Editorial

¿Es más importante la técnica poética? – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

¿Es más importante la técnica poética?

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul

 

Una pregunta incendiaria es, a todas luces bribonesca y provocadora, si es más importante la técnica que la poesía. Léase con cuidado. La técnica es un conjunto de herramientas, habilidades, objetivos y métodos para desarrollar una actividad, que en este caso implica hilvanar palabras, crear un mensaje, ser asertivo. La poesía implica una emoción, idea, la sustancia detrás de una inteligencia, la rosa de Huidobro que debe florecer en la palma de la mano. Usando una metáfora ramplona, la técnica es crear una vasija, mientras que la poesía la calidad del vino. Son parte de lo mismo, y son completamente independientes la una de la otra; si se me concede esa apreciación. Mientras que el artesano pule la arcilla, el agricultor prepara la tierra. Y no es hasta que el bebedor la decanta en su garganta, a sorbos delicados o con gesto atragantado, cuando se revela la importancia que tienen ambas, la manera en que se van necesitando desde el comienzo.

Sin embargo, en la sociedad, podemos ser ridículamente simples. La academia se centra en la ejecución ordenada de la forma, mientras el pueblo, la gente de a pie, se centra en lo que siente. He allí una actitud que puede ser acusada de clasista o de banal, dependiendo de quien la esgrima. Leer una obra maravillosamente redactada, clásica y con arreboles interesantísimo, pero que no significa nada, o escribir en los muros del mercado una simple idea que puede estar hasta mal escrita, pero que a todos nos llega al alma. Y no es broma, falta enterarse que hay un graffitti en Pompeya que reza que el carnicero era un bribón hace dos mil años para sentirse identificado con ese líder moral del día a día, o agarrar un grueso volumen de anotaciones que es quizá un 30% citas de citas, en la incestuosa academia. Tampoco es que se pueda rechazar o anular a una u otra, ya que un mensaje terriblemente escrito no puede entenderse, y por ende nunca cumple su función, y una idea, aunque genérica puede carecer de cualquier apreciación sobre el mundo. La técnica y la poesía no están peleadas, sino que son rangos dentro de los que se mueve la capacidad creadora. Quizá lo que valga la pena es saber si los lectores tienen que estar de cabo a rabo en el rango, o si es válido elegir uno de los extremos de esa distribución.

Es común escuchar a estudiantes de literatura, algún que otro profesor u similar, hablar pestes de este libro, de esta corriente, de esta técnica. Detrás de ello hay un ideal de lo que es la cultura, y de lo que debería ser un lector. El problema es que normalmente se apegan esas recomendaciones a la línea de la curricula que manejan o la disponibilidad de las librerías locales. Como dirían los jóvenes de hoy día, son opiniones “tan básicas” de lo que se supone deben de saber. Está demás la visión eurocentrista, hollywoodense o de otras modas que influyen en estas ideas. Del otro extremo podemos encontrar libros tan curiosos como los fanfics de E. L. James o cualquier cosa de Coelho, que son lecturas bastante ligeras; sería burdo tratar de usar adjetivos sobre su trabajo sólo para lucir más cultural, tan inteligente. Sin embargo, en estos dos últimos casos podemos ver que hay una buena técnica, y que lo que queda un tanto flojo es la historia; aunque las ventas y el mercado decididamente no opinan lo mismo. Entonces hay quienes los leen, y los disfrutan. ¿Es sensato suponer que tanta gente está equivocada al respecto? Necesitamos aprender que no todo lo que está disponible está orientado para nosotros, algo que duele reconocer.

Platicando con una amiga sobre las caricaturas modernas, fue imposible no llegar a la conclusión de que no necesariamente los juicios de valor que hacemos de un producto son resultado de la inteligencia de sus creadores, sino que puede ser, y sólo puede ser, sin conceder nada, que no somos el público objetivo. Hay productos, ideas y arte, que no están pensadas para nosotros, y nos molesta tanto reconocerlo que se nos antoja imposible. No somos el centro del universo de un autor en particular. Por fortuna, existe una oferta tan basta allá afuera, que no nos podemos quejar de aburrimiento. Es sencillo encontrar a noveles autores, a mujeres que vienen abriendo nuevas formas del lenguaje, a hombres de buena edad con un aliento único, y las formas siempre agitadas de los jóvenes para reinventar el hilo negro. Más aún con la globalización comercial y la digitalización, nuestra experiencia como consumidores de poesía se ha vuelto prácticamente infinita, a varios continentes e incluso idiomas. Lo mismo pasa con la música, la narrativa, la fotografía y otras artes y ciencias, donde hay tanto que cosechar que no nos va a dar la vida para saberlo. La velocidad de crecimiento de la comunidad en internet (videos, blogs, libros, imágenes, etc.) ha ido aumentando año por año. A lo mejor esa dualidad entre la técnica-poesía ya está rebasada por lo que hay allí afuera para conocer.

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