Ensayo de la Libertad
Carlos Wilheleme
Soy todo lo que hice y no he hecho,
todo lo que veo de la puerta de mi alma para afuera,
soy el pasto, el barandal y la banqueta que separa mi cuerpo de una playa.
Hay un auto que viene por mí, hace tiempo que se descompuso.
Cruza varias veces al día. Circula la casa que lo recuerda todo.
Se abre camino entre la humedad de la calle, desgarbado.
–
Soy también lo que veo con el ojo de mi alma para adentro,
el agua clara que corre por mi mente,
que baja como arroyo rojo y se disuelve,
que toca la otredad y no regresa.
Lo recuerdo. Y recuerdo que una parte de mí dejó también de regresar.
Todo aquello que recuerdas si regresa ya no es nada.
Porque la nada no vuelve en partículas de algo,
no es una chispa que salta alegre de fuego en fuego:
la nada es el recuerdo, acaso, de saber que no eres nada.
Mis ojos son la memoria del amanecer,
mis manos la memoria de lo tocado,
mis pies caminan con lo que existe. No creo, soy recuerdo,
esa nada que regresa en átomos de olvido,
en un rompecabezas que se intenta recordar a sí mismo,
que busca su color en las ventanas abiertas,
en las huellas de las suelas,
entre la madera y el polvo que brinca levemente
si alguien se aproxima caminando.
–
Miro hacia arriba y veo que la vida es como un techo antiguo,
se va usando.
Uno usa la vida.
Y la vida se gasta porque el precio del sabio es la edad,
como el costo de haber nacido libre,
Digo libre y nazco,
digo libre y hablo,
libre libertad que me arroja a la noche rizada.
Cómo me ha costado nacer.