El Cine Pobre
Mariel Turrent Eggleton
“Huracán, huracán, venir te siento,
Y en tu soplo abrasado
Respiro entusiasmado
Del señor de los aires el aliento.”
José María Heredia
Me gusta ver series y no me da pena decirlo. Parece que entre los intelectuales las series son como un sustituto de los libros y por lo mismo las rechazan como algo facilista para intelectos adormecidos que buscan pasar el tiempo y entretenerse sin hacer el menor esfuerzo.
A mí me parece que hay todo tipo de series, y a mí en lo personal me gustan las que, el cineasta cubano Humberto Solás, calificó como “cine pobre”.
Resulta que yo, que paso horas rumiando ideas y pensamientos, cuando llegan los cuarenta y cinco minutos que destino a las series de televisión encuentro en estas un solaz (utilizo la palabra para que no olviden el nombre del cineasta cubano) que disfruto enormemente.
Bueno, todo esto viene a cuento porque ayer terminé de ver la serie Cuatro estaciones en La Habana —un perfecto ejemplo de cine pobre por ser el resultado de mentes brillantes y poco presupuesto—.
Dicha serie surge a raíz de un viaje a Cuba del cineasta español Félix Viscarret para encontrarse con Leonardo Padura, y llevar a la pantalla grande algunos de sus primeros escritos de novela negra protagonizados por el teniente Mario Conde.
Lo interesante de esta miniserie es que es una pequeña joya de arte condensada en tan solo cuatro capítulos, así que, con el perdón de todos los amantes de las superproducciones millonarias, no se necesita dinero sino ingenio para hacer algo que valga la pena.
El guion fue escrito por el propio Padura y Lucía López Coll, su esposa; en este escuchamos hablar a la Cuba de los noventa —el periodo especial— en la boca de Conde, que recita los versos del iniciador del romanticismo en Latinoamérica, José María Heredia, mientras habla de la situación política, económica y social, pero sobre todo de la parte emocional de los habitantes de su país. La fotografía (de Pedro J. Márquez y la dirección artística de Carlos Urdanivia) con imágenes sublimes de La Habana, añade a las palabras con su composición y manejo del color un ambiente íntimo y decadente, como la misma historia de Mario Conde, del sargento Manolo, Candito o del Flaco, entrañables personajes que con tanto detenimiento describió Padura en esta Tetralogía de las Cuatro Estaciones.
Con esta filmación, Márquez y Urdanivia reinventaron el género, filmando novela negra en plena luz del día. Para que el sol caribeño no arruinara el argumento, retrataron días húmedos y nublados en esta ciudad de tonos desteñidos por el paso del tiempo, recreando así un ambiente que mezcla el misticismo de esta ciudad estacionada en el tiempo con el ímpetu de quienes habitan en ella.
La comida es un tema recurrente, la falta de abastecimiento se ve contrastada con las delicias que prepara la madre de Carlos, El Flaco, y las reuniones en las que terminaban siempre hablando de literatura, de política, y de mujeres siempre acompañados de tabaco, alcohol y canciones de ritmos sabrosos como Proud Mary, Born in the Bayou y Bootleg. Porque este protagonista tan particular es además de detective, escritor de versos “escuálidos y conmovedores” cuya debilidad, son las mujeres, la literatura y la música de Creedence Clearwater Revival.
Cuatro estaciones en La Habana, retrata un mundo de hombres, donde la mujer solo tiene cabida en la cocina y en la cama, donde los homosexuales son perseguidos por sus propios padres, los políticos corruptos, los bienes materiales escasos y empobrecidos. La nostalgia, la falta de esperanza, la decadencia, la corrupción, el hambre, las despedidas, la pobreza y la riqueza ilícita. Todo está ahí, en esta producción del cine pobre que retrata con sus ritmos alegres esa voz cubana, que nos contagia.