Editorial

Del libro “CHAPOLLI” – El día de fieles difuntos (extracto) Mar Gómez

Del libro “CHAPOLLI”

El día de fieles difuntos (extracto)

Mar Gómez

Letras para tu panóptico mirar

 

La isla de Pacanda les daba la bienvenida.

A cualquier lado que Chapolli volteaba los aromas de incienso y copal inundaban el ambiente. Desde la mochila veía pasar a las mujeres con sus petates en mano, ataviadas con sus rebozos negros; él y Dominick estaban sorprendidos por lo que sus ojos veían. En su caminar hacia las tumbas decoradas se emparejaron con un señor indígena de rígida expresión, piel áspera y correosa por el sol que cargaba varios bultos. — ¿Me permite ayudarlo?, dijo Dominick. — ¡Claro que sí, joven! ¡Gracias! —Contestó el viejo. Voy a ponerle su ofrenda a mi angelito. — Me gustaría ayudarlo para aprender cómo se hace una ofrenda ¿Se podrá?—Sí, muchacho, claro que sí. Siguieron caminando en silencio, el hombre era amable pero de pocas palabras. Ya para esa hora el sol se había ocultado y tocaba a la luna su turno de iluminar la isla. Un arco de flores adornaba la entrada al cementerio e invitaba a pasar por una avenida estrecha y larga, llena de cempasúchil, de intenso color naranja abrazaba a los caminantes. En ambos lados había tumbas y en cada una de ellas se encontraban los familiares visitando a los difuntos ahí enterrados. La gente las adornaba; hombres, mujeres y niños de esas tierras estaban de fiesta y se les veía felices. En México, por extraño que parezca a los extranjeros, el día de los fieles difuntos es una gran fiesta y celebración. Las almas de los niños difuntos parecían llegar al cementerio de la isla, el sonar de las campanas así lo avisaba.

Estaban listas algunas ofrendas sobre las tumbas, brillaban las flamas de las velas, las plegarias y rezos se escuchaban como un murmullo que lo envolvía todo. Los ojos de Chapolli brillaban entre las rejillas de la mochila mientras Dominick ayudaba al viejo a colocar la ofrenda sobre las tumbas de su pequeño hijo y de su esposa, que también se encontraba sepultada ahí. Voy a salir a estirarme un momento —dijo Chapolli, y con uno de esos saltos acrobáticos que eran su especialidad cayó bruscamente sobre la tierra. Se sacudió rápido el polvo y ¡oh, sorpresa!, lo que vio a su lado le dejó boquiabierto: una bella mariposa monarca de hermosos colores naranja, negro y blanco se escondía junto a esa tumba, quietecita; expectante también de la celebración. — ¡Hola guapa!, le saludó coqueteando. — ¡Ssshhhh! ¡No hables tan fuerte! ¡Nos pueden descubrir y quizá no viviríamos para contar lo que estamos viendo! —contestó la asustada mariposa. —Está bien, susurró Chapolli con una tenue vocecilla. ¿Tú que haces aquí?, ¿escondiéndote?—Si, es que me desvié del grupo con que volaba, todos los años venimos aquí, huyendo del cruel invierno del norte, voy a mi destino final como parte de mi metamorfosis. —De tú meta… ¿qué?—Mi “me-ta-mor-fo-sis” —respondió la mariposa—, te explicaré, eso significa que desde que nací he pasado por muchos cambios en mi cuerpo: primero fui un huevecillo, después me convertí en una larva muy pequeñita, fui una oruga mucho más grande y tras esto me tejí en un capullo, para convertirme en lo que ahora ves, en una mariposa. Esa es mi vida: la transformación, el pasar de un ser que se arrastra a otro multicolor que vuela, finalmente, tener hijos que empiecen todo eso de nuevo. Es como mudar de diferentes cuerpos para terminar mi existencia ahí en los santuarios de bosques de oyameles en México. Ése es el lugar de mi último y final destino. Mis compañeras y yo alegramos los paisajes haciendo un espectáculo impresionante; esa es nuestra tarea final. — ¡Guau! ¡Qué vida tan poética! —Dijo Chapolli, ya entendí. Así es chapulín, en la vida siempre hay un principio y un final. Tiene que ver con lo que ahora están haciendo estos humanos aquí en el cementerio, aunque el cuerpo deja de existir el alma perdura para siempre. —Pero por andar jugueteando me separé de mis hermanas —agregó la mariposa, y ahora debo esperar a que amanezca para buscarlas. Espero encontrarme con ellas muy pronto. Seguro ya se dieron cuenta de mi ausencia, deben estar esperándome en la ruta migratoria. — ¿Y qué harás mientras? —preguntó Chapolli, preocupado por su nueva amiga. —Pasaré la noche aquí —contestó la mariposa. Lo bueno es que hay mucha luz de las velas que han puesto en las ofrendas, eso me quita el miedo y ahora contigo, estaré mejor gracias a tu compañía. Y tú, ¿qué haces aquí? ¿Vives en el cementerio? — preguntó ella. No, yo soy un saltamontes mexica —respondió Chapolli— y viajé desde el Estado de México dentro de la mochila de Dominick, el muchacho güerito que está allá con don Mario. ¿Lo ves?—Sí, ya lo veo. Parece que Dominick no es mexicano, ¿verdad?; la última vez que vi gente parecida a él fue en el lejano norte de dónde vengo. — ¡Exacto! Tienes buen ojo, mariposita. Él habla inglés y un buen español, pero no sé de qué país viene. Todo el día he viajado en su mochila y creo que no me ha visto. — ¿Y te quedarás a vivir en Michoacán? —preguntó la mariposa. —No lo creo —contestó Chapolli—. Me colaré otra vez en su mochila, iré a donde él vaya. No sé por qué, pero tengo el presentimiento de que me llevará a un lugar donde me esperan. No sé a dónde, pero sé que debo andar con él. —Oye mariposita, ¿tienes hambre?— ¡Sí!, y también mucha sed, esperaba a que la gente terminara de poner sus ofrendas y se descuidaran un poco para comer del pan de muerto y beber de su chocolate. — ¡A mí se me antoja la fruta y una calaverita de azúcar! —Dijo Chapolli, a quien le encantaban todas las hierbas verdes y en especial el brócoli, además de fascinarle los dulces— esperemos que se descuiden y tú vas primero mientras que yo te echo aguas— ¡Sale y vale! —dijo la mariposa. Entre plática y risas, los dos iban por comida y después se sentaban a seguir contándose sus vidas. — ¡Mira mariposita! ¡Mira qué barriga que se me ha puesto! —Dijo Chapolli sonriendo y señalando su abdomen. — ¡Y mira también la mía, saltamontes! ¡Parezco una mariposa embarazada! Así, en una alegre convivencia los nuevos amigos pasaron la noche hasta el último rezo. Ya era tiempo de encaminar a las almas de regreso al otro mundo, llevándose con ellas el aroma de los alimentos, las oraciones y el cariño de quienes las recuerdan. Ya era otra vez de día y finalmente la hora de compartir la comida entre los vivos. —Una costumbre de nosotros los mexicanos —dijo don Mario a Dominick— es la de acompañar a los visitantes hasta la puerta para que se vayan bien y por buen camino. Por eso tardamos mucho en despedirnos y a eso le llamamos “encaminar a la visita”. Asimismo lo hacemos con las almas de nuestros muertos en estas fechas: vamos a encaminarlos. ¡Venga, muchacho! ¡Y sepa que al alumbrar el alba ya estamos encaminando las almas de mi pequeño difunto y de mi esposa! Cuando el sol ya había asomado, don Mario continuaba explicando a Dominick: —Recojamos el pan para entregarlo. Hay una persona a la que llamamos “el Recolector”, él pasa por las tumbas y se lleva las ofrendas, es electo de entre el pueblo, recoge los panes para compartirlo con los campaneros y sus familias. Es una costumbre de esta tierra purépecha. —Gracias por enseñarme tanto —dijo Dominick con humildad y agradecimiento a don Mario. Estaba sorprendido porque el anciano, un hombre que parecía de pocas palabras ahora hablara tanto con él. También llegó el tiempo para que Chapolli se despidiera de su amiga la mariposa monarca. Ella tenía que volar con sus compañeras y él regresar a la mochila para seguir su incierto camino. Los amigos se dieron un abrazo cariñoso para despedirse y desearse buena suerte. La mariposa monarca voló hacia el cielo limpio. Por su parte, Chapolli se acercó sigilosamente a la mochila y saltó directo a lo que consideraba su lugar, justo a tiempo pues Dominick se despedía de don Mario con un abrazo cálido y fuerte apretón de manos.— ¡Órale! ¡Apenas llegué a tiempo!- pensó, acomodándose en su lugar— ¡Ya mero me dejaba! En aquel instante se percató de que tenía un nuevo compañero en la mochila: una calaverita de azúcar con el nombre “Dominick” en la frente. Ella sería ahora su compañera de viaje. — ¡Oye, tú! este es mi lugar — dijo Chapolli, empujándola para acomodarse…

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