Editorial

Las enseñanzas del Alzheimer – Veleidades de la memoria

Las enseñanzas del Alzheimer

Miguel Gallareta Negrón

Veleidades de la memoria

 

La convivencia durante más de 15 años con el Alzheimer de mi madre, ha sido una experiencia llena de aprendizajes, difíciles al inicio, pero con mucha más tranquilidad y numerosos momentos de disfrute a partir de la aceptación de la enfermedad, de parte de los diferentes integrantes de la familia.

Cada vez que percibo un nuevo aprendizaje propiciado por la demencia, fijo la mirada en los ojos de mi madre y le pregunto: ¿Qué me falta aprender sobre tu padecimiento? ¿Qué nueva lección me tienes en este día? La única respuesta es una hermosa sonrisa, como diciendo “aún hay cientos de enseñanzas por descubrir”.

A continuación, describiré solamente algunos de los aprendizajes que me han dado tantos años de cercanía con el Alzheimer, una verdadera escuela de vida para mí y mis familiares cercanos.

Para empezar, me queda claro que nada nos pertenece, ni siquiera los recuerdos, solamente el breve momento que estamos viviendo. Por tanto, yo no soy quién para quejarme de lo que me tocó vivir. Convivimos con el Alzheimer cada día, y hoy por hoy es un integrante más en la familia, ni amigo ni enemigo, simplemente algo intangible con lo que nos toca interactuar de manera cotidiana y por eso tratamos de que nuestra convivencia sea lo más amable y agradable posible.

A estas alturas del partido, ningún miembro de la familia vive enojado con la enfermedad de mi madre, ni derrama lágrimas por lo que ella era antes de iniciar su proceso de deterioro cognitivo. Aceptamos su situación como es cada día, a sabiendas de que mañana será diferente, no mejor ni peor, solamente diferente. Para eso nos apoyamos de la frase máxima de los grupos de apoyo contra las adicciones: “Sólo por hoy te acepto y te quiero como eres”.

La demencia me ha evidenciado el lado oscuro de mi ser, me hizo gritar y maldecir porque se apoderó de la mujer que me regaló la vida. Tuvieron que pasar varios años para aceptar que había llegado a la familia, por algo y para algo. Y aunque ese para algo no me queda claro al cien por ciento todavía, sé que se relaciona con ser mejor persona cada día.

Pero, además, esta enfermedad que borra recuerdos y a cambio entrega un cúmulo de sentimientos, me ha hecho ver que he sido incapaz de amar sin condiciones a mis semejantes, que mis miedos al rechazo y mis heridas de infancia me habían impedido entregarme sin egoísmo al mundo en general y a mis seres queridos en particular, tal y como lo hace mi madre cada día de su vida, desde ya hace más de diez años.

El Alzheimer, en pocas palabras, me ha enseñado que el ego y el orgullo estorban mi crecimiento personal y espiritual, que la acumulación de riqueza no tiene valor ni razón de ser, si no es para apoyar a las personas más necesitadas. He aprendido también, que hoy puedo estar en perfecto estado de salud y mañana quién sabe, y por eso me corresponde disfrutar con conciencia cada acontecimiento que me toca experimentar, cada salida y puesta del sol, cada trino de un pájaro, cada persona que me dice o a quien digo te quiero.

No es poco ni despreciable lo que he aprendido por el Alzheimer de mi madre, el supuesto “mal” que llegó a la familia para expulsarnos de nuestra zona de confort. El día que finalmente acabe con su cuerpo y su alma se transporte a otra dimensión, más que llorar y quejarme de esta enfermedad tan polémica, podré agradecer al Universo por el enorme legado que me entregó con amor, sin más condición que compartirlo con otras personas.

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