Una poesía con daños: a propósito de Los daños del siglo, de Margarito Palacios Maldonado
Francisco Payró
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Mansalva
He llegado, por fin, después de semanas de lectura lenta (¿y atenta?) a Los daños del siglo, el segundo libro de poesía de Margarito Palacios Maldonado. El título apareció después de que en 2010 su autor diera a la luz el poemario “de juventud” Yo también hablo de mí.
De modo que un lapso de poco más de tres años, quien fuera una pieza importante para la fundación de la escuela tabasqueña de escritores José Gorostiza consiguió publicar mucho del material poético que —según ha dicho— mantuvo durante tanto tiempo a salvo de críticos, lectores y editores. Del primero de los libros me ocupé en su momento, con motivo de una de las presentaciones que sucedieron a su publicación. Del segundo quiero dejar ahora un registro de lectura, pues esa, y no otra, es la mejor manera que encuentro para honrar a esa poiesis a la que Palacios Maldonado ha querido rendir tributo con este segundo volumen. Lo que sigue es por otra parte, un refrendo de amistad no anclada de ninguna manera en el elogio irrestricto o en el halago inútil.
Los daños del siglo es un libro de poemas que pretende reflejar una concepción sobre la tarea oficiosa de escribir poesía. Aunque los textos divaguen sobre el cuerpo y los “afectos”, aunque se revistan de sesudas reflexiones sobre el ser y su sustancia filosófica, y aunque no pocos de ellos quieran dar cuenta de una suerte de Mal du siécle en las postrimerías del siglo XX, cada uno es el reflejo de lo que piensa el autor sobre lo que es —o debería ser— la escritura poética. Cierto tipo de lector, más atento a la postre, podría decir que el libro de Palacios Maldonado ofrece, en todo caso, una idea de lo que cree el autor que debe ser su propia poesía. Es probable. El problema de este, y de cualquier otro libro, estriba en el grado en que lo que se asume como hecho estético se corresponde, en efecto, con la contundencia de lo escrito. Afirma Palacios Maldonado en su breve prólogo al libro:
Mi voz poética…tiene diversas sonoridades, y no se agota en un solo registro estilístico…[muchos poemas]…Son, pues, análisis intelectuales y ejercicios expresivos que tratan de rescatar el sentido estético de una idea filosófica, una experiencia social, un aprendizaje significativo…Por todo ello, mi poesía sólo busca la claridad expresiva de las ideas, más que el efecto musical, la creación de imágenes o de figuras retóricas…
Poesía, pues, de las ideas que, intencionalmente, poco dice tener que ver con la cadencia, con el vaivén musical y con ese “cantar que cuenta” atribuidos a la poesía desde los Cantares de gesta (y aun desde mucho antes, desde las epopeyas babilónicas y asirias que datan de cientos de siglos antes de Cristo). ¿Consigue, en verdad, este libro que las ideas pasen de ser meros “análisis” a ser simple y llanamente poemas?
Mi impresión es que —a diferencia de lo ocurrido en Yo también hablo de mí, donde el autor arriesgó un lenguaje fresco y desinhibido (a la postre juvenil) — en este volumen buena parte de los textos corre el riesgo de resultar incomprensible para muchos de sus lectores. En primer lugar, porque a fuerza de ser, fundamentalmente, “ejercicios expresivos”, sin una pretendida resonancia musical, los poemas se exponen a perder ese sentido indispensable del que T.S Eliot hablaba al referirse a la música de la poesía.
Lo que importa, pues, es el poema en su integridad —afirmaba el autor de The Waste Land—: y si el poema entero no necesita ser, y con frecuencia no lo debiera ser, del todo melodioso, se llega a la conclusión de que un poema no sólo está hecho de “palabras bellas”…Mi propósito aquí es el de insistir en que un ´poema musical´ es un poema que tiene una forma, un molde musical de sonido, una forma musical de los significados secundarios de las palabras que componen el poema, y que estas dos formas o moldes son indisolubles y forman un todo único.
Al hecho de que muchos de los poemas de Los daños del siglo rehuyen de una musicalidad aparente (y por lo tanto, parecen perpetrar un divorcio entre música y sentido) se suma, por otro lado, lo que creo que es un problema de lenguaje. Una buena cantidad de los poemas del libro no se entiende si no se le asocia a una poesía que hace mucho mudó de facciones. Me refiero a algunos tramos de la poesía romántica, tal y como ésta fue concebida y escrita en México y en otras latitudes de Hispanoamérica. En esa poesía, el yo es una presencia poderosa que abraza a la belleza en abstracto, la emoción desborda a la lírica de los versos y la referencia culta a figuras de la antigüedad grecolatina es una constante. Dionisos, Sísifo, Arcadia, Cronos, el ave Fénix, son apenas referentes visibles de ese preciosismo verbal que domina al libro y que intenta equiparar el modo refinado de emplear las palabras con la materia esencialmente poética sobre la cual debería edificarse el texto en su conjunto.
En el océano candente del desierto brotó la chispa verde de un retoño, una yema, un hijo verde del eterno fuego y, como Zeus crónida, escapó a ser devorado por el tiempo. Ahora, desde un estar aquí sobre la tierra, el paraíso se abre y nos llama a través del rojo terso de una fruta que todos probamos. Dante y Beatriz renacen y maduran como el tiempo que fragua las nuevas culturas…
En Los daños del siglo, lo poético es, pues, aquello que expresa la belleza de un modo esencialmente lírico y que, con la presencia ineludible de la primera persona, no puede sino remitir en muchas de sus páginas a la utilización de recursos lingüísticos más propios de un romanticismo anacrónico que de una pertinente apropiación de los mecanismos discursivos de una corriente dominante durante buena parte del siglo XIX y de los inicios del siglo XX. Como resultado del influjo romántico en unos poemas que no se replantean su filiación al desaparecido movimiento, en el poemario abundan los lugares comunes. Los hay en el tono (Grazna el zanate cortando el falsete del viento./ Vistiendo percal y oro, la calandria anuncia la llegada/ del viajero, extraño ya por tanta ausencia…), en las figuras retóricas (Nacerías al mundo de los hombres./ Tu rostro aún no existía y tu cuerpo/ era poseído por el caos primigenio de los tiempos…), en los títulos de algunos de los poemas (“Comunión táctil”, “La vida seguiría igual”, “Así me gustas”,
“El hombre”) y en el uso de los adjetivos (Destacada por la luz y enfatizada en el color/ de lo imposible, tu forma se multiplica/ en dimensiones sutiles, relieves suaves/ y texturas cálidas de orquídeas deliciosa./¡Oh, Dios!…”
Resultado: un libro cuyos poemas se prestan muy poco a ser gozados, a fuerza de rupturas melódicas (sobreabundan en él las preguntas retóricas ancladas en la noción de una poesía filosófica y reflexiva: ¿Qué seré?/ ¿Cuántas posibilidades realizaré? /¿Hasta dónde me será dado llegar?), de imágenes oscuras (De críptico silencio hacen su historia,/ arqueologías milenarias donde el hombre/ se duerme o se monta, como en potro de tormento epistemológico…) y de un tufo romántico que parece, tal y como se concibe en el volumen, no tener ya cabida en nuestro tiempo. Al final de mi lectura, me quedo con un solo fragmento de este libro. El fragmento cuyo tono —osado y provocador— se echa de menos en todos los poemas que le anteceden y le siguen.
Otro día será cuando amanezca el mundo patas arriba, cuando dos polos opuestos crucen sus piernas y los jugos de nuestros sexos se mezclen en un solo éxtasis. Mientras, tú esperarás el arribo de un extranjero cuyo idioma desconoce el mundo.
Que la poesía de Margarito Palacios Maldonado haya dado en Yo también hablo de mí un aviso de lo que vendría no salva a sus poemas del daño que en Los daños del siglo parece más un signo de extravío que de hallazgo. Buen momento, en todo caso, para recobrar un camino que alguna vez fuera con fortuna comenzado.
Margarito Palacios Maldonado, Los daños del siglo, México, Instituto Estatal de Cultura de Tabasco, 2013, 87 pp.