Editorial

LAS BÚSQUEDAS – GUILLERMO ALMADA

LAS BÚSQUEDAS

GUILLERMO ALMADA

 

Sirvió el café que había preparado, desempacó unos sándwiches, tortas, emparedados, como quiera que se llamen, de los que había preparado para el picnic y se sentó nuevamente a la mesa. Razonemos juntos, me dijo. Ella quería que localizara a Laurel lo más rápido posible. Y yo no tenía la mínima noción de su paradero. Claro, ella se basaba en mis palabras, y yo acababa de decirle que un amigo me confirmó que ella vivía en España.

Pero resulta que este amigo no vive en Europa, sino en Rosario, Argentina, y lo más gracioso es que nunca salió de los límites del barrio Echesortu. Dije esto y Fáthima me miró con una expresión inexplicable en su rostro. Una mezcla de perplejidad y descreimiento. Y es claro, pero lo que pasaba era que ese amigo era nada menos que el árabe, Balt-Hazar-Ben-Amir, que no es capaz de mentir. Guarda el mayor de los silencios, no te cuenta nada, pero mentir, jamás. Y por ese motivo es que nunca le pregunté cómo sabía lo que me había dicho.

Ahí me di cuenta de que, si el árabe, que nunca había salido de los límites del barrio, tenía ese dato, era porque Laurel también estaba adentro de esos límites, y él la había visto. Demás está decir que la comunicación con el árabe debía hacerse por interpósita persona. Es muy difícil intentar explicar al calígrafo en medio de esta modernidad a alguien que no tiene ni idea de él y su personalidad.

Le telefoneé a la señora Carlota pidiéndole que lo ubicara y me avisara cuando estén juntos para llamarlo, con todo lo que eso implicaba, entre preguntas y saludos de todos. Pero me había asegurado de que el mensaje llegara seguro ¿Cuándo? No lo sabía, pero sería lo más pronto posible, eso estaba claro.

Mientras tanto, Fáthima me contó de la existencia de una calle cuya última puerta cambia de color, conforme quién se para delante de ella, y según el color, es adonde esa puerta te dirige. La puede abrir cualquiera, pero no todos van a parar al mismo lado. Le pregunté qué tenía que ver esa historia con el libro. Y me contó que enseguida de determinar quién y con qué fin había hecho llegar ese ejemplar a mis manos, debíamos ir a buscar a alguien a esa puerta. Y dejó un suspenso largo mientras bebía un trago de café, sin dejar de mirarme.

La verdad es que yo no entendía nada ¿Por qué no hablábamos con el cura? ¿Por qué yo debía averiguar algo que me era perfectamente desconocido? ¿Por qué se estaba complicando todo al segundo día de estar allí? Nada entendía. Y tenía la cabeza inundada de preguntas. Así que preferí escapar por la tangente. En vista de que no había qué hacer hasta tener una respuesta de Balt-Hazar decidí intentar encontrarme con mi amigo Manuel ¿Qué Manuel? Me preguntó Fáthima de manera inquisidora. Sariv, le dije, Manuel Sariv. Nos conocimos por las redes sociales y quiero encontrarme con él, imagino que eso no tiene nada de malo, le respondí algo molesto.

Sácale el tema, me dijo, tal vez sepa algo, y si es tu amigo, quizá nos sirva de ayuda. Es un hombre grande, le aclaré, no creo que ande en estas cosas ¡Mejor! Me dijo, la gente grande tiene mucha sabiduría que nosotros no supimos respetar. Cuéntale el episodio del libro y veamos qué te dice. Quién sabe, a lo mejor tiene información que podría sernos muy útil. Confía en mí, me dijo, como si no lo estuviera haciendo. Yo te llevo, te espero, y te traigo. No abro mi bocota para nada, lo juro. Pero tal y como están las cosas no podemos desperdiciar conocimientos de nadie. Esto no es una broma, compréndelo. Estamos jugando con fuego, y no resoples. Que si tú estás cansado, mira mi noche libre adonde quedó por tu libro. Del paseo playero pasamos a tener menudo lío, y todo por tu amiguita, la Laurel esa ¿Siempre haces amistades que te complican la vida a ti y a quien te rodea?

La miré sin entender si se trataba de un berrinche por la situación o una escena de celos.

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