¿El adiós de la era analógica en los libros?
Francisco Payró
Mansalva
www.franciscopayro.com
Pensemos, por un momento, en nuestra relación con los libros. A nuestra mente acudirá, muy de seguro, el primer acercamiento al mundo de los títulos que veíamos, talvez, en alguna estantería de nuestra casa. Quizás El Quijote viejo y apolillado, que papá conserva de sus tiempos de ávido lector o de lector obligado (por la escuela, por el buen gusto, por las circunstancias) se mezcle en nuestros recuerdos con los libros rosa (los de Corín Tellado, a la cabeza) que mamá leía cuando aún era muy joven.
No es improbable que en esa mezcla que podría sumar títulos y más títulos, nuestra memoria ubique libros que tenían un estricto y limitado uso, o una vocación más bien utilitaria: los viejos y temidos textos de matemáticas; la vasta enciclopedia de la cual papá se enorgullece, pero ahora relegada al escaparate de las cosas raramente consultadas (¿para qué? Wikipedia es capaz de “arrojarnos” —casi literalmente— el resultado de una búsqueda en menos de lo que canta un gallo; la misma Enciclopedia Británica se encuentra disponible, ahora únicamente en línea, luego de más de 200 años de publicación impresa) y uno que otro diccionario.
Pensemos, una vez más, en la sensación que esa biblioteca (pequeña, grande, el tamaño no es aquí lo que importa) nos provoca. A pesar del respetable —pero incomprensible— rechazo de algunos, la alegría y el secreto placer que, como a “ratones de biblioteca” (pienso en el famoso cuadro del pintor alemán Carl Spitzweg) en muchos produce la existencia de libros cercanos a la vida cotidiana es, definitivamente, el gran baluarte de una industria editorial puesta en jaque por el cambio tecnológico. La amenaza que se cierne sobre el libro impreso, tal y como lo conocemos, es una amenaza al placer que nos provoca su cercanía. Manuel Gil y Joaquín Rodríguez, autores de El paradigma digital y sostenible del libro, han dimensionado en estos términos el profundo cambio cultural que supone el abandono progresivo de las formas tradicionales de aproximación al libro:
A esto [a la imposibilidad de pretextar inventarios agotados, descatalogaciones y desapariciones en un entorno en el que la edición digital comienza a ganar terreno] deberíamos añadir, qué duda cabe, el hecho de que, entretanto, haya nacido y se haya desarrollado una nueva generación cuya mediación natural hacia el conocimiento no es ya, solamente, ni si quiera principalmente, el papel y su lógica discursiva inherente. Demandan nuevas formas de interacción, participación, cocreación, que no siempre pueden encontrarse en los libros tradicionales.
En efecto, frente al avance incontenible de las novedosas plataformas, la aparición de generaciones (la de los llamados nativos digitales) habituados, desde su nacimiento, a los nuevos ecosistemas de producción, distribución y lectura. De cara a la transformación inevitable, la evidente y necesaria migración de una industria editorial que no ha sabido (¿o no ha querido?) montarse por completo en la ola que acabará —según todas las previsiones disponibles— por imponerse a la era analógica vigente.
¿Qué implicará para el mundo del libro el abandono definitivo de una era tecnológica iniciada en los años 70 del siglo XX, cuando aún no se generalizaba el uso de la computadora ni de la multiplicidad de dispositivos conocidos en la actualidad (microprocesadores, transmisores, almacenadores, etc.)? Entre otras cosas, lo siguiente:
- Una caída importante del consumo de libros impresos (lo que podría llevar, tarde o temprano, al cierre y la desaparición de una gran cantidad de pequeñas y grandes librerías, poco preparadas o dispuestas para el cambio).
- Llegada la era digital, el almacenamiento y la distribución física de títulos comenzará a hacerse cada vez menos característica del negocio editorial, con lo que, si bien es cierto que editores y libreros tendrán la oportunidad de abatir los costos derivados del almacenaje, la distribución y la comercialización, también se enfrentarán a la correspondiente disminución de sus volúmenes de venta y a la dificultad para reconvertir su actual modelo de operaciones.
- Concentración del mercado digital en pocas manos. A partir de la desaparición paulatina de la era analógica (con signos visibles de permanencia entre la gran mayoría de participantes de la industria internacional del libro), “monstruos” como Amazon, Apple Bookstore y Barnes & Noble acaparan buena parte del mercado de libros digitales, lo que dificulta —en el presente y en el futuro— a autores, editores y libreros su incorporación competitiva al reparto de beneficios derivados de la revolución tecnológica en este sector.
Cierto, el arribo de la era digital —iniciado en los años noventa— es irreversible y a estas alturas resulta una verdad de Perogrullo afirmarlo. Negar sus importantes beneficios (el imperio del lector informado, el abatimiento de costos y el acceso masivo a la información y al conocimiento, entre otros) equivale al mismo tiempo a dejar de apreciar los frentes que se abren en provecho de los diversos actores involucrados en un mercado tan dinámico.
Es posible, pese a lo anterior, que muchos de los rasgos de la era analógica persistan durante mucho tiempo en esta industria, pues por ahora más del 97% de las ventas de libros en países desarrollados corresponde, según el reporte The Global eBook Market, para 2013, a libros impresos. Sólo Estados Unidos y Reino Unido superan el 10% de las ventas en eBooks respecto al total de libros vendidos (en EE.UU. con el 25% y Reino Unidos con poco menos del 13%), lo que permite prever un lento declive de la reacia preferencia de una gran mayoría de lectores por los libros hechos de papel.
Por el momento, pues, y es probable que durante un período considerablemente largo, la relación convencional que en México y en la mayoría del mundo los afectos a la lectura hemos mantenido con esos depositarios del saber colocados en inabarcables librerías, bruñidos estantes y rigurosos libreros se mantendrá como hasta ahora. La revolución digital llegó —qué duda cabe— para quedarse. También, probablemente, el gusto de una amplísima franja de lectores que no tan fácilmente cambiaría un gusto insobornable por el mejor e-reader del mundo.