Editorial

RADIOGRAFÍAS – El ocaso del horizonte

RADIOGRAFÍAS

El ocaso del horizonte

NORMA SALAZAR

 

Ahí,  en una entrada posterior del Colegio Federico Froebel donde reciben a la parvada de pájaros, un jardín que ya no está, pero sí en mis recuerdos… la esperanza se me escapaba en cada soplido del viento.

Aunque me imaginaba poder retenerla se escurría en todo mi cuerpo, entre los dedos para luego seguir el curso del río.

El frío me rodeaba el calor existente entre mi pecho y muslos de tan sólo cinco años eran  suficientes para que mi cuerpo dejara de temblar cada amanecer.

¿Cuántos días huyendo de los gritos de ese lugar, llamado hogar? Dos, tres días, no lo sabía. Tenía que seguir corriendo a pesar de tener los pies hinchados y sin mirar hacia atrás, recorría la vista al horizonte del brumoso día por venir.

Una a una las estrellas se extinguían, ahogándose con el pálido azul que teñía el cielo nocturno. De pequeña cerraba mis ojos me acurrucaba en el dormitorio, era mi refugio.

El vigía del colegio un hombre muy duro con las niñas internas, muy parco con las monjas que daba escalofrío su  presencia. Tengo muy presente un recuerdo; un fin de semana, levanté la mirada y mis silenciosas lágrimas se detuvieron por un momento, sonríe levemente al escuchar el aliento del silencio incomparable, venía de la  parte trasera del colegio, seguí con atención aquél vivaz ruido que estaba en la calle de nombre La otra banda, no tardé demore mucho para llegar atrás, cuando levanté mi mirar al cielo y vi los cables de luz, estaban unos tenis rojos colgados por las agujetas. Aquellos pies me recordaron el asfalto de afuera, la banqueta y observé con extrañeza si no la estaban mirándome. Recorrí con la mirada el cable no había poste cerca que la sostuviera, busqué una piedra dentro del traspatio, la arrojé sin éxito, los tenis sólo se balancearon un poco, intenté nuevamente con una piedra más grande y conseguí espantar a las tortolitas del cable continuo. Me acerqué a la barda y contemplé mi sueño; volverme una hoja ligera tan ligera para que el vaivén del viento me transportara a libertad.

Inmediatamente me dirigí al cuarto de las cosas que ya no se usaban: como pupitres, mesas del comedor, escritorios sillas; imágenes sacras; cortinas diluidas que parecían trepadera de mapaches. Mis ojos castaños se fijaron en unos cortineros que había junto a unos matorrales corrí hacia ellos pero la mayoría estaban torcidos, a su lado había palos de escoba rotos, ramas muy pesadas y cortas pero nada que alcanzara al calzado. Cerré los ojos al recargarme en la barda de concreto. Me acerqué lo más que pude al par de tenis extendí miss diminutas manos para tratar de tornarlos. De pronto sentí en mi cintura a alguien que me tomaba con sus manos y me levantó. Abrió los ojos. El par de tenis seguía colgados, mientras yo seguía acurrucada junta a la barda.

Apilé unas canastas todavía en buen estado debajo del par de tenis.

 

(De pronto)

 

_ ¿Por qué quieres alcanzar recuerdos que no son tuyos?

Volteé pálida en silencio.

Una monja anciana con bastón se me aproximó si ni siquiera mirarme.

_Esos zapatos llevan un año ahí. Pertenecen a un niño menor, un día quiso andar fuera de la casa y no retornó. La gente nos comunicó que lo habían matado, pero yo no creo nada a esas personas; andará por ahí, por eso estoy segura que regresará por ellos.

_ ¿Y por qué se fue sin sus zapatos, madre?

_ Por los gritos de su padre.

_Entonces va a regresar.

_Sí.

Le contesté sin pensar

_Quiero seguir caminando hasta crecer.

La monja anciana guardó silencio y agachó la cabeza, llamó al vigilante, dio la orden de que trajera cortineros largos y bajaran el calzado, a la esperanzaLa tenía fija, me acompañaría en  largos caminos.

Se dirigió  a mi dormitorio.

_ ¡No la mire nunca!

_Si llegaras a ver a un niño descalzo comparte tu andar con él y podrán esquivar las piedras del camino.

_ ¿Y si me grita? Porque todo hombre grita al andar solo.

_No tendrá voz.

Mi infanta vio el ocaso del horizonte, la primera lágrima nocturna se asomó en el cielo antes de que la taparan las nubes.

Sólo escuché él murmullo de los autos y la tormenta cotidiana silenciar el cuarto de concreto hasta el alba. El amanecer no trajo más a mi cuerpo tembloroso que recuerdos de visitas irrealizables y seguí buscando un refugio a mis pensamientos.

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