Editorial

Intangiblemente Silvia – Padecimientos literarios y otras afecciones

Intangiblemente Silvia

Mariel Turrent

Padecimientos literarios y otras afecciones

 

Tendido sobre las frescas sábanas después de un par de noches de trabajo ininterrumpido, no lograba conciliar el sueño. La música invadía la habitación y todos sus sentidos, sumergiéndolo en un éxtasis ensordecedor. Miles de imágenes acumuladas en su mente a través de los años lo atormentaban. Aún sentía en el hombro el peso de la cámara. Con los años, se había convertido en una extensión de su cuerpo, en un tercer ojo que fijaba una secuencia de movimientos e imágenes. Pensaba que además de grabar en la cinta, ese aparato guardaba un respaldo desordenado en su propia memoria, a manera de un disco externo.

Apareció Silvia, y el día que pasaron juntos en la playa. El volumen tan alto de la música le provocaba una especie de silencio que le permitió escuchar la caricia de las olas. La figura de Silvia traspasaba todas las grabaciones; caminaba ligera por la arena desvaneciendo la intromisión de sus visiones; lucía tan etérea, que no la había tocado por miedo de enfrentarse a una intangibilidad perversa. La escuchaba hablar del lugar en el que vivía, en un tercer piso al que se subía por una escalera de caracol muy estrecha hasta una puerta que se abría. Decía que esa puerta no existía, que ella la había mandado hacer para poder salir y entrar de ese cuarto pequeño y oscuro. Él se preguntaba quién habría hecho un cuarto sin puerta, pero eso no importaba. Si no podía poseer a Silvia, se apoderaría de su intangible imagen, la almacenaría en su memoria, encontraría la escalera y treparía hasta llegar a la puerta. Deseaba penetrar la intimidad de Silvia con su tercer ojo, recorrer su carne de muy cerca sin tocarla, hurgar en sus rincones más profundos, robar su alma.

Como después de una tormenta, llegó la calma y logró conciliar el sueño. Tan solo le quedó una imagen nítida; olía a tierra mojada y Silvia se acercaba cada vez más hasta lograr un close-up donde estiró la mano para tocarla.

Despertó súbito. Dio de vueltas en la cama, recogiendo de las sábanas las imágenes que quedaron desperdigadas: Silvia adolescente, Silvia pudorosa, Silvia madura, Silvia pervertida, Silvia con senos pequeños, Silvia con siliconas, Silvia deprimida, Silvia eufórica, Silvia infantil y juguetona, él y su cámara, cambiando tomas, buscando ángulos hasta la grosería.

Finalmente amanecía, después de varios intentos, logró separarse de la cama ya caliente. Tenía que regresar y continuar con la edición que había dejado pendiente. Pero antes, pasó a donde estaba Silvia. Cruzó la capilla húmeda y fría, trepó en círculos por la incómoda escalera y en el tercer piso, se abrió paso entre mármoles vestidos de epitafios hasta llegar a la urna de Silvia. Se arrodilló, cerró los ojos y abrazó su intangibilidad perversa.

 

To Top