LOS ESQUELETOS DEL NEW YORK TIMES
Gloria Chávez Vásquez
No era suficiente con que el New York Times hubiera dado el visto bueno a algunos de los individuos mas desleales al periodismo y a la democracia, como Walter Duranty(1884-1957) que rindió honores a Stalin y con ello se ganó un Pulitzer; o como el oportunista Herbert L. Matthews (1900-1977) que con sus fantasiosas y desbordadas notas, colocó en el trono del absolutismo a Fidel Castro. Ahora, el otrora adalid de la información lidera la jauría que pretende aniquilar el arte, la cultura, la religión y de ser posible, la totalidad de la civilización.
Y es que en su arrogancia y como vocero del nuevo orden mundial, al NYT le ha dado por reescribir la historia. Entre sus agendas está la de desacreditar y “cancelar” el legado cultural de la nación, y de paso, las del mundo entero. Su último asalto a la literatura universal, a la música clásica y sagrada, así como a la ópera y sus compositores acusándolos de racistas, no solo demuestra la pobre calidad y educación de sus periodistas y editores sino que en con sus caballos de troya, pasando como programas educativos, por años ha estado deseducando a maestros y alumnos.
Los escándalos de La Dama Gris, como se conoce en la industria de la información al New York Times, han manchado su reputación desde hace varias décadas. En 2003 dio la vuelta al mundo la historia del plagiador de planta, Jayson T. Blair, quien luego escribió “Quemando la casa de mis amos” para justificar su “hazaña” y al mismo tiempo denunciar la hipocresía y decadencia del periódico. A este golpe se han añadido las frecuentes acciones legales de los empleados, por abuso laboral, discriminación o abuso sexual a través del tiempo. El New York Times lidia con demandas millonarias por libelo y difamación, la más reciente, el reporte falso que los estudiantes de la Liberty University se habían contagiado del Covid 19 después de que los directores abrieron el campus en un receso.
Para conocer el origen de la disfuncionalidad de un periódico que se ha jactado de ser líder entre los líderes de la prensa escrita, es necesario examinar sus políticas laborales. Y quién mejor que la comentarista y escritora Bari Weiss, que en su carta de renuncia a principios de mes, denuncia el ambiente hostil y continuado asalto a la verdad, que permea la sala de redacción. La carta, dirigida al propietario del periódico, Arthur G. Sultzberger, responsabiliza al propietario por permitir el comportamiento agresivo de sus empleados dentro y fuera del periódico. Weiss, que fue contratada para ampliar la gama de opiniones de la publicación, le recuerda a Sultzberger que él estaba al tanto del odio de sus compañeros de trabajo hacia ella, por no ser de izquierda y por señalar sus tergiversados puntos de vista.
Sultzberg, que cogió las riendas en 2016, no ha honrado la promesa de su tatarabuelo, Adolph Ochs. El patriarca del periódico prometió en 1896, que el periódico sería un bastión de las libres ideas y la discusión inteligente de las diversas opiniones. Para cuando Sultzberger asumió la dirección del periódico, en 2016, el anterior director ejecutivo, Dean Baquet, había abandonado los principios, la imparcialidad y la ética profesional, para bloquear la presidencia de Donald Trump. Desde entonces, la noticia dejó de ser objetiva para convertirse en editorial de los reporteros de izquierda. Ahora, como asegura Weiss, “el periódico no informa a los lectores, sino que predica su posición radical”.
Sulzberger no tiene argumentos porque hace tan solo un mes despidió al editor de opinión James Bennet por dejar publicar una carta abierta del senador Tom Cotton diciendo que Trump estaría en lo correcto si usaba al ejército para controlar las revueltas que se suscitaron en todo el país y en las que el NYT ha sido principal agitador. Lo peor de todo fue que 800 periodistas del periódico firmaron una petición denunciando la columna y pidiendo que su compañero fuera despedido. Mentalidad de masa. Y esa ha sido la línea del periódico por mucho tiempo. Un periódico que, según señala Weiss, parece tan sumido en su ignorancia que sus periodistas no tenían ni idea de que Trump ganaría la presidencia en 2016. O de que el plan para dar un golpe de estado, estaba basado en las triquiñuelas de un grupo de demócratas de izquierda y del FBI. A menos que el mismo NYT hubiera sido cómplice.
Cuando Sultzberger asumió en 2018 de manos de su padre, se convirtió en el quinto miembro de la familia a cargo. Ese día prometió que el periódico continuaría resistiendo la polarización y pensamiento en grupo, dando voz a variedad de ideas y experiencias porque creía que el periodismo era para ayudar a la gente a pensar por sí misma. Pero según escribe Michael Goodwin en su columna del New York Post, el Times no está enseñando a pensar sino a obedecer.
Pero en un New York Times, que el mundo aun percibe como líder del periodismo, la realidad es más cruda. Weiss y Goodwin no son sus únicos críticos. Los periodistas genuinos lamentan que el NYT haya caído en el fango de la política. Contagiada por el virus de radicalismo, la prensa, otrora liberal, ha aceptado que la verdad no es un proceso de descubrimiento, y ha asumido el papel de los fanáticos religiosos de que solo ellos conocen el camino al cielo y su misión es evangelizar y convertir otros. Esa fiebre la transmiten a otros periódicos y publicaciones de deslumbrados, maestros y profesores, que ven en el periódico su biblia. Son ellos los que alimentan a la juventud la obsesión del país con la raza, la religión, género y todo lo que tenga que ver con la política de la identidad”. De ese modo, como el Titanic que es, el New York Times se hunde y con él a toda la sociedad.