Fracciones del perdedor
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Lizette A Serna
I
Vengo caminando entre la bruma,
como si los parajes desconocidos
que me han sido dados en la casualidad
(todo es una graciosa coincidencia de luces)
fueran la violenta espera de aguardar
los círculos solares y la helada noche.
Esta es una forma del final, mirar adelante
hasta que la carne se descompone, y mana de las entrañas
del suelo un surtidor de discrepancias
sanguinolentas que se deshidratan en los dedos.
No me encuentro frente al espejo, ridículo,
extraviado de algo que pueda reconocer;
miro en los espejos manchados bajo la humedad
desanudarse cada línea.
Siento los pulmones pesados,
cada bocanada de aire me es tóxico,
y montará su barro en mí;
y antes fueron palabras, fueron voces,
y por lo tanto personas y nombres
y una promesa imposible de mantener lúcida.
Camino las calles, alejado del suelo, del temor,
puesto a la mano en un espasmo irascible,
que se condensa antes de desaparecer en la garganta.
No me queda furia, ni tristeza.
Miro a las demás personas que chocan contra mi pecho
reventar en reducidas mariposas de polvo,
para luego ser más que arena (inacabable su insatisfacción);
las destruyo, las sepulto con el peso de mi cuerpo,
con el mausoleo hermoso de mis manos.
Este es mi legado. La sorna y la fuerza.
II
Hay ocasiones que es mejor callar,
permitir que sea el silencio la mejor carta sobre la mesa,
no meter las manos a la llama tibia que se enciende por delante;
no distingo ni el calor ni el fuego,
arropado por el parco deseo de mantenerme distante de cualquiera;
cruel vanidad la que no dice que se puede cumplir.
Hay ocasiones en que el fracaso luce su mejor gala,
las crines lustrosas bajo los ojos,
la oportuna puntualidad del escape;
a todo ello me permito asir la lengua quieta,
remolcado por costas atestadas de peces oscurecidos.
Sobre la arena, en esa expectación,
me encuentro con el mundo, y el mundo me descubre,
ridículos ambos en la danza de los cangrejos,
amenazándonos antes de dar la espalda;
es particular este juego a doble sombra
en que nos quedamos peleando solos
para satisfacción de la conciencia.
Hay veces que es simple no moverse,
estar, aunque sea en lugar correcto o equívoco,
dependiendo de la garganta que se busca,
mas estar,
ser uno en la indiferencia de la costumbre,
una roca de obviedades que a fuerza de ser inamovible
nada la perturba;
así lo contemplo todo sin tener que excusarme
por no ser parte en ello.
A este juego nadie me ha ganado
por la voluntad de vivir que me evade.
III
No es sencillo respirar en esta luz,
con las espléndidas murallas de metal
que han cortado mi cordón umbilical de los demás,
camino entre otros como yo, efigie de barro y sueño,
sin alcanzar a tocar con las yemas de los dedos sus rostros.
No es hostilidad. No es tampoco cinismo.
Aprendí a amar al hombre y a sus signos,
pero olvidé también cómo reconocerme entre ellos;
y ese crimen se paga con el ostracismo de ser y estar,
y al mismo tiempo saber que no es posible.
Pienso que camino en el aire, y que por eso su densidad
es una bestia de miles de ojos que se aleja,
mas no parte jamás de mi lado.
De la llaga mana también un ámbar precioso
que limpia las pupilas y la lengua;
yo que no me siento uno de ustedes,
¿no soy acaso perfecto para hablar en su nombre?
yo que no comparto los caminos de la saliva y el fuego,
¿no soy quizá su mejor legado?
Hay días que quiero golpear esa muralla,
y me astillo las manos en un ramaje de sangre
que me crece al rededor,
diluyo como los niños rostros sobre los rostros,
sin darme cuenta que es el propio
perpetuado en todo lo que veo;
sus formas marrones se deslizan al suelo
en una neblina roja que me conmueve.
Así se fermenta el silencio,
hasta que el vaho le escapa de una costilla a uno
y se condensa sobre la cabeza antes de invocar la tormenta.
Mi voz es una promesa de canto
purificado en sus propias vísceras de cristal,
que quizá escape un día o no,
mientras cada frecuencia se mezcla
formando una muchedumbre en el exilio que habrá de venir.
IV
Antes que el placer, la ausencia de movimiento,
la duda sempiterna de arrepentirse,
guardar el decoro, la forma
y las distancias dulces de la tranquilidad;
negarse a vivir para no sentir la punta de la espina
aproximándose a las yemas de los dedos,
no beber del vaso rebosado de vino
anticipando la sensación en los labios,
la cautela permanente de no dejar expuestas las costillas
al aire pese a estar solo.
Como un cachorro que desea jugar con otros,
las facciones endurecidas de mi voz
construyen una barrera dentro de su propio despecho,
con las mismas ganas de buscar a la manada.
Así entre los hombres y sus pequeñas naciones
no cruzo el umbral iluminado,
miro de reojo las formas al otro lado de las ventanas.
El perro descubre que no ha sido llamado al hogar,
y eso no lo mata.
Esperar en esta ausencia de voluntades por pertenecer
inmune a las huellas que se quedan.
Tengo las manazas llenas de polvo y cifras,
y pienso en la mujer de barro que mira sobre su hombro;
soy lo mismo, ante la inacción de este juego.
Paso la lengua por las grietas en el rostro desde adentro,
simulando medir el tiempo exacto en que el gramaje se desprende;
lo terrible del silencio sigue allí
calzando el cuerpo con todas las virtudes
de quien no puede arrancarse el corazón para ofrecerlos a otros
con el gesto manso que nada espera.
Zepeda Villarreal, Ernesto Adair. (Texcoco, Estado de México, 1986). M.C., Economista. Director de Ave Azul Editorial (aveazul.com.mx). Editor del Colectivo Entrópico. XVI Premio Nacional de poesía Tintanueva 2014; 1er lugar III certamen Buscando la Muerte, del Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, 2014; mención honorifica 3er certamen de poesía Francisco Javier Estrada 2011, Casa del poeta Gonzalo Martré. Algunas de las publicaciones más recientes son: Reminiscencias (Tintanueva, 2014; Ave Azul, 2019), Raíces bajo las rocas (Alja Ediciones, 2016), Hipérbole del hecho (Ave Azul, 2019), Estatua de fuego (Ave Azul, 2019) y Pensión de las olas (Ave Azul, 2019).
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