Editorial

El polémico y necesario Alberto Vargas Iturbe, el Pornócrata – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

El polémico y necesario Alberto Vargas Iturbe, el Pornócrata

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

Hace más de una década que conozco a Alberto Vargas Iturbe, mejor conocido entre sus amigos como “El Pornócrata Mayor”, sobrenombre más atinado que pudo tener. Bajo la tutela de la profesora Rosa Ivette Tapia Silva acudimos como actividad del taller de creación literaria de la universidad a un encuentro en “Las dos Fridas”, del escritor Sergio García Díaz. La presentación fue interesante, al igual que las polémicas de este grupo de artistas de Ciudad Nezahualcóyotl: desenfreno, caguamas y literatura. La manera de estos artistas de ver su trabajo es indisoluble de la vida cotidiana. A través de este encuentro conocí a Daniela Flores, una periodista y poeta comprometida con sus ideales, y quien fue quien me invitó a participar en las antologías del Colectivo Entrópico. Como un joven aspirante a escritor, cada oportunidad para presentar tu trabajo es bastante atractiva, y eso desencadenaría una serie de eventos posteriores que me hacen gracias ahora en la memoria.

Hablar de Alberto Vargas es hablar del Colectivo Entrópico. La obra de Alberto es polémica por simple naturaleza. Él ha desarrollado su corriente de realismo sucio o ero-porno, como él la llama. No es de sorpresa que la mayor parte de su literatura la haya tenido que producir, editar y publicar con sus propios medios. Vargas hace uso de la comedia y la pornografía para hablar de la vida en ese municipio, para traer a la memoria los recursos juveniles de su natal Jungapeo, Michoacán, y para echar unas buenas risas. Como persona, es de trato amable, y siempre comparte lo que tiene, por poco o mucho que sea, a la manera de los campesinos, tradición que lo acompaña y de la que habla orgulloso cada que puede. “Pinche Adair, yo soy un campesino en la ciudad”, me ha dicho varias veces. El lenguaje de Alberto es, para decirlo de una vez, el lenguaje del pueblo. Puede ser directo, grosero o incluso vulgar, pero siempre de buenos ánimos, admirado de la belleza de las mujeres y la lealtad de los amigos, y con un chispazo vitalista. En parte es por eso por lo que ha sido tan vilipendiado por la crítica, pero es tan estimado por sus amigos. Sé que son dos cosas diferentes.

Pero esto es fundamental para entender el legado de Alberto. Al ser un escritor rechazado, ha tendido que buscar la manera de abrirse sus espacios, lo que ha logrado con cierta dificultad. Sin embargo, lo más notable de su personalidad es que es un hombre compartido. Construyó, prácticamente él sólo, el proyecto del Colectivo Entrópico, aunque siempre acompañado de gente habilidosa. Si no hay espacios para escritores como él y sus amigos, hay que generarlos. Así, del sueño juvenil de hacer una revista fotocopiada, generó una espiral de XXIII antologías colectivas, que se financian por los autores, y andan rodando por el mundo. Puede parecer muy simple, pero la tarea para lograrlo, para atraer, mantener a la gente y finalizar cada nuevo libro, no lo es. El Pornócrata, al estar vetado de los canales tradicionales, abrió un camino para muchos aprendices y pequeñas editoriales, que comprendieron que para crear se necesitan muchos “de esos”.

Podemos tener opiniones encontradas de lo que escribe Alberto, que a veces roza en lo inverosímil o en lo guarro, pero la lectura obligada es la radiografía social que hace del municipio donde lleva casi toda su vida, de los problemas de la miseria, del desamor y esa constante idea del fracaso. Entonces el sexo es un escape que alivia la locura. Leer a Alberto requiere una mayor participación por parte del lector, para que no se extravié en lo inmediato de los cuentos cachondos. Lo que hace Alberto es luchar por el derecho a escribir de lo que uno quiera, y como uno guste. De mostrarnos que la organización es factible, y que un proyecto tan pequeño como el del Colectivo Entrópico, puede tener más aliento que muchos de los impulsados por la alta cultura o las cúpulas empresariales, que no pueden decir que han hecho lo mismo que Alberto: estar vigentes por más de una década para que todos tengamos una vitrina de presentación. Y eso es otro de sus legados.

Sin saberlo, Alberto creo una “escuela de escritores”, donde las personas, con trayectoria o novatos, se dan encuentro unos a lados de los otros, sin presentaciones, sin condescendencia o líneas editoriales. La libertad de hacer implica aceptar la responsabilidad de leerse junto a los demás. Por eso la colección se titula “Que el tiempo lo decida”, en una abierta declaración a que sólo la prevalencia de cada uno se alcanzará por su tenacidad y disciplina. Muchos han pasado entre los casi 200 autores publicados en el proyecto, algunos con mayor gloria que otros, algunos concretando ya sus proyectos personales, y otros diluyéndose poco a poco. Incluso, proyectos que se han desprendido de este proceso de aprendizaje continúan en sus propios espacios, como el Ave Azul. Justo por eso, la obra de Alberto se ha digitalizado en ePub y se ha colocado en Amazon, de manera que esté más disponible para el mundo. La gran obra de este escritor mexicano es su compromiso con la libertad, y la conciencia de nunca rendirse ante las puertas cerradas.

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