Crónicas del Olvido
DEMENCIA PRECOZ
Alberto Hernández
1.-
El doctor José Solanes me da pie para aliviar mi espíritu frente a este libro de Teófilo Tortolero. “Demencia precoz” (Editorial Arte, Caracas, 1968) podría parecer un manual para psiquiatras. Sin embargo, podríamos afirmar que se trata de un material en el que los lectores de poesía tendrán contacto con algunos rasgos de la “locura” que brota de la poesía, pero más de ésta en la que cierto automatismo configura un estado del alma y de la mente.
Solanes dice: “La fuerza angustiosa que emana de este libro no nos conmueve tan sólo por la gravedad de los temas que en lo más íntimo de sus poemas se entretejen. No debe ni remotamente pensarse leyendo a Teófilo Tortolero en lo que no podría sino aparecer como temeraria tarea: la de escribir ensayos en verso”.
En efecto, cada poema que Tortolero dejó en estas páginas es un estudio personal de un sujeto que lo asedia ( su propio sujeto), que lo acompaña en su angustia, en su neural peregrinación por imágenes que seguramente serían más afectas a quien encara la conducta extraviada de sujetos que, fuera de la realidad, crean otra.
Solanes sigue: “Las turbadoras imágenes que usa, el ritmo de sus versos, a veces rotundo y a veces descuidado y lacio como rehusándose hasta en lo sonoro a coagularse en conclusiones; todo ello tiene en primer lugar valor poético”.
La poesía de Tortolero, en este libro y en sus otros títulos, reviste un carácter “grave”. Teófilo Tortolero revisa su “locura”, sus “venenos”, sus “drogas silvestres” hasta arribar a “La última tierra”, libros que lo consagran y lo convirtieron en una de las voces más potentes de un país que dejó de ser aquel de su “demencia precoz”.
Pero el doctor Solanes continúa: “Es como poeta que hay que saludar, y muy alto, a Teófilo Tortolero. Como todos los buenos versos, los suyos pueden ser llanamente leídos y luego leídos, diríamos, a trasluz para captar entonces en filigrana aquellos perfiles en que la belleza y el sentido se dan finalmente confundidos”.
2.-
“Demencia precoz” está dividido en dos partes, la primera que lleva el título del libro y Otros poemas, en los que destacan unos versos italianos y el dedicado a Eugenio Montejo.
“Demencia precoz” es una enfermedad. No en el estricto sentido de la palabra. Es una patología verbal. Es una sensación corporal hecha palabra. El poeta desahoga un mal, un padecimiento, un testimonio clínico en el que cierto automatismo psíquico lo acerca a un surrealismo sugestivo.
“Odio como hambre soy
devoro este corazón por todas las noches
que no me parecí a mi padre en su oficina
que no tuve parecido con sus trapos
ni sus manos protectoras
porque era un niño de tres risas
y nadie reparó la primera vez que me heriste”.
Esa locura, esa intemperancia en la que una herida sigue latiendo, sostiene la imagen en la que Tortolero se desnuda poeta. Suerte de atavismo: el padre, la hermana, la madre, la enfermedad, los sueños:
“Deja que la lámpara haga de noche/ su voluntad en la sala/ quiero dejar las cosas tranquilas/ dulcemente olvidadas/ cuidar la menta de la araña”.
Le habla a la hermana, a la madre que ya no ve. Está en un hospital donde expulsa su incoherencia, donde la poesía adquiere mayor densidad:
“Hablo al ojo vencido de gamuza/ responde un jaguar incomparable/ la fuerza ensamblada en las patas/ las trenzas caídas en los ojos”.
Pide, solicita que lo alejen de algunos recados de la realidad. Sostiene el poema con la fuerza de esa petición:
“Llévate esa pradera de mis ojos
el alcanfor calienta los bosquecillos
porque hay un cello mío que canta
y una viola
semejante al ungüento del pecho
No es mía esa torre con almenas frías
los lagos y todo lo manso que fui con mi hermano
no regresan?
Recuerdas las abejas
los pomos en la caja de soldados
el olor de la leche caliente
la sangre pequeña en la nariz?
Si comienzo a morir esta tarde
caliéntame con fiebre
de tu buena compañía”.
3.-
El que reza, el que ora, el que mira desde un lecho o desde algún paisaje borroso. Tortolero se afirma en un discurso deliberadamente libre, deliberadamente sostenido en imágenes que rompen con la lógica:
“Hay pasto amargo a la izquierda de esa estrella/ la rodea una herida tres veces ovalada/ que baja de radio al campo de los grajos (…) No hay amor de sus brazos/ aunque sople de noche sus costados/ tocando sus espigas ardientes/ la leche del cielo”.
En otro aparte, el de “Diluvios. Resurrecciones” que en el índice aparece como poemas sueltos, Tortolero avisa:
“Hoy es Diluvio. Ya están con nosotros los pájaros gritando
clavando sus picos en el Arca”.
Y quien lee advierte la presencia de Noé en algún escondrijo. En algún lugar de la barca, en franca conversación con algún animal. Con algunos de sus hijos. Pero no es así: el poeta es griego. El poeta dice:
“yo llevaría su dolor suplicante/ a los ojos lluviosos de Palas Atenea”,
Y para dejar sentada su “demencia”, escribe:
“Encontré sus ovarios en el lago/ aún no despertaban los soles/ en la melena de los cedros/ pero la majestad fragante me vencía// Aspiré y por tres días retuve en los pulmones/ aquella tempestad de lavanda// No sé cuánto he dormido desde entonces/ pero la hija del espliego/ ha caminado y bebido mi sangre”.
El final, el camino se cierra. La voz de quien clama: “He terminado (…) Ven por mí”.
Y entonces entra a paso seguro en Otros poemas.
4.-
Son cuatro. Cuatro textos, dedicados a algunos amigos, entre ellos Villarroel-París, Lourdes Gotto, Eugenio Montejo, Irma Salas, Luis A. Crespo y Mario Abreu.
Copio el dedicado a Montejo, titulado Orfeo:
“Orfeo se hunde en su propia sustancia
la que llama Eurídice
y el necio pájaro ventrílocuo
lame en el charco de sangre creado en su honor
por la soberbia de su alma
lame anhelante sus migajas estremecidas y ampolladas
como pedazos de la dama perdida”.
Y más allá, el “grito de un pájaro”.