NOM DE PLUME EN LA LITERATURA FEMENINA
Gloria Chávez Vasquez
En 1847, cuando la escritora inglesa Charlote Brontë quiso publicar su primer poemario celebrando sus 20 años, el poeta Robert Southey pretendió desanimarla en una carta, diciéndole que la literatura “no era asunto de mujeres”. La futura autora de Jane Eyre, no le comió el cuento a su supuesto amigo y con sus hermanas Emily y Anne, resolvieron crear seudónimos masculinos con el apellido Bell: Currer, Ellis y Acton. Las autoras de Cumbres Borrascosas y Agnes Grey entre otros éxitos, jamás pudieron usar sus verdaderos nombres mientras estuvieron vivas.
El caso de las hermanas Brontë no es único en la historia de la literatura. Durante siglos, las escritoras tuvieron muchos impedimentos para sobresalir en el campo de las letras. De hecho, la mujer en general era considerada ciudadana de segunda sin derecho al voto, a educación profesional o a ejercer labores que no fueran de servicio. Era obvio que tener talento representaba un poder que, los hombres privilegiados no estaban dispuestos a compartir con las mujeres.
El ingenio de algunas escritoras, sumado al reconocimiento de su talento, el apoyo de su familia y algún editor flexible, les ayudó a superar los obstáculos reservados a su género. El truco era simple: firmar sus trabajos literarios con un seudónimo masculino. De ese modo lograron engañar a la crítica y a los lectores.
De que la literatura sea exclusiva del sexo fuerte es un mito que se ha ido desbaratando a punta del tesón de las creadoras y el interés de sus lectores. Muchas de ellas dejaron profunda huella en la literatura universal. Y es cierto que gran parte del legado literario de la humanidad es de producción masculina, pero ello se debe a que era mal visto en la sociedad el que las mujeres escribieran, así que pocas se atrevían o podían publicar.
En la España del Siglo XIX no le fue nada fácil publicar bajo su verdadero nombre a Cecilia Böhl de Faber y Larrea (1796-1877), autora de La Gaviota, novela que se traduciría a múltiples idiomas y daría la vuelta al mundo con el seudónimo Fernán Caballero. Su padre le había dicho que escribir era tarea de hombres y que las mujeres no tenían ni el talento ni la capacidad intelectual. Pero eso no impidió que escudándose en su seudónimo, se convirtiera en una de las pioneras de la narrativa femenina española y la propietaria de un brillante legado periodístico.
Feminista de vanguardia, Aurora Dupin (1804-1876) más conocida como George Sand, fue la novelista francesa mas afamada de su tiempo. A los 27 años superaba a Victor Hugo y a Balzac en popularidad. Novelista y dramaturga, es conocida por, entre muchos otros títulos, Indiana, Consuelo, El pecado de M. Antoine .Escandalizó a su sociedad usando trajes masculinos, alegando, con razón, que los trajes femeninos eran demasiado complicados, incómodos e imprácticos.
George Eliot, fue el pen name de una de las escritoras más importantes de la Inglaterra victoriana. Su nombre de pila era Ann Evans (1819-1880) y es la autora de Romola, Silas Marner, y Middlemarch entre otros. G.E. buscaba que se tomara su obra en serio. Su mayor temor era que sus escritos pasaran a ser catalogados como textos inferiores sólo por haber sido escritos por una mujer.
Louisa May Alcott (1832-1888) nacida en Estados Unidos, autora de Mujercitas y reconocida como intelectual de altura por sus colegas Emerson, Hawthorne, Thoreau y Longfellow, tuvo que apelar al seudónimo A.M. Bernard para de ese modo poder escribir sobre temas más complejos.
Más atrevida aun, la autora inglesa de Orgullo y Prejuicio, Jane Austen (1775 –1817), usó el seudónimo “Una dama”, rompiendo así el molde y logrando que se empezara a respetar la literatura femenina. Las novelas de Austen son de las mas representadas en el mundo de la cinematografía.
La novelista mas prolifera de la lengua francesa, Marie Eugenie Saffray (1829-1885) fue famosa con el nom de plume, Raoul de Navery, el nombre de su abuelo materno. Tenía 20 años cuando empezó a escribir. Autora de cerca de un centenar de novelas, entre ellas, Juan Canadá, El niño azul y El perdón del monje, su obra experimenta actualmente un renacimiento en los países donde aún se aprecia la novela histórica romántica.
Vernon Lee es el seudónimo de Violet Paget (1856–1935). Nació en Francia, escribió en inglés y vivió en Florencia, Italia. Ensayista de amplia cultura, escribió libros de viaje y arte; está considerada como una de las máximas exponentes de la literatura de lo sobrenatural. Sus novelas más conocidas, El niño en el vaticano y Proteo o el futuro de la inteligencia.
Victor Catalá es el seudónimo de la catalana Caterina Albert (1869 –1966), Su obra titulada La infanticida (1898) fue suficiente para que Caterina fuera bloqueada en el mundo editorial de su época. Esta obra suya fue duramente criticada por su tema, aparte de que era una mujer quien la había escrito. Después de esa amarga experiencia, Caterina continuó escribiendo bajo su seudónimo, con el fin de protegerse de las críticas de sus contemporáneos.
En la actualidad, el panorama literario ha mejorado bastante con relación al sexismo; aun así persiste el elitismo masculino y los prejuicios arraigados en el mundo de las publicaciones. Un estudio reciente de la novelista americo-británica, Nicola Griffith, indica que las mujeres tienen menos posibilidades de ganar premios literarios, algo que ocurre con por lo menos seis de los más grandes premios internacionales. Las investigaciones de Julieanne Lamond, de la Universidad Nacional de Australia, y Melinda Harvey, de la Universidad de Monash, demuestran que la crítica literaria está aún muy prejuiciada en contra de las mujeres.
Existen en cambio, escritoras que usan seudónimos masculinos pero no necesariamente por razón de prejuicios sino como estrategia de mercadeo. Un ejemplo es el de la escritora J.K. Rowling, que decidió usar las siglas J.K. para evitar que su nombre, Joanne, alejara al público masculino. En 2013 publicó El canto del cuco con el seudónimo de Robert Galbraith, esta vez buscando desasociarlo con el de la serie de Harry Potter.
En 1999, J.T. Leroy (Jeremiah Terminator Leroy) publicó su primera novela titulada Sarah. Era supuestamente un libro autobiográfico en los que la drogadicción y la prostitución hicieron famosas las aventuras del “joven autor”. Pero en 2005, después de 4 novelas publicadas, se descubrió que J.T. Leroy era el seudónimo de Laura Albert, una escritora de 41 años quien había creado al “interesante” personaje porque según ella, “nadie querría leer los libros de una cuarentona”.