LA AMARGURA DE LOS MUELLES
GABRIEL AVILÉS
A PULSO DE TINTA
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Fui el sargazo que no encalló en playa alguna, sólo moría en pantanales perseguidos por un desvarío cuya podredumbre alcanza la amargura de los muelles que no presintieron las pisadas del abandono.
El infante cuyo mensaje se deslíe entre arena porque ninguna barca le trae referencias de sus padres calcinados, quienes oran la plegaria cuya cicatriz fermenta el aroma a sal y traen consigo el clamor del hedonismo.
Fui la esfinge que renunció a caer entre acantilados y prefirió evaporarse en la miseria nocturna donde cualquier ebrio se siente rey y no soporta el trago amargo que trae la brisa de los arpegios.
Algas y espinas desprecia bahías y se conforman con madejos de antiguas fragatas; en tanto, mi carne se pierde entre naufragios pero en espíritu se ata a olas de incandescencia.
Entiendo, para liberarse de Dios, hay que fallecer sin equilibrios.