El amor y la ficción autobiográfica de Mario Vargas Llosa
Mariel Turrent
El género novelesco
no ha nacido para contar verdades,
pues estas al pasar a la ficción,
se vuelven siempre mentiras.
He disfrutado leyendo casi todas las novelas escritas por Mario Vargas Llosa. He gozado cada frase de sus textos con placer y complicidad. Algunas incluso con pasión y aunque ya mucho se ha escrito sobre él, le dedico este espacio al autor del boom latinoamericano y Premio Nobel de Literatura.
Sus novelas han recorrido diversas ciudades, revoluciones y formas de rebelión del hombre, siempre con humor, sátira e ironía. Al mismo paso que va hilando relatos de aventuras que seducen y hechizan al lector, provoca con su inigualable estilo una espontánea combustión de sensaciones. Sus personajes se han convertido en arquetipos inolvidables de excesos, cursilerías y truculencias (cómo olvidar a Pedro Camacho el folletinista radiofónico, al erótico Fonchito provocando inocentemente a su madrastra, o al mismísimo Pantaleón Pantoja y a sus sexoservidoras) con los que, como un niño travieso, señala la hipocresía, la eterna lucha entre la verdad y la mentira, el nacionalismo, la perversión política y el abuso del poder.
El amor ha sido también un tema recurrente: en La tía Julia y el escribidor, narra la primera aventura matrimonial del narrado con su tía; en Los Cuadernos de Don Rigoberto, el amor está personificado por el erotismo y la imaginación; y hasta en La orgía perpetua, (que no es novela son un ensayo sobre Madame Bovary) habla sobre el amor que convierte a Flaubert en un apasionado y atormentado amante del lenguaje. Sin embargo, no es sino hasta Travesuras de la niña mala que por primera vez el amor es el tema central en el desarrollo de la novela.
Pero el amor de Vargas Llosa no es el amor romántico del siglo XIX, sino un amor actual que surge de su realidad, de aquella revolución de los sentimientos que el autor vivió en el Londres de los setentas. Un amor que tiene muchas caras y corresponde a la idiosincrasia, psicología, cultura, sensibilidad e imaginación de cada cual, reconociendo la diversidad sexual con menos prejuicios.
Sus novelas basadas siempre en algo que conoció y vivió de cerca, son collages autobiográficos que se convierten en la verdad de la mentira en el intento de plasmar una versión total de la historia, con sus pasiones, fantasmas y motivaciones más profundas, que en la realidad imperfecta y parcial se desconocen. Y es precisamente a través de esta memoria mezclada con fantasía, a través de esta tergiversación de la realidad, que Vargas Llosa logra contar una historia de nuestra época que los historiadores nunca podrán contar.