Por: Pablo Hiriart
La buena voluntad de la administración Biden-Harris hacia México es manifiesta. No hay que morder esa mano, comenta Pablo Hiriart.
Nunca un gobierno de México había tenido la mesa tan ordenadamente puesta para elevar la calidad de la relación con Estados Unidos como ahora, bajo la administración Biden-Harris.
Desaprovechar el momento iría en contra del interés nacional.
Fue una mala decisión decantarse en favor de un racista y estridente antimexicano, Donald Trump, en la elección reciente.
Persistir en el error y enfriar la relación con gestos diplomáticos hostiles y declaraciones agresivas, no favorece a México.
El gobierno estadounidense juntó al canciller mexicano con sus pares centroamericanos, en Costa Rica, donde el secretario de Estado, Antony Blinken, les echó un sermón sobre democracia y separación de poderes.
México, por interés propio, tendría que recuperar la relación en el plano trilateral acostumbrado desde que hay TLC: con Estados Unidos y Canadá, para trabajar en soluciones conjuntas a problemas regionales.
Y ahora resulta que nos hemos ganado un lugar en el cajón de los problemas en lugar de estar en el de las soluciones.
Somos el principal socio comercial de Estados Unidos, alternando con China. Ése es el nivel de México.
También somos sus vecinos, el mayor país de habla hispana, y la población de origen mexicano es el componente primordial de la primera minoría en territorio estadounidense.
Urge elevar el nivel de la relación y no insistir en pelearse con Estados Unidos por asuntos tan menores que no deberían ser tema, como el apoyo de USAID a Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad.
Además, es un respaldo económico pequeño (uno más entre otros muchos que se otorgan a organizaciones civiles), que ya estaba desde la era Trump y nunca se protestó por ello.
Hoy viene Kamala Harris, en su primer viaje al exterior como vicepresidenta, y llegará procedente de Guatemala.
Sería lamentable que el gobierno o su partido mostraran animadversión hacia Kamala Harris en su visita, porque pondrían a México en el juego de todo el Partido Republicano, de los medios de comunicación trumpistas y de no pocos demócratas que apuntan contra ella para descarrilarla como candidata a suceder al presidente Biden.
A Kamala Harris la pusieron al frente de una misión imposible: solucionar el problema migratorio que afecta a Estados Unidos, y que es –hasta ahora– el único flanco débil de la exitosa administración Biden.
Por eso la vicepresidenta, con el respaldo de su jefe, amplió los objetivos de su encomienda a la lucha contra la corrupción, medio ambiente, derechos de la mujer y democracia.
El oficialismo en México dice que esos temas son una coartada para el intervencionismo, injerencia imperialista y otras sandeces.
Se necesita acercamiento sincero y de fondo con Kamala Harris. No es fácil, pues las agendas de los gobiernos de México y Estados Unidos son antagónicas, pero el interés nacional demanda escuchar y ceder en lo que sea posible. Aunque no tanto como se cedió ante Trump.
La buena voluntad de la administración Biden-Harris hacia México es manifiesta. No hay que morder esa mano.
El gobierno de Estados Unidos salvó a una vasta parte de México de sufrir hambruna en esta crisis.
De no haber contado con el formidable apoyo económico de Trump y –mayormente– de Biden a las personas y a las empresas en Estados Unidos para hacer frente a la situación originada por la pandemia, las remesas se habrían desplomado.
Ocurrió lo contrario: el dinero extra que utilizó el gobierno vecino para sostener a sus habitantes y a empresas medianas y pequeñas, elevó las remesas a una cifra récord. Ello ocurrió cuando aquí, ante la crisis, se decretó austeridad (Diario Oficial del 23 de abril de 2020) y se dijo con todas sus letras que “las empresas que van a quebrar, que quiebren”.
El gobierno de México está ante un buen momento para reconstruir la relación con Estados Unidos, que se dañó cuando en la Casa Blanca estaban con la mano tendida de Biden, y no con el puño cerrado de Trump.
Para el siguiente año fiscal, el primero de la administración Biden-Harris, se incluye un presupuesto de 30 millones de dólares para reunificación de las familias migrantes separadas durante la administración de Trump.
Hay 163 millones de dólares para el “trato seguro y humano” de los migrantes bajo custodia de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP).
Y la enorme cifra de 3 mil 300 millones de dólares para la agencia dedicada a atender a los niños migrantes no acompañados y solicitantes de asilo.
Como se dijo desde el inicio de la administración, los dreamers pueden seguir sus estudios sin temor a ser deportados, y con la seguridad de obtener la ciudadanía.
Once millones de migrantes ilegales en Estados Unidos, en su inmensa mayoría mexicanos, tendrán estatus legal para trabajar sin problemas y dormir tranquilos.
¿Ésa es la mano que se amaga con morder?
¿La que no amenaza con aranceles que rompan nuestra economía?
Biden y Harris tienen todavía buena disposición hacia México, aunque necesitan reciprocidad explícita y evidente, más allá de las palabras diplomáticas y las sonrisas para la foto.
Necesitan hechos que demuestren buena disposición del gobierno mexicano, porque de lo contrario no van a aguantar la presión que ya existe para dar un manotazo a la relación.
Kamala Harris, en la víspera de su viaje, recibió una carta del presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de su país, Bob Menéndez, el latino de más alto rango en el Congreso, y firmada por 18 senadores, que le expresan su apoyo.
Y le piden que “como elemento esencial de la estrategia hacia Centroamérica de la administración Biden, le alentamos a priorizar iniciativas que fortalezcan la gobernanza democrática y combatan la corrupción y las violaciones de derechos humanos”.
No está fácil la ruta de Kamala Harris.
La lógica, y el interés nacional, indican que hay que colaborar y no apostar contra ella.