Editorial

LA CULPA – GUILLERMO ALMADA

 LA CULPA

GUILLERMO ALMADA

 

– ¡Venga Don Víctor! ¡Venga a ver esto! ¡Apúrese no se lo pierda! –Gritaba desesperada una vecina que quería que mi padre viera que me había trepado, por el fondo, a su higuera, para hacerme de algunos higos, que son tan ricos en su punto, y no cuando ya caen, que están saturados de fructuosa.

Cuando mi papá llegó a la escena del crimen me hizo bajar “inmediatamente”, esa fue la orden, “inmediatamente”, y me desplomé al suelo.

Es que las ramas de la higuera son así, flexibles, o falsas, porque uno las ve corpulentas, con un diámetro interesante, y estira el pie, confiado, para pararse en ellas, y resulta que ceden, con el consecuente porrazo de toda su humanidad si antes no ha procurado asirse de otra rama con sus manos, lo cual, en mi caso, era imposible, ya que con ella sujetaba, contra mi pecho, el preciado botín.

Una vez de pie, y habiendo comprobado que no me había hecho nada, y mientras mi padre me sujetaba por un brazo, la vecina declaró que a ella le importaba muy poco y nada que me quedara con la fruta, pero le preocupaba que pudiera caerme y romperme un hueso. –Vieja alcahueta –Pensé yo, -si no le hubiera avisado a mi viejo yo no me caía. Vieja hipócrita, falsa como rama de higuera.

Mi padre me llevó así, del brazo, hasta mi casa que quedaba a la vuelta, fue un papelón de ochenta metros; cuando llegamos a la puerta me soltó y me dijo cosas que ya sabía: Que no me hacía falta robar, que, si se lo pedía a él o a mamá, me lo compraban. Y ahí quedé, castigado por todo el día. No podía salir a jugar, ni entrar ninguno de mis amigos. Masticaba bronca con todos mis dientes.

Mi papá no terminaba de contarle lo sucedido a mamá cuando sonó el timbre. Era la vecina. Con una olla llena de higos que, dijo, traía para mí. Y la muy hipócrita preguntó si yo estaba bien, si no me dolía nada, si me había visto algún médico. Mamá simplemente le contestó que ya estaba bien y cumpliendo una penitencia impuesta por mi padre. – ¡No era para tanto! –dijo la vieja falsa y pidió verme. Mi mamá la hizo pasar al comedor de la casa y me llamó para que fuera, aparecí cabizbajo ya que temía que si la miraba notara toda la bronca que le tenía y volviera a hacer un escandalete.

Mamá nos dejó solos para que habláramos, y ella tomándome la pera comenzó con eso de “me asusté mucho cuando te caíste, porque después de todo ¿qué son unas frutas más o menos? No tenés que ponerte así…

-Es la culpa –la interrumpí. Pero, ella pareció no entender, porque me dijo que ya había pasado todo y que no debía sentir culpa…

– ¡No! –Le aclaré –yo no siento culpa, es usted ¡Usted es la de la culpa!

Ella se fue de mi casa sin decir una palabra, con la cabeza gacha, por la culpa, y yo, desde entonces, no pruebo los higos. Por la culpa.

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