Crónicas del Olvido / “Cambio de Sombras”
ANTONIO ESTÉVEZ, EL CHINO VALERA MORA Y LA CATEDRAL DE PRAGA
Alberto Hernández
**Foto: Pito Peralta**
1.-
El diablo sigue aposentado en el llano. Maneja botalones de candela para tratar de espantar las malas intenciones de Florentino. El diablo tiene el valor de acercarse hasta el hombre que lleva fuego en la garganta. Y en esas cosas no se mete Dios.
Hace poco (ya hace tiempo de esta escritura que lo nombra) Antonio Estévez Aponte tomó sus bártulos y se marchó, así tan fácil, como decir que de jodías sólo sé yo, en un tono de ternura violenta frente al silencio de una orquesta. Calabozo seguramente tendrá en la Iglesia Las Mercedes un color más intenso, o Raúl y Miguel Delgado se tornarán más hacia la sorna que el llano les metió en los ojos.
Como para agradecer catedrales, como para tener paredes de sonidos y silencios, como para celebrar la memoria, Antonio Estévez se arrojó contra las nubes, por Calabozo, ciudad de iglesias.
En viaje a Praga, miró asombrado la nomenclatura del espacio. Razón de catedrales eso de ser monumento, como la música, como el misterio entrará en quien nunca se ha quedado callado.
2.-
En esa ocasión praguense, el “Chino” Valera Mora, también estacionado en la capital checa, vio cuando el maestro Estévez ingresó en la catedral que celebra a San Vito, San Wenceslao y San Adalberto, un trío que se las trae (la fabulación trabajaba a favor del poeta, forjada luego por la majadería ficcional de Manuel Bermúdez, una tarde en Calabozo).
El poeta valerano entró detrás del músico llanero, pero sin dejarse ver. Cuando ya el calaboceño estaba apostado y ensimismado frente a los brillos del edificio de hermosísimo arte gótico, Víctor Valera Mora cantó desde un improvisado escondite:
Noche de fiero chubasco
por la enlutada llanura
y de encendidas chipolas
que el rancho del peón alumbran.
Sorprendido, Estévez volteó ante la inesperada presencia. “¡Coño, qué vaina es esta, esto no puede ocurrir en la Catedral de Praga¡”. De nuevo, el canto hecho eco en la inmensidad de la iglesia:
Adentro suena el capacho,
afuera bate la lluvia;
vena en corazón de cedro
el bordón mana ternura.
El músico saltó de nuevo porque el temor logró apoderarse de su ánimo:
-“¡Pinga, este carajo es el diablo. Yo me voy de aquí¡”
3.-
Sobrentendido queda que el viejo compositor llanero salió en carrera, mientras el bromista perdía el equilibrio por la tanta joda.
Años más tarde, Estévez supo que todo formó parte de una conspiración internacional, y que lo narrado en bares y botiquines de Caracas, San Fernando de Apure, Maracay, Calabozo y San Juan de los Morros era igualmente fruto de la imaginación del poeta que siempre amanece de bala. Al redondear la broma, Estévez dijo:
-¡Este es un golpe de estado de este carajo a la inocente emoción de quien se cree un insigne jodedor¡
Sirva la presente ficción para celebrar el tránsito por este mundo de estos dos señores –Estévez y Valera Mora- quienes aún siguen provocando revelaciones en el país. Pero también para reconocer la capacidad de invención del embusterólogo Manuel Bermúdez, quien creó todo este cuento y se lo contó a este escribidor, para gloria o desgracia de quienes ahora lo leen, no vaya a ser que alguien resulte incomodado por aquello de que el diablo se metió en aquella catedral sin permiso de Dios.
Seguro estoy, luego de aquel regaño en Calabozo, de que Antonio Estévez no dejará de enviarnos mensajes cada vez que contamos este invento, como él mismo lo bautizó. También de su camaradería con el “Monje Rojo”, aquel apellidado Vivaldi, que un día estuvo en mi otro pueblo, Guardatinajas, alborotado en el talento de Solistas de Venezuela, dirigida por nuestro amigo Luis Morales Bance, mientras Las cuatro estaciones avivaban las pasiones de muchos fanáticos. Los golpes y el carcelazo –que no tuvieron nada que ver con el músico italiano- fueron motivo para que Estévez celebrara:
-El único culpable de la paliza y el carcelazo que te dieron eres tú mismo. ¿Cómo se te ocurrió llevar a ese sujeto a Guardatinajas? Sólo a ti, bien buenos los palos esos que te dieron.