CUENTOS DE ALFONSO REYES
FRANCISCO PAYRÓ
MANSALVA
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He aquí, en estos cuentos, la prosa tersa y magistral de Reyes.
El autor de Visión de Anáhuac es en estos relatos el mismo de siempre: el de la voz amable, el de la erudición que no llega nunca a la ostentación fanfarrona y el de la imaginación precisa y siempre dispuesta.
En los cuentos de Reyes el ensayo, la mitología y la historia se asoman de tanto en tanto sin menoscabo del placer narrativo. Alicia Reyes —nieta del gran escritor— se encarga en este libro de hacer un repaso, detenido y previo, de los cuentos incluidos en el presente volumen.
Al recuento lo precede también un breve esbozo del nacimiento del Reyes escritor, de sus primeros pasos en la brega literaria. Los relatos, por otra parte, tienen en el volumen una ordenación estrictamente cronológica, lo que da cuenta del crecimiento y la madurez de nuestro autor con el transcurso de los años.
Destacan entre los relatos: “La primera confesión”, “Silueta del indio Jesús”, “La cena” (elogiado por Borges, Fuentes, Carpentier y Rulfo y considerado también como uno de los textos precursores de lo “real maravilloso), “Campeona”, “La Retro” (relatos estos dos últimos en los que se muestra un poco del Reyes pícaro y malicioso), “Entrevista presidencial”, “El vendedor de felicidad”, “La venganza creadora” (sensualidad en suma, en palabras de Alicia Reyes, quien recuerda la importancia de la piel humana para su abuelo), entre otros relatos breves de apreciable belleza prosística.
Respecto a la obra narrativa de don Alfonso, Alicia Reyes apunta:
El arte de escribir, el arte de los sentidos llevados a la prosa. El arte de lo que veo y cómo lo transformo. Hay en Alfonso Reyes un ´narrador de lo vivido´ es verdad, mas hay también el narrador de la experiencia metafísica o filosófica.
Destaco a continuación algunos pasajes narrativos, entremezclados con algunas líneas eminentemente reflexivas, de esta extraordinaria selección de cuentos alfonsinos.
Hubiera sido capaz de reñir y matar sin odio: por obediencia, o por azar. Porque el indio mexicano se roza mucho con la muerte. Caricia, ternura había en sus ojos cierto día que tuvo encuentro con un carretero. Éste acarreaba piedras para embaldosar el corral del fondo. Yo los sorprendí en el momento en que Jesús asió el sombrero como una rodela, dio hacia atrás un salto de gallo, y al mismo tiempo sacó de la cintura el cuchillo —el inseparable ´belduque´— con una elegancia de saltarín de teatro. (Silueta del indio Jesús, p.30).
Al revés del caro Disraeli, tengo la debilidad de dar explicaciones de cuanto hago: y a veces, a gente que no debiera. Esto viene, por una parte, de mi afición a conversar y de mis bellas experiencias amistosas de los veinte años: yo he tenido amigos únicos, con quienes se hablaba de todo; y por otra parte, viene de la intelectualización excesiva, de la fiebre crítica, de la necesidad, primero, de entender bien, y segundo, de explicar bien lo que he entendido, de explicarme por medio de la palabra.(La palabra hablada: yo, hasta cuando escribo, hablo.) ¡Un deber de literato, trasladado inoportunamente a la estrategia del trato humano! (La casa del grillo, sátira doméstica, p.47).
Hasta hace algún tiempo, lo único que me quedaba era el sentimiento de continuidad de mi obra literaria. Después, viví en París muy aislado y me puse a dudar de mí. Acaso porque me faltaba el ambiente de los amigos, y ese sabor leve de vanidad indispensable para crear con placer. (No cabe duda de que, en el fondo de toda creación, hay petulancia). Por eso me pregunto a veces si la Caída y la Creación no serán lo mismo. De regreso aquí, donde todos somos hermanos, voy recuperando algo de mis fuerzas. (La casa del grillo. Sátira doméstica, p.48).
Y como no sólo de pan vive el hombre, ni es cierto que la felicidad suponga riquezas fabulosas; y como tampoco nos es siempre dable dejar todo el dinero que hubiéramos querido dejar, hay que saber dejar, sobre todo —y sin desatender a lo otro— aquella riqueza cuya mina está en nuestra voluntad: la obra sólida de la educación, las enseñanzas prácticas de felicidad que consisten en el buen trato, en la honradez sin ceño, en el aprovechamiento discreto del tiempo, en la buena elección de compañías y lecturas, en el hábito de no delirar por lo imposible ni aullar ante lo inevitable como perro a la luna, en el amor a la buena marcha de lo que traemos entre manos y, sobre todo, en el horror al miedo y al excesivo amor propio, que se disfrazan de mil formas para hacernos insoportable la vida. (La casa del grillo, p.60).
La amistad es a veces un obstáculo del amor: lo estorba, lo domestica, lo desarma…Estas mujeres, a pesar de su ardor, son castas en el verdadero sentido de la palabra (castidad no significa abstención), porque aman su ´casta´…Ya en la tragicomedia de Calixto y Melibea observa la sabia Celestina que las cosas del amor sólo dan todo su jugo cuando se las habla y se las comenta. La bonita ponía el tema, el tema bruto, y yo después hilvanaba el desarrollo en largas y gustosas charlas con la fea…A tus tiernos años, cuando todavía la naturaleza no canta con toda su voz, se es a veces ´estetista´ en amor. Singularmente se es atraído por las caras bonitas. Poco a poco, el ideal se robustece y derrama por toda la figura de la mujer, y ésta es sin duda la mejor época y la primavera de los amores. Más tarde, ni siquiera hace falta ya encontrarse con cánones perfectos. Más aún, una pequeña inarmonía, un ojo levemente estrábico, pueden tener un encanto irresistible. Como ni la convención moral ni la artística determinan necesariamente la selección amorosa…los amores de los demás nos resultan incomprensibles. Cuando un hombre y una mujer se deciden a amarse, deben saber que parten en guerra contra todos sus parientes y amigos y contra toda la humanidad que les rodea —con pocas y dulces excepciones. Aparte de que en esta hostilidad interviene un elemento secreto de resentimiento y celosa envidia. El amor es siempre un lujo que despierta la animadversión de los que no fueron convidados…el amor siempre procura apoyarse en algún pretexto estético…Es la vida quien nos engaña siempre, y nos da lo mismo que nos quita. (La Fea, p.114).
Y sucede lo inesperado. La Lozana se siente tratada por Carreras de un modo nuevo, y ha comenzado a enamorarse de él. (“Tú no eres como los demás”, etcétera). Porque todo amor, en el origen, es desconcierto, y nada desconcierta tanto como una sorpresa, una novedad. Y el amor procede como una reconquista del concierto momentáneamente perdido. (Los estudios y los juegos, p.127).
Lo cierto es que a las verdaderas hembras se las conoce y aprecia poco a poco. (Pasión y muerte de Doña Engra Çadinha, p.141).
…lo primero y más importante es deslindar, alejar, afirmar la propia independencia ante las cosas, o sea negar; y lo segundo y accesorio (lógicamente hablando) es establecer cadenas o puentes con las cosas, tratados y pactos de relación, es decir, afirmar. (El hombrecito del plato, p.208).
Si los hombres tuviéramos un Dios visible —cosa peligrosísima— arrastraríamos una vida de perros, literalmente. Es decir, la vida emocional y subyugada que viven los perros junto al hombre, para quienes el hombre es un dios tangible y palpable. (El invisible, p. 213).
El analfabetismo admite grados. Hay el analfabetismo absoluto, en rama, y es el más honesto de todos, el que merece bien del cielo. Hay el analfabetismo sin disculpa, el odioso analfabetismo de la joven María Antonieta…(Analfabetismo, p.221).
Sentí, comprendí, que el mito terrible de la Caída de los ángeles rebeldes no era más que una figuración sentimental de la caída de la materia; es decir, del curso de los astros; es decir, de la gravitación universal; es decir, de la pesantez, del peso…De suerte que el curso de los astros, y la pesada ley del mundo que anima los átomos como si de veras fuera la sangre de la creación visible, están regidos por la norma de la caída; son una precipitación, son un pecado. (La caída, 242)
Alfonso Reyes
Alfonso Reyes, Cuentos, México, Editorial Océano, 2001, 247 pp.