LAS PARADOJAS DE UMBERTO ECO
Gloria Chávez Vásquez
Yo que me figuraba el Paraíso como una especie de biblioteca.
Jorge Luis Borges
(Poema de los dones)
Casi al final de sus días, Umberto Eco se enteró del posible origen de su apellido. Un amigo había encontrado, por casualidad, una lista de acrónimos jesuitas en la Biblioteca del Vaticano. Allí leyó que el de ex caelis oblatus (del latín: un regalo de los cielos), se lo había adjudicado el ayuntamiento del pueblo al abuelo.
Originario del norte italiano, Eco nació en Alessandria en 1932. Su padre, que era contador y peleó en tres guerras, quería que su hijo estudiara leyes. Pero Umberto supo lo que quería desde niño, así que se matriculó en la universidad de Turín para estudiar filosofía medieval, y allí se doctoró. Su pasión era el estudio de la influencia y evolución cultural de los símbolos en la comunicación, conocido académicamente como semiótica. El resultado de sus primeras investigaciones: Obra abierta (1962), Apocalípticos e integrados (1965), La estructura ausente (1968) y, el clásico Tratado de semiótica general (1975) generaron interés entre los estudiosos de los símbolos. En 1962 se casó con Renate Ramge, una diseñadora gráfica y maestra de arte, con quien tuvo dos hijos.
Umberto Eco, era hombre de contradicciones: uno de los intelectuales de mayor peso en nuestra época, era fanático de las tiras cómicas. Verboso y afecto a la autopromoción, era igualmente reacio a las entrevistas y a la fama. Criticó a Ian Fleming por escribir literatura popular, pero él hizo lo mismo, sus libros figuran lo mismo en los estantes de academia que en los de ficción. Su novela más exitosa, El nombre de la rosa fue escrita para complacer su curiosidad e imaginación, las otras fueron mas una tarea para complacer al público. Cuando llegó a su quinta novela dijo que era suficiente, aunque ya había escrito tres colecciones de cuentos para niños y casi 60 tratados, entre ensayos y reflexiones. En su infancia fue admirador de Mussolini pero en su edad adulta odió las dictaduras. En su juventud se declaró ateo pero vivió obsesionado con el tema de la religión.
En el nombre de la fama
Sus conferencias universitarias eran muy concurridas, pues en ellas analizaba las novelas de James Bond, las fotos de Marilyn Monroe y Mafalda, la tira cómica de Quino. Como profesor de la U. de Bolonia tuvo que negar que estuviera denigrando el David de Donatello porque hablaba de él mientras discutía sobre muebles plásticos. Dueño de una extensa biblioteca, distribuida entre su apartamento de Milán (30.000) y su casa de campo en Urbino (20.000), se refería a ella como una “anti biblioteca” en la que los libros que no había leído eran más importantes que los que ya conocía.
Eco era crítico de los fenómenos populares, pero vivió fascinado por la televisión y las series policiales. Se interesó por El código Da Vinci y dijo de su autor: “¡Yo inventé a Dan Brown! Él es uno de los grotescos personajes de El péndulo de Foucault que se toma en serio toda esa basura de lo oculto. Comparte la fascinación de mis personajes por las conspiraciones de los rosacruces, masones y jesuitas”, durante una entrevista, bromeó al decir: “Sospecho que Dan Brown no existe”.
La fama que vino después de El nombre de la rosa lo sofocaba. Cuando se estrenó la película en 1986, Eco se negó a hacer comentarios. La correspondencia de la prensa se acumulaba en su puerta. Por fin admitió estar molesto porque, según él, la película era una distorsión de su novela y convertía a los monjes en seres grotescos. Alabó sin embargo la maravillosa escenografía, inspirada en Giambattista Piranesi (1720-1778).
La obra académica de Umberto Eco comprende ensayos y tratados sobre filosofía, semiología, estética, y crítica literaria. Su ficción comienza cuando publica dos cuentos para niños (1966), ilustrados por Eugenio Carmi, La bomba y el General, y Los tres cosmonautas. Escribió otros relatos para adultos, Los gnomos de Gnù (1992), ilustrado como los anteriores por Carmi y El misterioso fin del planeta Tierra (2002). La ficción de Eco es leída y traducida en todo el mundo. Sus novelas contienen referencias literarias e históricas, a veces en varios idiomas. Su trabajo ilustra el concepto de intertextualidad o interconexión de todos los trabajos literarios. Los dos escritores que más influyeron en su narrativa fueron James Joyce y Jorge Luis Borges, a quien rinde homenaje en El nombre de la rosa.
Sus novelas más populares son verdaderos ejercicios imaginarios y filosóficos que obligan al lector a pensar: El péndulo de Foucault (1988); La isla del día anterior (1994); Baudolino (2000); La misteriosa llama de la Reina Loana (2004); El cementerio de Praga (2010) y su última novela, Número cero (2015).
La invasión de los idiotas
De suma importancia es también la contribución de Umberto Eco a la teoría de la comunicación. Eco diseñó una nueva tipología del símbolo, para actualizar el campo semiótico, que examina el flujo continuo de imágenes y noticias que recibimos de los medios audiovisuales. En 2012 publicó una conversación con Jean Claude Carrière sobre el tema, en el que criticó las redes sociales diciendo que es una plataforma que le ha dado a legiones de individuos ignorantes el derecho a hablar de lo que una vez solo se habló en los bares y sin hacerle daño a la comunidad. Eco se refirió al fenómeno como a “la invasión de los idiotas”.
En reseña aparecida en The Role of the Reader en 1980, el filósofo Roger Scruton, atacó las “tendencias esotéricas” de Eco acusándolo de “generar mucho humo con técnicas y retórica” lo cual “hacia que el lector pensara que era su propia falta de percepción, en vez de la falta de iluminación del autor”. Otros críticos sin embargo admiraron su levedad y conocimiento enciclopédico, que le permitía hacer accesible y enganchar al lector de materias académicas obtusas.
A lo largo de su vida académica, Umberto Eco fue profesor visitante en universidades de varios países y miembro académico de varias sociedades literarias. Fue profesor de la Universidad de Bolonia desde 1971 hasta su muerte, de cáncer pancreático, en 2016. Durante su larga carrera recibió 38 doctorados honoris causa y las máximas condecoraciones literarias de países como Francia, España y los Estados Unidos.