolanos y colombianos para enaltecer la obra de hombres y mujeres que han escrito y siguen escribiendo poesía y narrativa. En la anterior, una fotografía que revela la belleza de una mujer en plena juventud. Es la portada de “Homenaje a la estrella”, una publicación de Oscar Todtmann Editores, Caracas, 2002, con un denso prólogo del poeta Eugenio Montejo, de quien bien vale hablar por la calidad del texto que forma parte de este libro de Elisa Lerner y que los editores de El Taller Blanco ha vuelto a traer a nuestras manos por la magnífica prosa del poeta de “Papiros Amorosos”.
Tres relatos que forman parte del legado verbal de nuestra narradora. Tres cuentos, tres historias en las que participa un ella que se acerca y se aleja para ofrecerle al lector la idea de que la ficción es tan real como real es la ficción. O que sin ambages muchas veces ambas andan juntas, se tropiezan, caen, se levantan, vuelven a recorrer un trecho hasta que al final se encuentran definitivamente. Vertientes, afluentes, correnteras, líneas paralelas: en estas historias de Elisa Lerner está su pasado, su herencia europea, la fuerza de su cultura doméstica y la solidez de su formación ciudadana.
En estas páginas se pueden leer “Las amigas de papá”, “Con viola al fondo del ojo” y “Homenaje a la estrella”, donde la narradora venezolana compone una obra en la que el lector podrá constatar las delicias de su escritura. Textos reposados, sin rebuscamiento alguno. Cuenta esta mujer la vida de unas amigas que son visitadas por el padre y su hija y cada una de ellas lleva una historia a cuestas que de alguna manera los marca, los anima a no olvidar el lugar del origen, porque se trata de mujeres provenientes de Europa que se han instalado en nuestro país, luego de la diáspora provocada por la II Guerra Mundial.
Y así lo dice:
“Algunos sábados en la mañana (si la maestra daba buenos informes sobre mis estudios en el colegio, a través de la boleta que debía traer a cara) me llevaba consigo en un paseo breve, pero poco convencional por entre las estrechas calles del centro de la ciudad”.
Ahí comenzaba la gira por los sitios, negocios o casas, de Lidia, Amelia, Berta, Olinda y Susana, cada una con un perfil propio de mujeres trajeadas por la memoria amable o por los recuerdos que arrastraban desde su llegada al trópico. Eran las mujeres “amantes” que la niña veía en su padre, y que con el tiempo se convirtieron en el amante que ella consiguió de adulta. Una combinación de tonos, de acentos, de comportamientos. Las amigas de su padre construyeron el porvenir de un personaje que lleva la voz cantante en este relato.
Una operación de los ojos en Miami altera el ánimo de la paciente y la hace oír con ellos, en lugar de ver. Ver para ella es oír. Una suerte de sinestesia que alberga una metáfora en la que la narradora vierte toda su fuerza expresiva.
Habla de sus ojos:
“Los míos, por ejemplo, acribillados por la punta admirable de los sabios espadachines de los hospitales, son como la viola y el violín de una tenaz concertista, adicta a ambos instrumentos. El ojo derecho tiene sonoridades amplias y tormentosas de viola. El izquierdo, sonoridades (visiones) tenues y precisas de violín”.
Toda una osadía narrativa.
Pareciera la misma voz de los dos cuentos anteriores, pareciera una complementación, esas líneas paralelas que atraviesan el mundo del personaje.
Ella, instalada en reflexiones sobre la edad, relata:
“No deseo caer en exageraciones, en los delirios de la mujer madura que, en tiendas de lujo –frente a los esmerilados mostradores donde se aglutinan los estuches de maquillaje-, parecen enceguecer, como si estuvieran viendo turbadores semáforos colgados en el cielo. Por mi parte, no hay tentación de sucumbir en los inelegantes azares de un mapa de cronologías. Pero desde -¿cómo cosa de…treinta años?- mis días prenden de los tuyos. Solo la imagen, la violeta despiadada de tus ojos, logra esas fidelidades largas con un tiempo de fidelidades cortas”.
2.-
Eugenio Montejo –como dije antes- es el autor del prólogo. Un texto que una vez más nos hace felices lectores por la tesitura de su decir. El poeta aborda el libro desde la palabra de Lerner, desde la atención que nuestra autora le pone a su trabajo, a su invención narrativa.
Dejemos que hable Eugenio:
“De los reconocidos dones de su escritura, por cierto una de las más personalizadas y singulares con que cuentan nuestras letras, el distingo que más a menudo sobresale es el de su habilidad para armonizar las frases, el modo de afortunado acompasamiento mediante el cual se van nombrando las cosas.”
(…)
“…el hábito de un esmero minucioso vigila cada una de sus páginas, sin dejar de echar mano oportunamente a la ironía, la metáfora impredecible, el guiño de la ternura, así como al humor y el ingenio más finos, todo ello, como ya he dicho armonizado por el dominio de un ojo que ha aprendido atentamente a oír”.
3.-
Este libro de Elisa Lerner espera por más lectores, por más curiosos que seguramente se identificarán con sus personajes y se hermanarán con las palabras del autor de “Terredad”.