Editorial

THOREAU Y LA DESOBEDIENCIA CIVIL – GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ

THOREAU Y LA DESOBEDIENCIA CIVIL

GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ

 

La Justicia existe, lo que hay son muchos jueces injustos.

En su viaje a Sudáfrica, recién graduado, Mohandas Gandhi (1869-1948) llevaba como lectura de cabecera, el ensayo “Sobre el deber de la desobediencia civil” de Henry David Thoreau (1817-1862), una obra que también entusiasmó a Martin Luther King, Jr. (1929-1968) Guiados por las ideas del autor sobre los derechos humanos, ambos desarrollaron activamente su resistencia pacífica con la cual el uno liberó a la India del yugo británico y el otro expuso su argumento ético del Movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos. Años más tarde, Nelson Mandela (1918-2013) lo aplicaría exitosamente en la lucha contra el Apartheid.    

Durante su vida, Thoreau se opuso a la esclavitud y promulgó ideas muy avanzadas para la época de la post guerra civil, la violencia y la escasez que experimentó junto a sus contemporáneos. Sus ideas prácticas y sentido común han sido mal interpretados por los extremistas de todos los tiempos, ya que sus principios son fundamentalmente moralistas y descartan la delincuencia y la anarquía. El escritor y filósofo estadounidense explicó la Desobediencia civil como el acto de no acatar una norma que se considera injusta y de ese modo, enderezarla. Esas tácticas requieren inteligencia, persistencia y paciencia, pero indudablemente han sido muy efectivas.

La desobediencia civil, como anotó Gandhi, no es nada nuevo y ya estaba bien documentada en la Antígona de Sófocles. La vida de Sócrates es otra de las evidencias históricas. Un ejemplo más actual es el de la resistencia de Polonia a los invasores nazis durante la Segunda Guerra y al comunismo después. Su lucha es en gran parte responsable de la caída de la Unión Soviética en 1989. El Movimiento Solidaridad y su líder Lec Walesa ganaron con ello el premio Nobel de la Paz (1983).  

La desobediencia civil solo es posible en una mente estructurada y sana. El rebelde sin causa o el psicópata no tienen la paciencia para los cambios graduales. El hecho de que, como afirma Thoureau, casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación, se refleja en la continua disidencia contra la autoridad. Primero la del hogar y luego la del gobierno. Entre más desesperación, mayor es el antagonismo hacia el orden o desorden establecido. La gente que pierde el control de su vida o su destino hace responsable, justa o injustamente, de sus desdichas a otros; los que no saben encontrarse a sí mismos la emprenden contra el abstracto social aunque vivan en una democracia. Son ataques que van desde la crítica justificada hasta la violencia irracional. En esta época de saturación de los estímulos, son cada vez más los individuos desdichados y frustrados que dirigen su rabia contra todo aquello o aquellos que puedan destruir.

Los recientes desordenes urbanos en los Estados Unidos y Europa son mas una muestra de la psicosis que afecta a nuestra sociedad. Muchos de los delincuentes actúan por su cuenta, con el solo ánimo de robar o destruir para sentir el poder que derivan de la anarquía. Pero son más numerosos los agitadores y organizadores reclutados por las ideologías de extrema izquierda que les concede el sentido de pertenencia de grupo, como en las pandillas; su desorientación, ahora encausada por las doctrinas, cobra razón de ser, entrenados en tácticas violentas, en su país o en el extranjero. Su objetivo es la destrucción de la sociedad, en la creencia de que están construyendo un mundo nuevo.

En el caso de las demostraciones violentas y subversión, estas no ocurren de manera espontánea, como lo ilustra la ignorancia de los medios y de ninguna manera es desobediencia civil. La violencia actual procede de esfuerzos patrocinados y coordinados por grupos socialistas y comunistas ahora infiltrados en las agencias gubernamentales de las naciones. Reciben dinero de sus cómplices en la política, en el mundo del entretenimiento y el deporte así como de aventureros multimillonarios con agendas sociales internacionales como George Soros. Sus aliados dominan el mundo académico y educativo a nivel mundial. A esto se le conoce como el estado profundo y está acabando con una sociedad, imperfecta pero no salvaje, como pretende su propaganda. Su visión del mundo es el mismo caos que llevan ellos en su mente. Las verdaderas causas respetan la vida y la propiedad ajenas.

El filosofo español Jose Ortega y Gasset, estaba convencido de que la civilización no dura porque a la gente sólo le interesa la comodidad. Pero en una civilización “Todo es resultado de un esfuerzo”. Hasta cuando de defender la paz y la armonía se trata. “Sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo. Si todos prefieren gozar solo del fruto, la civilización se hunde,” declaraba el autor de La rebelión de las masas.

En un momento convulso como el actual, conviene releer el ensayo de Henry David Thoreau. Volver al origen de la impecable y cristalina justificación ética de por qué no basta solo con no provocar la injusticia, sino que también, lo que con frecuencia se olvida, hemos de evitar convertirnos en colaboradores necesarios, ni directos ni indirectos, de la misma. Porque de nada sirve oponerse a la injusticia de palabra mientras con nuestras actividades reales, aun indirectas, o bien mediante nuestra inacción, no hacemos sino apoyarla. La desobediencia civil responsable y la resistencia activa no violentas, han mostrado que es posible mover las montañas más altas, y pueden seguir haciéndolo. 

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