Crónicas del Olvido
CARTAS CREDENCIALES
Alberto Hernández
I
Desde los días del “Manual del distraído”, Alejandro Rossi nos suena en la conciencia. El ensayista, atado al amor de tres nacionalidades, favorece la universal, la más cercana a nuestros afectos.
Con “Cartas credenciales” (Fundación Bigott, Caracas, 2004) Rossi se nos presenta lleno de la vida que ha encontrado en México, donde es considerado como uno de los intelectuales más sólidos y respetados. La lectura nos amarra desde la primera página: estas cartas de presentación nos hacen descubrir la biografía de un hombre que si bien nació en Italia, tuvo en Venezuela su segunda patria, así como en México el imaginario que hoy lo cobija y le da aliento para seguir husmeando el mundo.
Desde su primer ensayo lo vemos agitarse: “No es fácil encontrar la tradición que nos conviene. Aquella que se ajusta a nuestros gustos y facilidades. La familia intelectual que comparte afinidades y aversiones, temas, estilos, mañas. A veces es necesario hacer largos rodeos y transitar por territorios ajenos. En el mundo hispanoamericano esto es aún más cierto porque no hemos vivido en culturas filosóficas propias, asentadas y, por consiguiente, las generaciones y grupos han debido elegir, a veces sin antecedentes previos, no sólo éste o aquel problema, sino la cultura filosófica en el que discurre”.
Esta reflexión se confirma en las páginas que más adelante termina de darle cuerpo al libro. Pese a ese vacío filosófico, Rossi rompe con la “soledad teórica y el peligro de un didactismo elemental”, como él mismo lo dice, para desnudar la sapiencia y los afectos por un “territorio” humano que es la vigencia de nuestra cultura, pese a no contar con una filosofía propia.
II
La vida de este pensador, aferrado a las letras, se reconoce en la filosofía y en la literatura. Sobre estos puntos señala: “¿Y la literatura? Ha sido, más que la filosofía, mi santo y seña para mezclarme con la realidad”. Que nunca ha estado muy lejos: vivir en América Latina es toda una aventura donde la gramática del espíritu complementa la de un paisaje que se mueve entre el grito y el silencio.
Esta corta autobiografía revela las “cartas credenciales” del escritor ante un auditorio en el Colegio Nacional de México, suerte de currículo que se estima imprescindible para darle más fuerza a su presencia, al hecho de “que yo sólo sea un espejismo de la buena voluntad” de los mexicanos que comparten su talento, sus más caras intimidades.
La próxima estación nos deja en Borges. El recuerdo del viejo escritor argentino marca de cerca de quien le escribe: “La muerte de Jorge Luis Borges ejemplifica a la perfección ese misterio que, con terminología tradicional o quizás simplemente eterna, llamaré la mezcla o la reunión del alma y del cuerpo”.
Y así, alma y cuerpo, Borges es visto a lo lejos, la primera y última mirada. El alma, la lectura del genio. El cuerpo en una conferencia, un día; en la calle de una ciudad, un instante: “Quiero recordar que la primera vez que lo vi, porque ya entonces entreveía –más física que conceptualmente-que allí se tramaba un alquimia rarísima. Conviene saber que yo tenía veinte años y era un lector de Borges desde los quince”. Pasados las décadas, una conferencia, llegar tarde a ella. Sólo atinó a verlo con la mirada caprichosa de la memoria visceral. Es decir, de ello guarda lo que quiere.
III
La otra memoria, la del alma, lo frecuenta con generosidad, ya a un poco más de los treinta años. Se apareció Borges: “Yo también crucé la calle y lo seguí unas cuadras, a cierta distancia, asombrado en el fondo de que las cosas fuesen así, tan simples y tan enigmáticas, un hombre camina por la calle. Yo todavía lo sigo”.
Un texto corto dedicado a Juan Nuño, otro venezolano anclado en nuestra espiritualidad. La muerte del autor de “La cuestión judía”, dejó una marca en Rossi: “Me consuela pensar que la intimidad vale más que el escenario, me conforta saber que ni él ni yo desperdiciamos un solo minuto de amistad. Ignoro dónde se encuentra Juan Nuño ahora. Lo único que puedo asegurar es que estará para siempre conmigo”.
Por supuesto, no podía faltar Octavio Paz, otro de sus amigos. Corre aún mucha agua por los afectos de este hombre que recorre el continente en una recreación feliz por personajes y hechos que terminan por hacernos más cercanos.