Editorial

El interesante mundo de las editoriales independientes – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

El interesante mundo de las editoriales independientes

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

Normalmente cuando hablamos de literatura, pensamos en las grandes plumas que se han convertido en un hito del arte. Algo semejante pasa cuando hablamos de las editoriales. Como consumidores, tendemos a recordar a aquellas casas editoriales que tienen una forma particular de producir, que usan ciertos materiales, u algunas características únicas: como las traducciones, el catálogo de autores o el nicho temático. No obstante, es un segmento pequeño de todo lo que se produce en el ámbito cultural. A partir de aquí hablo de mi experiencia personal. Al estar tan cerca de la Ciudad de México, por momento me ha parecido que hay muchas, quizá demasiadas, propuestas editoriales de pequeñas y mediana escala. Por donde quiera hay grupos de escritores, salas de presentación, cafeterías y otros eventos culturales. Simplemente, parece demasiado. Aunque es ilusorio. En primer lugar, al igual que las librerías, estos espacios culturales y de artistas están apiñonados en una ciudad que monopoliza la cultura. Lo que ocurre en CDMX no es representativo de lo que pasa en el país. En segundo lugar, no son realmente tantas propuestas. La mayoría de los grupos o artistas se conocen entre sí, y ocupan espacios comunes. Entonces, no se trata de una oferta desbordada, sino de una especie de cultura tianguista de la cultura; lo digo con el mayor respeto.

Las editoriales pequeñas representan en la mayoría de los casos el esfuerzo de una o dos personas, por lo que cada sello se traduce en la búsqueda individual de quien las impulsa. Si no hay oportunidades, uno mismo se las crea. En esos esfuerzos, se van conectando redes y se conoce a otros autores, por lo que los catálogos se van ampliando lentamente, y se van nutriendo con la experiencia empírica y la oportunidad de propiciar los encuentros. Las obras que se producen tienen la virtud de ser casi exclusivas, y también la fatalidad de existir en inventarios reducidos, muy difíciles de obtener si no es por intervención de dichas editoriales y los autores. Las librerías son hostiles en estos casos, y rentan los aparadores al estilo de los supermercados, al igual que las autoridades culturales, que buscan desarticular colectivos o apoyos, como pobremente se ha visto con la Secretaria de Cultura de la CDMX de los autoproclamados cercanos al pueblo. Algunos de los libros que se manejan son pasables, otros ciertamente malos, pero hay notables obras que valen la pena conocerse, que no son masivas ni ampliamente demandas por el mercado. Conocer a las editoriales independientes tiene esa mística de descubrir y sorprenderse.

Otro punto relevante es su libertad. Al ser tan pequeños, no se tienen compromisos con editores, políticos o empresarios. La mayoría de estas editoriales se dedican a producir materiales por amor al arte, literalmente, ya que no son negocios muy rentables, y suponen sacrificios económicos para obtener beneficios morales. En todo caso, no es una conducta muy solvente, aunque es una forma de suicidio económico que llena de satisfacción a quienes se abren paso en el medio. Algunos son estafadores, sin duda, pero la mayoría de estos proyectos palpitan sobre intenciones honestas por abrirse espacios, por conectar con los lectores, y de contribuir a una red de artistas-consumidores-testigos, de lo que se va decantando. Adicionalmente, las obras que se manejan también abarcan una mayor cantidad de temas. Pasa lo que pasa en el cine norteamericano moderno, donde los remakes o refritos se han instalado en lo comercial por las batallas monetarias de los sindicatos de escritores, mientras que lo que está fuera de esa alcurnia se puede dar el lujo de experimentar, de innovar, de revolver en lo novedoso. Las editoriales independientes son un banquete al que entra uno sin saber lo que habrá en el menú. Es una actividad a veces Kamikaze, aunque también lo es fascinante.

A las grandes librerías uno va con la expectativa de encontrar lo universal, lo genérico, lo famoso; que también se vale, y tiene sus momentos. A las pequeñas librerías o ferias, uno llega por accidente, no se sabe quién llegará un año o el que le sigue, y si tendrán algo interesante, todo será desconocido, o qué podrá haber en sus anaqueles. También se crean revistas, blogs, proyectos donde se comparte. Cuando algo no tiene precio, se dice que no se valora. Pero en el trabajo de estas personas, en las que me incluyo por la escala, hay una generosidad de compartir y de producir obra que será difícil encontrar en las grandes empresas, donde se recicla o se manejan los mismos lotes, los mismos autores, la generalidad del consumo bajo la lógica del supermercado. Al contrario, las editoriales independientes son una celebración del caos, lo inesperado, lo que siempre ofrece algo para descubrir.

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