Las diferentes perspectivas de la infidelidad
Mariel Turrent
Esta semana terminé de leer The End of the Affair, la novela de Graham Green escrita en 1951. Inmediatamente quise volver a ver la película El ocaso de un amor dirigida por Neil Jordan y protagonizada por Julianne Moore, Ralph Fiennes y Stephen Rea. Aunque la había visto en 1999 (cuando organicé la premier a beneficio de la Cruz Roja), apenas recordaba vagamente una escena en la que Ralph Fiennes y Julianne Moore se reencuentran, un momento desolador: dos personas que sufren la imposibilidad de su amor.
Tras leer el libro, disfruté más la película. Es una versión diferente, no sé cuál me gusta más. En ambas el acierto es el manejo de dos puntos de vista sobre los mismos hechos, algo que Greene plasma con maestría en la novela: narrando en primera persona, lo que vive Maurice Bendrix tras el rompimiento con Sarah, su amante, y después la versión que cuenta ella de los mismos hechos a través de su diario.
Los relatos no tienen una sola versión, cuando leemos un libro, la historia se mezcla con nuestro bagaje emocional y cultural de tal forma que cuando entramos a la novela encarnamos uno u otro personaje. La manera en la que sufrí este drama me hizo entenderlo desde varias posiciones. Todos tenemos una versión diferente, todos contamos nuestra propia historia en las historias de los otros, porque como ya lo decían los estudiosos del relato, hay un número limitado de temas y de roles que juegan los personajes, pero las versiones son tantas como y tan distintas como cada una de las personas que las leen. En The End of the Affaire, la guerra que para tantos significaba algo funesto, traía a los amantes el recuerdo de las tardes apasionadas de sus encuentros en medio de los bombardeos. La fe en Dios para Maurice era algo sin fundamento, sin embargo, para Sarah era incuestionable. Para Graham Greene, Sarah es humana y eso justifica su infidelidad; Neil Jordan lleva esto aún más lejos, Sarah es humana y no tiene la fuerza necesaria para cumplir la promesa que le hace a Dios de olvidar a Maurice.
El otro día platicando con C me dijo que la palabra amante tiene una pésima reputación. Y después mi experiencia con esta historia pienso que tendría que reivindicarse. En efecto la figura del amante suele tener connotaciones negativas, pues es visto como aquel que destruye un matrimonio. Sin embrago, Greene reivindica esta figura. El verdadero amante no destruye el matrimonio, sino que salva a quienes están dentro a punto de colapsar. Me encanta esta visión del verdadero amante, del que en realidad ama, y ama tanto que termina amando al cónyuge, entendiendo que es parte de la persona de la que está enamorado, y parte de lo que ésta ama.
En la novela de Greene, Henry, entiende que Sarah necesita a Bendrix y al final agradece que haya sido él, quien esté ahí. La figura del amante se sacude esa connotación negativa: cónyuge y amante dejan de ser contendientes, de sentir envidia y celos. Lúcidos se dan cuenta de que son compañeros del mismo camino, hermanan sus afectos y se ven reflejados uno en el otro como dos apasionados que comparten el mismo sentimiento —otra versión de esto mismo podemos verla en Luz silenciosa de Carlos Reygadas—. Uno no decide a quién amar, el amor te atrapa. Greene y Jordan lo entienden muy bien. Y este último cambia la historia, les da la oportunidad de vivirlo cuando más lo necesitan de entender que, aunque los humanos somos posesivos y queremos adueñarnos de todo, en algún momento podemos entender que el amor no se posee ni se da en exclusiva. En la novela, es necesaria la muerte de Sarah para exculpar su pasión; en la película —cincuenta años después—, el director la redime cuando ella aún está viva. Para Graham Greene la infidelidad termina cuando la persona amada muere; para Neil Jordan cuando nos damos cuenta de que no podemos adueñarnos de los sentimientos.