Editorial

De aplausos no se vive – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

De aplausos no se vive

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Año de elecciones, año de promesas. Recientemente, un partido socialistoide que da vida de pequeños grandes burgueses a sus líderes ha anunciado que impulsaran un proyecto titulado “De aplausos no se vive”. Dicho proyecto busca dar apoyos a la comunidad artística mexicana, quienes no tienen sueldos fijos, prestaciones sociales o ningún otro tipo de fianzas que les permitan tener un ingreso por su obra. Son pocos los privilegiados que han encontrado la manera de conjugar un humilde sueldo de burócrata con sus actividades, o que reciben los jugosos bonos discrecionales de los órganos encargados de la cultura. En articular el nombre de la ley es significativo, por dos motivos: en primer lugar, es el lema de los propios creadores que han denunciado la reducción de apoyos, la discrecionalidad o la fachada del favoritismo frívolo de las autoridades; en segunda instancia, muestra la podredumbre del sistema político, que se roba la frase como propia para ganar votos, siendo parte del grupo que recién llegado al poder decidió que el bono electoral estaba por encima de cualquier otra actividad, exterminando los de por sí pocos espacios para los artistas. En particular, cabe señalar la actitud hostil y mercantil del gobierno.

En el año pasado, se hizo notar un grupo dentro de una secretaria dedicada a la cultura para eliminar y “desactivar”, al estilo de células criminales, a las organizaciones culturales y de creadores. Esto es un ejemplo claro del poco valor que se da a la libertad creativa que no adula. En segundo nivel, la discrecionalidad de los que no eran como antes para imponer sus cánones e ideologías, desmantelando las redes de artistas genuinos, en pos de sus grupos, filias y fobias; en incluso la sala de mojigatos amantes del secretario en turno del gobierno capitalino, por poner un muy pintoresco y poco inclusivo ejemplo. Otro tema es la sociedad, que piensa que los artistas están obligados a vivir de forma romántica, regalando o compartiendo su arte por ser un bien social, donde no sólo no es bien visto que se busque una remuneración, sino que se criminaliza con los adjetivos de la turba en turno: neoliberalizmo, mercantilismo, fifís, etc. Aclaro que nada tiene que ver este comentario con la llamada 4T, sino con las lampreas que son parte de su esqueleto, los diputados, gobernadores y burocratillas que piensan que han sido delegados con la salvación de la patria, siempre y cuando sea a su modo, y sume a sus campañas.

De aplausos no se vive, ya que el costo de vida de un mexicano promedio es superior a la línea de pobreza, donde la clase media (con criterios del COLMEX, aquella parte de población que vive obtiene un ingreso semejante a su proporción, 40%; o la económica, que dicta que es menos del 15% de la población) apenas existe, y que tiene que absorber todos los costos de salud, vivienda y educación. Naturlamente este no es un problema de la actual administración, sino que se ha gestado por décadas, soportando una corte de esquiroles cuyos proyectos no llegan a la sociedad, y desestimando y evitando las propuestas de quienes van logrando pequeñas conquistas a cargo de sus propios medios. En nuestro país, no hay una cultura de consumo de arte, ya que se ve como un folklore o un privilegio de clases media y alta, donde el creador sostiene su trabajo por vanidad o capricho. En México, no existe el arte, sino una simulación de lo que se hace afuera, lo que sí vale, lo que se premia, lo que se apoya.

Mas aún, la hostilidad del sistema hacendario se ensaña con las personas que menos capacidad de ingreso tienen, dejando ene videncia la pobreza del discurso protosocial de los partidos políticos, que nunca apoyan los mecanismos fiscales para la redistribución de la riqueza, sino que simulan una dadiva a grupos meramente simbólicos. El Gobierno y la sociedad se alegran de tener talentosos creadores en el país, pero no dan ningún incentivo para retenerlos, y los señalan con el divino dedo redentor cuando encuentran ese apoyo en el extranjero, en la iniciativa privada, o con la comercialización de su creación. Nuestro país es uno de vividores, de chantajistas emocionales, de seductores que acusan de malinchismo a quienes se buscan el pan, pero que se llenan de basura de baja calidad las galerías, que establecen leyes de promoción anti lectura o creación de libros, y que saben que la cultura en general es el mayor enemigo de su poca sofisticación de modelo político.

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