Editorial

¿Puede ser la poesía política? – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

¿Puede ser la poesía política?

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

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Hay dos opciones al respecto: “sí, es inevitable”, y “no, trasciende a lo humano”. Y como siempre, la probable mejor respuesta se encuentra en medio, a lo mejor. Para muchos, la poesía es una herramienta de la belleza, es narcisista, espiritual, y por tanto, es ajena de la mayoría de las acciones humanas superfluas, donde la fealdad y la rutina no tienen cabida. El cisne pasa volando por el pantano sin manchar su plumaje. Para otros, la poesía tiene que ver con la experiencia humana, con sus matices y momentos, y no puede ser separada de los actos que impulsan a sus creadores. Todo lo humano no me es ajeno. Pero los matices son complicados. Borges, quien mencionaba que los detractores de la política en la poesía hablaban de ideologías contrarias, jamás dedicó palabras a los sucesos políticos en su país o Latinoamérica, y ha sido duramente cuestionado. Por su lado Martí o Celaya, hicieron de su lenguaje una forma de reivindicación social y de lucha, que inflamaba el espíritu de sus contemporáneos. Y otros autores como Pablo Neruda tienen los tan bellos pero cuestionables cantos de Stalingrado, donde el fanatismo político también ocultaba el rostro más oscuro de su ideario político.

Ya sea por compromiso, objeción u omisión, la poesía es intrínsecamente política. No hay manera de que no lo sea. Como se sabe muy bien en la política mexicana, forma es fondo, y retomando la jocosa frase de Juan Gabriel, lo que se ve no se pegunta. El hecho de hacer declaraciones en un poema, o no hacerlas, tiene implicaciones en los grupos políticos a los que van dirigidos, y en la sociedad. La postura de que declarar la poesía como un acto político viene en algunos casos como una forma de no exponer las ideas propias, aunque también de mantenerse al margen de las acaloradas discusiones, donde la prudencia puede ser procedimiento adecuado. En otros grupos esto se consideraba como un crimen moral, donde cualquiera que no pensara en su ideario, debía ser derrumbado y defenestrado; no es la intención defender a Paz, pero es un gran ejemplo de cómo toda una generación de hombres sensibles cayeron en la doctrina violenta y en la censura roja contra sus “adversarios políticos”.

Otros autores fueron más mesurados, y como José Emilio Pacheco, en su célebre cuento de Chapultepec, lanzó fuertes denuncias contra el Estado mexicano, en el momento de más dureza de la “dictadura perfecta”. Otros más han hecho una marcada agenda entre lo literario y lo político, como Vargas Llosa (ejem, sí, el autor de la idea de “dictadura perfecta”, que se alineó tan bien a lo que juraba destruir de joven, otro padawan latinoamericano que cayó en el cómodo y lujoso lado oscuro de la derecha), que tiene una obra basta y rica, así como una opinión política pobre y caduca. No se trata de marcar a los buenos de los malos, como el populismo latinoamericano gusta tanto (las izquierdas y derechas radicales siempre acéfalas siamesas). Entonces, la poesía, y la literatura en general, son acciones también políticas, y sufren consecuencias políticas. Recuerdo en alguna ocasión en una feria del libro universitario a dos militantes de un partido político (con su pin y toda la cosa) preguntar por un autor, a lo que el vendedor respondió que dicho autor militaba en el partido contrario, por lo que no debían de leerlo por convicción. La poesía es política, pero nuestra sociedad es profundamente incívica, y francamente analfabeta en el proceso dialéctico. Los buenos y los malos están allí, y pasan de un lado a otro como se requiere, anulando principios e ideales. El problema con la poesía política es que no sabes cuánto tiempo podrás sostener una afirmación antes de verte obligado a cambiarla por el constante desapego a los valores y el respeto a la continuidad narrativa en la sociedad.

Otro elemento de singular curiosidad es la poesía politiquera, cuando enarbola una causa, nombre o motivos orientados a cumplir una función propagandística; que a diferencia del papel social de la poesía, ésta es un estandarte hueco que cumple con algunos vicios del escritor. No quiero decir que mencionar nombre hechos o fechas no sea bueno, pero el autor debe ser más honesto en el motivo por el que los usa. Después de todo, el primero en avisar de una muerte a nivel macrocelular es el buitre. Es tan difícil separar esos elementos, que la legitimidad de una denuncia queda comprometida a la evidencia, a los movimientos y grupos donde se milita, y a las contradicciones tan humanas en el ámbito de política. No pienso que tenga nada de malo inscribir un ideal político en la obra de un poeta, pero debe emanar de un acto de honestidad y meditación. También los lectores debemos aprender a entender que autor y obra no están atados, y que la una no implica automáticamente a la otra, aunque en muchos casos es imposible separarlos. La poesía es forzadamente política, lo queramos o no, pero somos nosotros como sociedad los que puede que no seamos civilizadamente políticos en absoluto.

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