Editorial

Menos poetas, más poesía – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Menos poetas, más poesía

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul

 

Debe ser una cuestión de la famosa modernidad, pero la apariencia se ha robado las principales causas de la atención en casi todos los medios. Vivimos en una época donde resulta poco costoso, tanto económica como moralmente, crear ilusiones. Quién sabe si eso tenga algo de bueno o de malo, honestamente, pero la proyección se reduce a construir una imagen por medio de la técnica y de la constancia. A veces nos escandalizamos porque la vida de un artista de los grandes medios populares no es lo que parece, ya sea por su desgracia oculta o por bondades que se desestiman por ser sólo parte de un medio. Nuevos programas computacionales han ayudado a sustituir la realidad con una proxy que es la mayor de las veces la misma, pero de mayor calidad, más verosímil, más agradable. No quiero parecer un moralista de una época pasada, aunque es cuando menos interesante de contemplar ese tipo de nociones.

En el mundo de la literatura no tiene porqué ser de otra manera. Muchos han sido los casos que he conocido de naturistas que viven de una inspiración venida de la casualidad, o que hacen hondas reflexiones de cafetería, siempre buscando un reflector, por pequeño que sea, para permitirse el lujo de ser el centro de la existencia. Algunos otros hacen una cantidad ingente de ruido, a veces hasta con violentos ademanes, todo sea para dar a entender que están allí. Quizá es una cuestión de personalidad o de metas. En esta modernidad, no sé si la posmo o la líquida, el objeto del arte es indisoluble del creador, que en la tradición del Siglo XIX, se volvió un elemento adicional, un canon central, el nervio habitado por la divinidad, que acompaña a lo que construye, discurso curatorial y manda que se repite n cantidad de veces. No tengo nada contra eso, por el contrario, hace más interesantes las comunicaciones y desacraliza la idea del artista perfecto al contrastarlo con sus acciones hartamente humanas y sus contradicciones, especialmente las políticas. Pero sucede de vez en cuando, por casualidad, que se construye al autor sin estar acompañado necesariamente de una obra. El culto a la personalidad es llevado al extremo para ocupar los huecos que deja la técnica. Amén de algunos casos que conocemos personalmente, y otros que nos vienen a la cabeza sin nombrarlos. Porque es un mal extendido en la comunidad creativa.

Existen personas con un talento que llega a ser incuestionable, que pulen y revisan sus ideas, que exploran de otras escuelas y eras para encontrar una forma de lenguaje, una plástica que satisfaga su curiosidad, y sus más íntimos deseos de perfección; sea lo que eso signifique. Pero los hay otros que pulen la vestimenta, el discurso y la sonrisa, para después caminar sobre el aire. Macabra metáfora de lo inexistente. La poesía moderna, al estar tan cerca de la sociedad por los medios, ha puesto al alcance de una gran mayoría las figuras y la retórica, y ha ayudado a generar un mayor amor propio. Porque quien busca el camino de la poesía necesariamente ama a los demás y a sí mismo, a veces de manera sana y gentil y otras con una codependencia terrible. Lo que no termina de generarse es la elegante prudencia de producir la obra antes que al creador. En mi poca experiencia, basta con querer ser para exigir ser reconocido, y a eso nos han llevado muchas almas sensibles que pueden tener la buena intención de entregarse al oficio de la lengua viva, pero que no se desprenden de la vanidad infante de querer ser el centro de atención de los padres; vaya caterva de sucesiones y acumulaciones emocionales.

En la modernidad no se requiere escribir poesía para ser poeta, basta apenas desearlo al mejor estilo de coaching, y el apoyo de los amigos, para serlo. Unas prendas negras y ajustadas, un porte místico, leer de refilón dos o tres palabras complicadas del diccionario, y tener la gracia del poderosísimo dios del Enter. La poesía ha pasado a segundo término, ya que arrastrada por el posmodernismo, quien no gusta de nuestro trabajo es apenas un imbécil sub capacitado para conocer lo bello. El maestro ha dejado paso no al aprendiz, sino a la muchedumbre que sujeta sus herramientas, convencida de que es cuanto ha de ser necesario.

No me parece que el poeta tenga que ser un ente anónimo, un asceta indescifrable o un signo perdido entre las tintas, pero debe ser ante todo un genuino trabajador de su oficio. Cuanto más, existe más poesía que poetas, afortunadamente, pero nos hemos quedado bailando entre máscaras con intenciones de construir un perfil social más allá de una búsqueda personal. Si antes concibamos a escritores que no leen, parece que ahora tenemos algunos que no requieren tampoco escribir. Y junto con ello, no requieren aprender a hacerlo, ni una sociedad que los lea y reaccione a su producción, ni un mínimo compromiso con el performance que se requiere antes de la fotografía, sólo el encantado velo de aparentar. Apenas eso, una imagen y los elementos más obvios de lo que queremos ser. Pero quizá, y sólo quizá, si nos enfocáramos en disfrutar la poesía de manera independiente de los autores, no separada, pero como un objeto independiente, quizá tendríamos a los tan amados poetas que necesitamos, refinados por medio de su vital trabajo lingüistico.

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