Editorial

ANACRÓNICO – GUILLERMO ALMADA

ANACRÓNICO

GUILLERMO ALMADA

¡Qué extraño! Anoche soñé con mi funeral. Estaba yo en una cama, en el centro de un escenario y se oía la voz de un presentador muy extravagante que decía: -¡Señoras y Señores, con ustedes: El protagonista! –Se abría el telón y estallaban los aplausos.

Yo quería mirar, pero un ángel libidinoso, de dudoso género, que bajaba del cielo sostenido por un cable de acero unido a un arnés que lo aseguraba por el pecho, me gritaba: -¡No, no, no! ¡Tú eres el muerto! ¡Tú no te mueves! –Y los aplausos sonaban más fuertes, y escuchaba la voz de mi madre que me replicaba: -¿No vas a decirme qué te pasó? ¿No vas a contarme nada?

Y entraron las mujeres que a lo largo de mi vida habían sido mis amantes. Venían todas juntas. Vestidas todas iguales: de rojo. Y se sentaron rodeándome, en la cama, dándome la espalda y lloraban y reían alternativamente de una manera histérica, y repetían al unísono, como un coro del teatro griego: -“Él, que nunca nos demostró amor, fue el que más nos amó”-

No estoy seguro si había estado pasando antes, pero en ese momento me di cuenta de que el escenario giraba lentamente en sentido inverso al de las agujas del reloj, como si ese fuera el modo de volver el tiempo atrás.

Casi se me paraliza el corazón cuando vi entrar corriendo a Alberto y Marcelo, mis amigos de la infancia, que tampoco se imaginaban que yo estaba allí, así que cuando nos recuperamos del asombro del impacto nos abrazamos, y festejamos el encuentro y nos hicimos bromas y recordamos todos los momentos maravillosos que pasamos siempre juntos, los tres, nos reíamos a carcajadas, como antes, como cuando el pelo largo.

La voz de mi padre se impuso en ese instante: -¡Ya sos todo un hombre, tenés que cumplir con tus responsabilidades! – Y vi que por donde mis amigos salían, entraban desfilando unos soldados, que resultaron ser mis compañeros del Servicio Militar. Yo también estaba vestido de uniforme. Un suboficial, vestido de payaso triste, que yo no alcanzaba a ver, me decía: -¿Qué hace milico? ¿Se cree púa? ¡Venga y ponga voluntad! –entonces nos juntamos todos sobre la cama como si fuera una trinchera y comenzamos a contarnos anécdotas de la guerra; si es que después de la guerra queda lugar para la anécdota, y hasta nos mostramos las heridas, y eran éstas heridas de muerte. Y volví a escuchar la voz de mi madre, más fuerte, más sonora, que me decía: -¿No vas a decirme dónde estás? ¡¿No ves que no puedo encontrarte?! –y se apagaron todas las luces. Lentamente me acerqué al proscenio y tuve la amarga sensación de que el teatro estaba totalmente vacío, con las últimas fuerzas que me quedaban dentro de ese miedo inmenso intenté contestarle a mi madre gritando: -¡Acá estoy mamá, acá! ¡No sé bien qué lugar es este, pero estoy acá…! Entonces pregunté a esa inmensidad negra que tenía adelante: -¿Alguien puede decirme qué es esto? –Y una voz omnipotente y melodiosa respondió en perfecto inglés: -“It’s all, it’s over”.

 ¡Qué extraño! Anoche soñé con mi funeral y ya hace treinta años que estoy muerto.-

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