RADIOGRAFÍAS
Preludio de un amanecer
NORMA SALAZAR
Ella vio desde su ventana a dos lobeznos jugar. Era un amanecer mudo, todavía era muy temprano para ir a caminar, pero de repente sin avisar a su padre el leñador, decidió perseguir el rápido andar de aquellos cachorros que jugueteaban entre las flores silvestres donde siglos atrás habían pastado alazanes salvajes.
Los pequeños se ocultaron y la niña de caireles castaños se detuvo, con sus menudos pies esquivó estorbosas raíces, se adentró en la maleza escuchó un chillido cortó. Asomó la pequeña cara entre los arbustos, abrió los ojos ante un manto negro quien llevaba a los dos lobeznos. Lejos vio a un lobo castaño, éste a su vez veía la partida de sus cachorros.
El leñador regresó a su cabaña, sin encontrarla. Retumbó la voz en busca de la pequeña, no hubo respuesta. No era extraño que saliera de vez en cuando pero no era la hora adecuada, volvió a nombrarla en los bosques pero ellos se negaron a responder. Salió en su búsqueda, sólo se escuchó el canto de las aves; el manto de la noche impidió el paso.
Tres días recorrió él con su hacha, anduvo entre los troncos de abedules y pinos cantando y gritando el nombre de la niña. Tres días de soles que no lograron alumbrar el camino para hallarla con facilidad, pues el preludio del anochecer anunciaba el forzoso regreso a casa. Al amanecer siguiente optó por seguir un sendero distinto a los que ya había recorrido con anterioridad y no se equivocó. El leñador encontró el pequeño cuerpo, frágil de la niña en los brazos del viejo roble, al mirarla, su piel blanca mostraba profundas heridas en su carne de tan sólo tres años. Soltó su hacha y se arrodilló ante el veterano del bosque mientras goteaban las amargas lluvias de la fructuosa búsqueda. Tomó a su niña y apenas pudo caminar entre raíces que envolvían la tierra de antiguos quejidos. Las coníferas infranqueables danzaron ante las caricias del viento, llevando las hojas y ramas caídas a lugares distantes donde los recuerdos sonaban a cristales quebrados por la pérdida de la infancia. Danzaron cuando el leñador arrastraba sus pies gimiendo rencores con su ausente en los brazos. Advirtió que era visto por una mirada comprensiva entre los matorrales. Él, había perdido a sus pequeños a pesar de su celo entre las pequeñas cuevas del bosque. Los enterró a los pies del viejo roble con las fuertes garras de sus patas delanteras, justo donde yacía el hacha olvidada por la tristeza, sus pasos resonaron entre las hojas secas y el leñador volteó. Se divisaron en la distancia el azul del hombre y el ámbar del lobo, un odio flotaba desde el interior de la pérdida hacia el pelaje fino y castaño de su cola frondosa. El leñador recordó su hacha su inútil hacha y prometió en silencio volver para desollar al animal sin haberle muerto siquiera, sólo dio dos pasos con sus pesadas botas y el lobo se refugió en su hogar de pinos.
Los lobeznos que le sobrevivían mordisqueaban su pelaje al retornar, él, de su paseo vespertino. La noche se acercó con su llanto permanente de estrellas aún con la presencia entera de la luna. El lobo cantó hacia sus semejantes para reunirse entre los árboles y vigilar la oscuridad del bosque. Sus ojos paseaban entre sombras cuando la antigua voz se extendió a los oídos del leñador.
Criaturas insaciables, pensó. Han de buscar a otro desdichado perdido entre el laberinto de madera. Apenas salga el sol lo iré a buscar y haré de su piel un tapete que pueda pisotear horas enteras. Su mente calló y contempló el vacío dejado por su hija, devuelta a la madre tierra de su cabaña. Se refugió entre sus brazos sumergiéndose en el lago incontrolable del llanto.
El lobo miró hacia la soledad de los pinos cuando observó la fila de mantos negros enarbolando antorchas sujetas por ancianas manos. El lobo resguardó más con su cuerpo a sus criaturas para evitar perderlas de nuevo.
Ellos colocaron un círculo de fuego alejados de las fronteras de madera. Las lenguas de las llamas apuntaron hacia el cenit lunar con la mano tierra del lugar. Se cubrieron el rostro y un suave murmullo salió de sus gargantas, pronunciando palabras prohibidas. El suelo calló a las aves del paraíso, al andar del animal matutino y un signo se marcó hundiendo el pasto: otro círculo resguardando el rostro de la eterna oscuridad.
El leñador tomó su rifle al alba silenciosa. Ningún ave trinaba al amanecer y el frío flotaba denso entre el follaje. Acarició el rostro del hombre, quien se estremeció con los alientos gélidos de la brisa matutina. Miró atento a la distancia y al tiempo de su juventud, cuando recorrió paso a paso estos lares. Recordó caminos inexistentes, anduvo sobre las imborrables huellas pasadas y trazó largos caminos al ocultar la bruma el cenit del sol.
En el mudo sueño el lobo veía oscuridades causadas por vientos que le arrebataban racimos de vida a cuentagotas. En el mudo sueño, sus ojos incandescentes fijaban la hueca mirada en el pescuezo del animal, deshilando su respiración brisa por brisa. Escuchó a las traidoras hojas crujir bajo el peso de unas botas. Un olor a sed de venganza le hizo volver a la realidad presente y rápidamente se levantó. Nuevamente en la lejanía se hallaron el azul del hombre y ámbar del lobo. El leñador sin titubear apuntó hacia su presa para inmovilizarla, cuando indiscretamente los lobeznos se levantaron en su curiosidad por recorrer senderos desconocidos que nunca pudieron recorrer.
Aun cubriendo a sus pequeños con el cuerpo, el leñador logró beber la muerte de los cachorros y fijaba su vista en el muslo del animal. El lobo gruñía mientras el hombre hablaba.
-Verás, criatura de la noche, tu horrendo aullido termina hoy con un silbido mío.
Cayó de bruces bajo el peso de un lobo gris que amenazó arrancarle el cuello con una sola mordida. Pero sus fauces se apartaron de la débil carne y retrocedió. El hombre temblaba mientras lo miraba el lobo castaño ante el silencio de su salvador gris.
-Sólo canto con la única voz que la naturaleza me ha dado y tú, hombre de desproporcionada mente ¿Me llamas por eso criatura de la noche? ¿No te das cuenta que tu ser ha fomentado la destrucción de almas entre mantos sagrados pretendiendo cantar al ser nocturno y culpas a mí que habito desde siempre mi hogar?
Yo obedezco a mi instinto, que es más sabio que tu pretendida razón. Tú ni siquiera piensas en el dolor de la ausencia, nuestra ausencia al dejar este mundo por tus cruentas manos. Tan vedado de rencor está tu ser que no percibes la oscuridad en pleno día.
Oscuridad del ser a que invocaron anoche. Sí. Él, mi superior habita en paz hasta que ellos le despertaron. Deberías buscar por ahí, en ese sendero, la muerte de tu hija. Y olvídate del arma puedes arrojarla lejos. Ellos desataron fuerzas que no conocen muy bien y hacen daño más que sí una manada mía te atacase. Adiós.
Ambos lobos desaparecieron de la vista del hombre. Y él contempló la creciente noche a plena luz. Caminó hacia el sendero que el lobo le indicó. Era el sendero tan distinto para él, ramas de neblina tocaron sus entrañas al dar cada paso. Halló el viejo roble y el hacha señalaba el camino a seguir. Sintió el pesado mirar del veterano del bosque al pasar junto a él y sus pasos se volvieron lentos, envueltos en lodo hasta cruzar el lindero del bosque donde se detuvo.
El pasto estaba ennegrecido, el sol estaba oculto por un círculo negro y en la lejanía solo los olores del pasado habitaban en las pequeñas moradas del hombre ausente. El desolado canto entonó sonidos nocturnos en respuesta, el coro olió el sudor de su estremecimiento. Miró las espesas fronteras del lindero y trató de alcanzar las velas de la libertad podrida, pero sólo consiguió caer en la profunda oscuridad del aullido perdido…
Fue cuando el hombre dejó el bosque,
fue cuando el roble cantó de noche.
fue cuando el lobezno resguardó a sus hermanos
de la mirada de extraños…
II
Y el lobo contemplaba el nocturno paisaje mientras se preguntaba
-Cantó a la montaña, a los elementos diseminados de mi entraña y recibo disparos por ser hijo de la noche.
Sí, soy criatura nocturna pero ¿Eso me convierte necesariamente en salvaje, devorador de humanos? Llegó el anciano lobo y le exclamó
–La naturaleza, la ausencia, la esencia crea apariencias y el único que debe cerrarse ante esos velos tejidos por la mente del hombre, es tú mismo.
No dejes tu canto por una falacia continúa con tu familia el rigor.
Y el lobo entonó su llamado llevándose con él recuerdos de los bosques ancestrales.
Un solo lobo es más fiel que una manada de hombres
(el lobo al lobezno)
Mi instinto es más sabio que tu pretendida razón
(el lobo al hombre)
¿De qué me cuidas?
Del invierno del hombre, su fría mirada líquida
nuestras cálidas manadas y nuestros tiernos corazones
que ellos carecen
(el lobezno a su hermano)