Día de lluvia
Mariel Turrent
“Llueve como llueve Dios,
como si saliera la lluvia
por vez primera
de su jaula”
Pablo Neruda
Hoy es un día de lluvia. Y en esta ciudad llueve torrencialmente, así empezó mi día hoy y con ese argumento inicia Juan Villoro su monólogo Conferencia sobre la lluvia. ¿A quién no le ha pasado que olvida algo? En mi casa todos olvidan donde pusieron sus cosas. Y pareciera que, porque escribo, soy la narradora omnisciente, de la familia, la que ve, escucha y sabe todo lo que sucede aquí pues siempre me preguntan dónde están sus cosas: ¿dónde está mi cartera? ¿dónde está mi sweater rosa?…
Lo que nunca les he preguntado es dónde estaban ellos cuando olvidaron sus cosas. Eso solo lo puede preguntar Villoro. En qué lugar se encontraba su mente, con quién, qué hacían mientras su cuerpo físico tuvo a bien depositar algo en algún lugar que después se esfumaría. Yo no se los pregunto porque yo no quiero que nadie me cuestione sobre ese lugar al que acudo con frecuencia. Todos tenemos derecho a tener una doble vida: una dentro de la cabeza y otra donde los pies pisan la tierra.
Ese lugar, el mío, el que está dentro de mi cabeza, es sagrado, mi laboratorio, mi cueva, un lugar fantástico. Ahí me reúno con quién yo quiero, elijo la mejor música, canto, bailo, me procuro conversaciones inteligentes con amistades de cualquier época y hago todas esas cosas que deseo, mientras mis pies recogen lo que los demás van dejando por ahí olvidado.
En fin, Villoro dice que una conferencia es un laboratorio mental, que surge ante los oyentes y el primer sorprendido es el que habla. Cuando escribo —podría ser el equivalente a una conferencia— yo también soy la primera sorprendida. En este ensayo que Villoro escribe a manera de monólogo, el narrador es un bibliotecario, vive entre libros impresos que pasan de unas manos a otras. Y citando a Mallarmé asegura: “El mundo existe para convertirse en libro”. No se me ocurre cuántos libros tengo yo en mi laboratorio mental, cuántas historias he vivido, cuántos personajes he encarnado, cuántas veces me he desgarrado las venas, o me he atrevido a, o he renunciado a, o he sentido. Este pequeño libro de Juan Villoro, es uno de mis amores literarios. Es de esos amores que uno no elige, sino que son —cito a Villoro que cita a Cortazar— “un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”. Lo encontré a la entrada de una librería, entre esos libritos pequeños que ponen amontonados en una mesa. Me hizo señas para que yo lo viera entre la multitud y me enamoró su portada de textura rallada (la escribo con “ll” para que se parezca a la lluvia) y su título precipitándose de una nube celeste. Es una historia de amor. Una historia de amor entrañable que habla de las dos felicidades: “No se puede tener lo de hoy y lo de ayer, no se puede ser a la vez quien se ha sido y quién se es. Hay que escoger. La felicidad ha de ser una. No puedes tener el Sol y la Luna”. Estas palabras que Ramúz nos ofrece en Historia de un soldado, Villoro las copia como tantas otras en esta pequeña joya, para contarnos cómo el protagonista le pide dos felicidades al diablo. Tratar de unir ambas felicidades suele ser la ruina porque, por lo común, dos felicidades se asocian a dos personas: la de la vida física y la cubierta de sueños y anhelos.
El final es conmovedor, narra la verdadera historia de amor, la única, la que no pide nada a cambio y sabe llenar nuestros espacios. Esa que se detiene a escuchar como si lloviera, porque “llueve mejor en la imaginación”.
Lo que es muy triste es que este librito no lo podrán encontrar al mismo precio de regalo con el que me fulminó a mí. En internet su precio se fija como libro raro. Pero podrán escucharlo en la voz de Arturo Beristaín en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=_ev7cHP3_q0