Editorial

LA HECHICERA – GUILLERMO ALMADA

LA HECHICERA

GUILLERMO ALMADA

 

Fáthima pasó por mí, temprano en la mañana, tenía la idea de que desayunáramos juntos. No terminaba de vestirme cuando llamó a la puerta, así que debió esperarme. Fuimos a Cafetería Pop, por la 57 y 62. De lo molesta que estaba por la espera, pasó todo el viaje en silencio. Cuando bajamos del carro no pudo con su genio y dijo, como al descuido, espero que aquí no nos hagan esperar, de manera irónica. Y luego me miró, para que quedara establecido que ese reproche era para mí.

Opté por el silencio. Hicimos nuestro pedido, y cuando el mozo fue por nuestro desayuno le pedí que me contara ese secreto que celosa guardó, de que ella era hechicera de la luna. No le quedaba más remedio que admitirlo. Y ese era el motivo por el cual Diego la había buscado, a ella, para su reemplazo. No se mostró muy decidida a hacerlo, me miró, hizo un silencio reflexivo, respiró hondo, y recién entonces exclamó “Está bien”, y agregó, “pero la verdad no es la que imaginas, ni tiene un final feliz. Si vas a saber qué hacer con eso, yo sigo.”

Los ojos de Fáthima eran pura expresión, grandes ojos color café, siempre delineados, muy dulces, pero esta vez se habían puesto duros, lo que acompañaba el peso de sus palabras. Aun a pesar de eso, acepté que me relatara su historia, yo debería, después, saber qué hacer con su verdad.

“Mi madre era la Dama Superior de la orden –comenzó a relatar Fáthima -Había pasado por todos los grados existentes. Primero fue hechicera, como yo, luego fue sacerdotisa, después fue hermana, hasta llegar a ser Dama Superior. Hasta ahí, todo bien. Pero al llegar a ese nivel supuso que podría hacer algo que siempre había estado en sus intenciones, reescribir el libro de los hechizos. La idea era buena, se trataba de hacer un libro solamente con aquellos hechizos que no hicieran daño a nadie. Basada en que la primera ley de la Orden era no dañar a nadie, y no hacer jamás lo que no nos gustaría que nos hagan, pensó que le resultaría fácil lograrlo. Pero no contó con la oposición de las puristas. Ellas sostenían que el libro no debía tocarse, y que si alguna era tentada a romper la ley, y hacer el mal, debía ser juzgada y castigada. Mi madre propuso que votaran todas las integrantes, de todos los grados, hechiceras, sacerdotisas, y hermanas. Su oponente era fuerte y habilidosa, y consiguió mayor cantidad de seguidoras. Con mentiras, claro. Y cuando ganó, pidió que el comportamiento de mi madre fuera declarado peligroso, y la hizo juzgar y condenar. Por lo que pasó a otro mundo. Eso es todo”, alcanzó a decir, cuando el mozo nos trajo la orden.

Con mucha angustia solo atiné a un “lo siento mucho”. Ella se echó un bocado a la boca y mirándome dijo, no entendiste nada ¿verdad? Y ahí me explicó, que no está muerta, sino que está en otro plano, paralelo, y que solamente puede traerla de allí algún hombre pájaro, y por eso todo el interés en descubrir lo del libro que me enviaron.

Fáthima era mucho más atractiva de lo que ella se consideraba. La tentación, la atracción, el magnetismo, y la seducción, eran temas dominantes en su vida, y aunque no lo pareciera, ni lo pretendiera, era ella quien ejercía esa atracción. Era la dueña de sus emociones, y no se especializaba en demostrarlas, más bien diría que su habilidad consistía en despertarlas en otros. Sabía protegerse muy bien, y de muchas maneras. Podía hacer mucho daño si se lo proponía, pero prefería otros métodos de manejar las situaciones, como por ejemplo no contar los hechos por completo y que pareciera que había dejado en tus manos toda su vida. En ciertos ámbitos dirían que ella es una hábil declarante, pero, yo me di cuenta de que me contó la historia de su madre cuando le pregunté por ella. Está bien. No pregunto sobre lo que no me cuentan, sin embargo, ella y yo sabemos que tenemos mucho hilo para desenredar en nuestros carreteles. Y lo haremos.

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