Editorial

El genio indestructible de Walt Disney – Gloria Chávez Vásquez

El genio indestructible de Walt Disney

Gloria Chávez Vásquez

 

When you wish upon a star/Makes no difference who you are/

Anything your heart desires/Will come to you

 

Canción del film Pinocho (1940)

 

 

No es de extrañar, que en una época de espejismos como la actual, el hombre que dedicó su vida entera a crear imágenes de un mundo mejor, iluminando generaciones enteras y fuera el símbolo de la lucha del bien contra el mal, sea ahora uno de los más demonizados en la agenda de quienes quieren eliminar su legado y su memoria.

Ya desde fines de siglo, las mentes oscuras pretendieron empañar su obra, manipulando el psicoanálisis para declarar desde su mente enfermiza, que Blanca Nieves no era tan pura y los siete enanitos eran unos depravados. En 1971, en su libro “Para leer al Pato Donald”, Ariel Dorfman y Armand Mattelart, argumentaban que había “valores imperialistas ocultos tras la fachada inocente del mundo de Disney”. El uno belga y el otro chileno coincidían en su “examen” desde un punto de vista marxista.

Tras la muerte del genial pionero de la animación, la cizaña académica aceleró, buscando desprestigiar al hombre y su obra. Sus exitosas películas, por mucho tiempo alabadas, fueron calificadas de “vulgares, mal escritas y superficiales”.

¿Que había en la obra de Walt Disney que molestaba tanto a los exterminadores de la cultura?

Terminada la filmación de El libro de la selva y Winnie the Pooh, iniciadas por el mismo Disney antes de su muerte por cáncer del pulmón, los herederos y creadores en Disneyland y Disneyworld continuaron produciendo películas y documentales, pero hicieron una larga pausa antes de que la empresa retomara la filmación de animados con La sirenita, La bella y la bestia etc. Notablemente, los productos del estudio, de ahí en adelante, serian objeto del radicalismo sociopolítico y patológico. La clara ética moral que Disney había convertido en un sello de la empresa, y que tanto atormentaba a sus opositores, fue gradualmente eliminada y con ello, su sana filosofía.

No contentos con atacar su arte y su empresa, los modernos inquisidores se ensañaron en denigrar y desacreditar al ser humano, acusándolo de prejuiciado y racista por sus películas como Canción del sur (1946). Acusación que rechazaron el escritor y biógrafo Neal Gabler y Floyd Norman, primer animador negro de su estudio: “Ni una sola vez observé un indicio del comportamiento racista del que a menudo se acusa a Walt Disney después de su muerte”. Inclusive un miembro de su estudio que era judío y con quien había tenido desavenencias por largo tiempo, afirmó que Disney nunca se había manifestado como un antisemita.

Con el tiempo, los ataques se intensificaron. En 2001 el escritor alemán Peter Stephan Jungk publicó la novela Der König von Amerika (titulada en español El americano perfecto), un trabajo de ficción sobre los últimos años de Disney en el que lo imagina como un racista hambriento de poder. El compositor estadounidense Philip Glass adaptó el libro en la ópera The Perfect American (2013). Y ya son varias las biografías que pretenden exponer lo peor del genio, utilizando títulos sensacionalistas. A la hora de la lectura, ningún dato sustenta el malintencionado propósito.  

El historiador Steven Watts, de la Univ. de Missouri, documenta las delirantes denuncias que se le han hecho a Disney como “un cínico manipulador de fórmulas culturales y comerciales” así como la odiosa clasificación de sus filmes como un “imperialismo cultural” que “invadió el resto del mundo con los valores americanos”. El sociólogo, autor del libro Globalización y Cultura, John Tomlinson, deshecha por inválidos e injustos, esos argumentos.

Tales afirmaciones denotan un síntoma de paranoia en el mundo académico. Lo cierto es que algo hay en el espíritu de Walt Disney que irrita el de quienes critican, precisamente, su aspecto más humano, como, por ejemplo, cuidar su imagen y no hacer en público lo que hacía en privado. Es cuestión de disciplina, que no de falsedad, como quieren hacer creer ellos. A un mediocre dramaturgo le parecía que el ser perfeccionista y cuidadoso con su persona y su trabajo, en Disney equivalía a ser “dolorosamente autocrítico”. Como si las criaturas del mundo del entretenimiento no lo fueran. Y están los que creen que la pública no era la verdadera personalidad de Walt Disney. Que detrás de esa imagen se ocultaba un hombre “tímido e inseguro”. Lo cual es más un testimonio de lo extraordinario de sus logros.

Los medios de comunicación han contribuido ampliamente a denigrar esa imagen positiva del creador. Un entrevistador lo etiquetó de “común y cotidiano” y de ser “muy accesible”; otro lo criticó de que no hablara un segundo idioma. Quienes observaban al empleador, decían que Disney “exigía mucho a sus trabajadores”. A lo que un animador de su estudio respondió que el único comentario de aprobación de Disney era “eso funcionará” y que, para sus artistas, ese era el máximo elogio. La aprobación directa, consistía en beneficios financieros, o altas recomendaciones. Y por supuesto, el orgullo personal de haber participado en la creación de un exitoso proyecto.

Pero a pesar de que los ataques polarizaron las opiniones sobre Disney y sus películas, su legado, para los más justos, habla por sí solo. Como bien anota el American Dictionary of National Biography: “las primeras evaluaciones sobre Disney lo enaltecieron como un patriota, un artista del pueblo, un popularizador de la cultura”. Esta afirmación es corroborada por la multitud de premios, honores y condecoraciones nacionales e internacionales que recibió en vida, entre ellas 59 nominaciones y 22 Premios Óscar. Varias de sus películas están incluidas en el Registro Nacional de Cine que elabora la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos porque son “cultural, histórica y estéticamente significativas”: Steamboat Willie, Los tres cerditos, Blancanieves, Fantasía, Pinocho, Bambi, Dumbo y Mary Poppins.

Al evaluar sus películas, el periódico británico The Times (diciembre 16, 1966), dice que las de Disney son “sanas, cálidas y entretenidas… de un arte incomparable y una belleza conmovedora”. De otra parte, el periodista estadounidense, Francis B. Crowther, reconoce que “los logros de Disney como creador de entretenimiento para un público casi ilimitado y como eficaz vendedor de sus productos, pueden ser comparados con los de los industriales más exitosos de la Historia”.

El arte y la reputación de Disney a pesar de sus enemigos, son realmente indestructibles, porque como dijo el profesor Ralph S. Izard “sus valores incluyen el individualismo, la decencia, el amor al prójimo, el juego limpio y la tolerancia”. Neal Gabler considera que Disney “remodeló la cultura y la conciencia estadounidense”.​ El periodista mexicano, Carlos Aguilar, autor del documental biográfico “Hola, Walt Disney” mencionó que Disney era “la personificación de la seriedad en el trabajo. Lejos de las miras puramente comerciales, pensaba en un público que no solo aspira a ser, sino que es cada día más inteligente”.​

Mark Langer, profesor de estudios cinematográficos en Ottawa, Canadá, concluye que Walt Disney sigue siendo “la figura central en la historia de la animación”. Como pionero del arte animado, Disney “innovó la tecnología y emprendió alianzas con gobiernos y corporaciones, transformando así, un pequeño estudio en un gigante multinacional”. La visión Disneyana de una utopía moderna y empresarial como extensión de los valores tradicionales, ha ganado mayor popularidad en los años posteriores a su muerte.​

El Museo de la familia de Walt Disney recuerda que “junto a los miembros de su equipo, Walt recibió más de 950 honores y menciones por todo el mundo”.​ Entre ellas, fue nombrado Caballero de la prestigiosa Legión de Honor francesa (1935)​ y le entregaron la más importante condecoración artística de Francia, el Officer d’Academie (1952). Recibió también, la Orden de la Corona de Tailandia (1960), la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania (1956), la Orden de la Cruz del Sur de Brasil (1941)​ y la Orden Mexicana del Águila Azteca (1943).​

En Estados Unidos recibió la Medalla Presidencial de la Libertad (1964) y la Medalla de la Sociedad Nacional Audubon (1955), por promover “el aprecio y entendimiento de la naturaleza” a través de sus documentales y póstumamente la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos (1968). A lo largo de su vida recibió grados honorarios de universidades como Yale, Harvard, UCLA entre otras.​ Y como homenaje a su vida, resumida en el hermoso tema musical When you wish upon a star, un planeta descubierto en 1980 por la astrónoma soviética Liudmila Karachkina fue nombrado «Disneya».

Personalmente le debo a este genio del arte animado y la imaginación, la felicidad que me brindó en la infancia, la adolescencia y luego en mi juventud. En la obra de Disney encontré guía moral, motivación para vivir e inspiración artística. Su arte es un bálsamo y una luz que toca las fibras del alma, con películas como La bella durmiente; una introducción a la literatura, con Los Hijos del Capitán Grant; a la historia con films como Peter Tremayne; a la ciencia, con Viaje al Centro de la Tierra, y una iniciación a la apreciación de la mitología y la música clásica y sus compositores, en su maravilloso film, Fantasía.    

El espíritu de Walt Disney, para quienes admiran el talento y la dedicación a la belleza, es inmortal, es eterno. Un artista emprendedor como él, no puede proyectar maldad, más que en el que quiere verla a través de su filtro moral. Imperfecciones quizás, como ser humano, pero no la oscuridad que le quieren endilgar los destructores de la cultura. En ese caso, habrá que vigilar celosamente el legado de excelsos artistas como Leonardo, Miguel Ángel y Picasso. Muy pronto encontraran los incultos censores, una excusa para borrarlos y con ellos a la civilización.

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