Editorial

EL CAFÉ DEL ÁNGEL – GUILLERMO ALMADA

EL CAFÉ DEL ÁNGEL

GUILLERMO ALMADA

 

Cuando llegué a la ciudad de Mérida no sabía ni para donde quedaba el norte. Caminaba por las calles tratando de buscar referencias que me ayudaran a no tener que andar preguntando, a cada rato, hacia donde debía ir.

Es verdad que hay algo muy masculino en esto de no querer pedir esas ayudas pequeñas. Creo que puede ser la idea de mostrarse vulnerable. De que alguien diga, no sabe ni donde está parado. No lo sé, pero es verdad que me daba mucho fastidio tener que preguntar.

Buscaba un café, un bar. Que mi amiga, Adelis Correa Vargas, me había dicho que lo visitara, porque, según ella, con mi forma de ser y de pensar, me iba a encantar. Se llamaba “El Café del Ángel”. Tenía la dirección anotada en una tarjeta, pero yo, como todo recién llegado, no sabía si esa dirección quedaba cerca, o lejos, a la vuelta, o en la otra punta de la ciudad. Saqué mi teléfono con la idea de buscarlo en el mapa, pero alguien que venía caminando de frente, me miró e hizo una seña negativa con la cabeza, y automáticamente lo guardé de nuevo en el bolsillo. Me resultó muy extraño, porque siempre había escuchado que Mérida era la segunda ciudad más segura del mundo. Y me quedé parado ahí, sin saber qué hacer. En una esquina desconocida de una ciudad a la que recién arribaba, y en donde no sabía nada de nadie.

Vi que a unos treinta metros había un lugar pequeño adonde poder tomar algo, descansar un poco de mi caminata, y poder hacer una búsqueda, tranquilo, en la aplicación de mapa de mi teléfono móvil. Pedí lo que deseaba consumir, fui hasta la caja, y pagué el pedido con mi tarjeta. Cuando me disponía a sentarme a disfrutar unos minutos, me di cuenta que había un hombre sentado a mi mesa, así que le hice ver que ya tenía mi pedido servido allí, a lo que respondió, perdóneme, entonces imagino, que no tendrá inconvenientes en compartir la mesa, verdad. Creí que era una costumbre del lugar, que cualquiera se sentaba a cualquier mesa y compartía con el que estuviera de antes, y así. Por cuanto solamente corrí mis cosas un lugar y me senté en la otra silla de al lado.

Mientras le echaba azúcar a mi café y revolvía, el hombre misterioso dobló el periódico y se quedó mirándome ¿Pasa algo? Le pregunté. No, me dijo. Pero, me gustaría que me cuente por qué busca, usted, El Café del Ángel.

Se imaginan ustedes mi sorpresa, y mi impresión, al escuchar que este hombre misterioso sabía algo de mí que solo estaba en mi intención. Que hasta el momento no había hablado con nadie, no le había preguntado a nadie, no le había contado a nadie ¿Cómo sabe usted que busco ese lugar? Le pregunté asombrado. El hombre sonrió con una sonrisa amable, y me dijo, solo dígame qué busca usted allí, después seguiremos conversando, o no. No busco nada, le dije. Una amiga me lo recomendó y quería que fuera el primer lugar en visitar, eso es todo. ¿Qué amiga? Me preguntó. Cuando le di el nombre de mi amiga se rio ¡ah, Adelis! dijo, y me estiró la mano. Entonces, si Adelis es su amiga, ha dado usted con la persona indicada, mi amigo. Mi nombre es Diego Balmaceda Oiñ, con eñe final, y no sólo seré su receptivo, sino que también seré su chaperón y, con el tiempo, su amigo. Ya lo verá.

¿Ya tiene usted adónde va a vivir? Me preguntó muy atento. No, le dije. Recién llego, y tenía pensado ir a un hotel hasta poder rentar algo sencillo. No se hable más, me dijo. Tome sus cosas y venga conmigo, lo llevaré a la que, de ahora en más, será su casa. Le va a gustar, ya lo verá. Y descanse bien hoy, porque yo, en persona lo voy a llevar a conocer El Café del Ángel. Si quiere podemos ir ahora, le dije ansioso. No, despreocúpese. Lo voy a llevar cuando sea el momento. Eso no lo decide usted ¿Y quién lo decide? Pregunté. Y otra vez respondió primero con su amable sonrisa, para luego decir. Quién decide cuándo se encuentra, uno, con la realidad si no es la realidad misma ¿no?

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