Es el Silencio
Roberto Cardozo
Y Aquí Empieza el Abismo
La semana pasada me quedé sin teléfono por varios días. En eso andaba cuando también me quedé sin computadora y un día, el colmo, sin electricidad en la casa. Todo esto se antoja una tragedia en las épocas actuales. Sin duda lo fue, por lo menos al principio.
Sobre todo porque dentro de toda esta vorágine pandémica, soy de los afortunados (o desafortunados, según lo quieras ver) que pueden trabajar desde casa, sin un horario fijo, sin tener que salir para nada.
Como muchos saben, nunca he sido muy sociable y en cierta forma me he sentido muy a gusto quedándome en casa sin salir, pero también me ha llevado a empezar a depender cada día más de la tecnología no únicamente para trabajar, sino para el acontecer diario. Antes, las noticias y la música eran en el carro mientras manejaba al trabajo, el ejercicio era en una caminata por la playa o por algún monte, la casa era, prácticamente para llegar a relajarme al finalizar una jornada de trabajo, comer, descansar y ver alguna película en la noche. Al quedarme de tiempo completo, en algún momento estas actividades se fueron entrelazando hasta perder fronteras entre ellas. Lo que me ha llevado a que en ocasiones reine el caos en medio de estas cuatro paredes que limitan mi realidad, una realidad de casa pequeña de fraccionamiento.
Entonces, quedarme unos días sin teléfono fue un tragedia al principio, quedarme sin computadora, sin luz, fue el acabose.
Entonces el silencio.
En un principio rígido, ese que taladra los oídos de tan tenso, como la calma antes de la tormenta. Ese vacío en un principio aplastante, después de las primeras páginas de un libro empezó a dejar el paso a las tantas voces y escenarios que también se habían contenido entre las páginas. Un Jumanji.
A partir de ese momento, de puntillas, con la respiración contenida, atento como el gato que me observaba, el silencio se retiraba por los rincones cercanos de la casa. El silencio montado en el gato se cambia de lugar para dormir y el libro llena esos vacíos sonoros con la pregunta del maestro (de Efrén Hernández): ¿Qué cosa son tachas? Y yo pensaba en la tarde nublada, en las aves que habían dejado su habitual chachalaqueo vespertino y también en la llovizna que era silenciosa, así como en las ramas del árbol del patio, que danzaban como quizá me veo cuando bailo con los audífonos puestos, arrítmico, pero sigiloso.
Al fin el silencio, compañero o fugitivo, me dejó desconectarme de la vida por un rato y me recordó que siempre necesitaremos ese rincón cálido donde no quede más estridencia que lo que acontece en la intimidad de los libros.
Es el silencio, el cálido vientre con el que la vida nos dice: bienvenido.